Regresa la primavera a Vancouver.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Le Clézio: EL BUSCADOR DE ORO


Mi primer contacto con el estilo literario de Le Clézio, estuvo precedido por su definición por parte de la Academia Sueca al otorgarle el premio Nobel: "El escritor de la ruptura, de la aventura poética y de la sensualidad extasiada, investigador de una humanidad fuera y debajo de la civilización reinante", y reconocerle su capacidad de restituir el poder de las palabras "para invocar una realidad esencial".

Sería muy obvio, casi innecesario, subrayar el aliento poético en su descripciones: "Está también la voz de Mam. Es todo lo que ahora sé de ella, todo lo que de ella conservo. Tiré todas las fotos amarillentas, los retratos, las cartas, los libros que leía, para no turbar su voz. Quiero escucharla siempre, como aquellos a quienes se ama y cuyo rostro ya no se conoce, su voz, la dulzura de su voz que lo contiene todo, la calidez de sus manos, el olor de sus cabellos, su vestido, la luz, al caer la tarde..." (Página 25)

Se comprende que el creador de un párrafo como el anterior haya manifestado su intención de trascender el mero poder de la palabra per se: "Quisiera ir más allá del lenguaje, dejarme llevar por una poesía en estado puro, una poesía creada por gestos y por los ritmos de la danza; es decir, por el ser en ebullición."

La novela da principio como la historia de dos niños que viven en Boucan, en las islas Mauricio -igual que el propio autor-, en un estado de gracia de pleno contacto con la naturaleza, sus pies descalzos cuando corren sobre la arena, nadan en el mar, trepan a los árboles, se pierden en el monte, hasta que un huracán arrasa con el paraíso de su infancia y en su paso obligado a la vida urbana tendrán que usar zapatos y vestir como los demás, extrañarán el mar y los sueños que se quedaron encallados en la isla. Al paso del tiempo, el protagonista decide rescatar entre los viejos papeles de su padre, lo relativo al tesoro del corsario en la vecina Isla de Rodrigues. Se embarca en una goleta para instalarse en la Ensenada de los Ingleses y desde ahí emprender la búsqueda del oro que da título a la novela. Entonces conocerá a Ouma porque, finalmente, también el amor tendrá su lugar.

"- ¿Es verdad que está buscando oro?
Me asombró, no tanto por la pregunta como por la lengua. Habla un francés casi sin acento.
- ¿Eso le han dicho? Sí, busco oro, es cierto.
- ¿Ha encontrado?
Me río.
- No, no he encontrado todavía.
- ¿Y realmente cree que por aquí hay oro?
Su pregunta me divierte:
- ¿Por qué? ¿usted no lo cree?
Me mira. Su rostro es liso, sin temor, como el de un niño.
- Aquí todo el mundo es muy pobre." (Página 166)

Escritor itinerante, Le Clézio vivió, entre otros países, en México y Panamá. Por el escenario de El Buscador de Oro es de suponerse su carácter autobiográfico, aunque el propio autor aclara su postura al afirmar, "Yo creo que la novela francesa no es, como suele pensarse, autobiográfica sino autoerótica: hay una especie de encierro en el autoerotismo, como si no existiera el otro. La ficción es el camino para escapar al peligro de enamorarse de uno mismo, da lugar al otro, que no es el infierno, como decía Sartre, sino el paraíso."

Si bien la obra se divide en siete partes que saltan arbitrariamente en el discurrir de la trama, como de Rodrigues, Ensenada de los Ingleses, 1911 a Ypres, invierno de 1915 - Somme, otoño de 1916, el relato narrado en primera persona y tiempo presente, fluye lineal, las referencias al pasado son precisas en su forma evocativa: "Todo está ahora tan lejos, ni siquiera estamos seguros de haberlo vivido realmente. La fatiga, el hambre, la fiebre ha enturbiado nuestra memoria, han desgastado la señal de nuestro recuerdo. ¿Por qué estamos hoy aquí? Enterrados en estas trincheras, con el rostro ennegrecido por el humo, las ropas harapientas, envarados por el barro seco desde hace meses en ese olor de letrinas y muerte." (Página 216)

La prosa de Le Clézio es nítida, a veces redundante: "Ahora no hablamos ya. Permanecemos acostados el uno contra el otro, estrechándonos muy fuerte para no sentir el frío de la noche. Oímos el mar, y el viento contra las agujas de los filaos, pues no existe nada más en el mundo." (Página 275) Para cerrar con esa misma cadencia que es el atributo principal del relato, "Ahora es de noche, oigo en lo más hondo de mí el vivo ruido del mar que se acerca." (Página 291).

La fotografía que ilustra esta entrada es de la Isla Rodrigues.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario