Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

viernes, 31 de diciembre de 2010

Epigrama: BRINDIS


No se festeja el año que se ha ido

sino el que está por comenzar.

Tampoco se brinda por lo vivido,

es por la ilusión de lo que queremos vivir.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

La contadora de películas


Es que también eran muy pobres, podría decirse de esta noveleta de Hernán Rivera Letelier, parafraseando la clásica expresión rulfiana. Lo cual no es ninguna sorpresa, puesto que el escenario de varias de las obras de dicho autor se repite una vez más: la pampa salitrera (lo mismo que en La reina Isabel cantaba rancheras, Los trenes se van al purgatorio o Santa María de las flores negras). Se trata de una región en el desierto de Atacama, al norte de Chile, que tuvo su auge a finales del siglo XIX, cuando el salitre era un mineral básico para la fabricación de explosivos. Más tarde se inventaría el salitre sintético y la decadencia se dejó sentir en esa zona. Es allí donde transcurre la vida de María Margarita, la protagonista de La contadora de películas. Se llamaba así debido a una obsesión paterna por los nombres con doble inicial "M", como los de Marilyn Monroe, Mario Moreno y aquél cómico que hiciera pareja con el propio Cantinflas en tres ocasiones: Manuel Medel.

Eran, como ya quedó establecido, muy pobres, puesto que el padre, de nombre Medardo, había sufrido un accidente de trabajo que lo había dejado "inservible de la cintura para abajo", y obsta decir que la pensión que recibía resultaba miserable. Por eso tenían que reunir las monedas para pagar el boleto de entrada al cine de un solo miembro de la familia, quien adquiría la obligación de compartir la película con todos los demás a su regreso. María Margarita era la mejor haciéndolo, canciones incluidas: "Y así me convertí oficialmente en la contadora de películas de la casa". Su fama se extendió por el campamento al grado de que la contrataban, sobre todo los ancianos que no podían salir de sus casas, y desde entonces se hizo llamar Hada Delcine. "Por ese tiempo descubrí que a toda la gente le gusta que le cuenten historias. Quieren salirse por un momento de la realidad y vivir esos mundos de ficción de las películas, de los radioteatros, de las novelas. Incluso les gusta que les cuenten mentiras, si esas mentiras están bien contadas."

En una época no sólo precibernética, sino anterior a la televisión, es de comprenderse el éxito de una contadora de películas en un lugar remoto y olvidado: "El tiempo transcurrió lento y despacioso, como debe de transcurrir, creo yo, en todos los desiertos del mundo." Después de ver Ben Hur y de haber llorado "más que Sara García, la anciana actriz del cine mexicano", al estar narrando la película sintió que algo se apoderaba de ella: "Mientras contaba la película -gesticulando, braceando, cambiando la voz- me iba como desdoblando, transformando, convirtiéndome en cada uno de los personajes", y remata más adelante que "no estaba contando la película, la estaba actuando. Más aún: la estaba viviendo."

La novela, que más bien es lo que en inglés llaman novella (más extensa que un cuento pero más breve que una novela), término proveniente del italiano y que en español se denomina habitualmente noveleta, está narrada en primera persona y eso contribuye a establecer una suerte de parentezco con el cuento Es que somos muy pobres, de Juan Rulfo, que mencionaba al principio de esta crónica. Por eso es que me parecen innecesarias algunas acotaciones entre paréntesis, que se infieren más bien autorales, como la precisión respecto a la moda de la minifalda: "Yo estaba por cumplir trece años, usaba minifalda (recién inventada por Mary Queen) y seguía contando mis películas."

Hernán Lara Zavala, por coincidencia tocayo del autor, afirma que la extensión de algunos textos ha provocado siempre la necesidad de una explicación, y propone para evitar ese confusión genérica entre el cuento largo, noveleta y novela corta: "ya que el cuento y la novela están perfectamente identificados, ¿por qué no llamarle a este género simplemente relato?".

Terminaré con un párrafo que retoma su propio epígrafe shakespeareano para resumir la esencia misma de la obra:

"Alguna vez leí una frase -seguramente de un autor famoso- que decía algo así como que la vida está hecha de la misma materia que los sueños. Yo digo que la vida perfectamente puede estar hecha de la misma materia de las películas.
Contar una película es como contar un sueño.
Contar una vida es como contar un sueño en una película."



La ilustración corresponde a una fotografía de Pampa Unión,
en la pampa salitrera, provincia de Antofagasta, Chile.

martes, 28 de diciembre de 2010

MI AMIGO EL CINE: Un testimonio muy personal



Era, como hoy, un 28 de diciembre, hace 115 años, cuando tuvo lugar en el Grand Café de París, la primera exhibición pública del invento de los hermanos Auguste y Louis Lumiére: el cinematógrafo. Es decir, que ese día nació formalmente para el mundo, en su expresión más primitiva, el cine. Millones de kilómetros de celuloide se han filmado desde entonces. Si la Metro Goldwyn Meyer presumía que tan sólo de la superproducción Ben Hur, en 1959, se habían revelado en sus laboratorios de Londres, un millón doscientos cincuenta mil pies de película, ya podemos ir haciendo la cuenta.

¿Cuántas funciones de cine habrán tenido lugar desde entonces? ¿cuántas historias nos habrá contado? El cine forma parte de nuestra vida cotidiana. Nos hemos vestido, peinado y hasta comportado, de acuerdo con lo que se proyecta en las pantallas del mundo. Y pensar que los hermanos Lumiére lo consideraban una mera curiosidad científica, sin un futuro como negocio o espectáculo.

Yo no tomé conciencia de que había sido seducido por el cine porque fue una experiencia fulminante: amor a primera vista. Mi padre, que no era un cinéfilo sino un vicioso, me llevaba los domingos a las funciones de matinée en el cine Tampico -por lo tanto, no es necesario indicar en qué ciudad-, eran triples programas con películas de Tarzán, de aventuras o de vaqueros. Regresábamos a comer a la casa y por la tarde llevábamos a mi madre a ver algún estreno en el cine Plaza. Entre semana también se las ingeniaba para encontrar tiempo de llevarme al cine, cuando había concluido mi horario de clases, de plano él ya no regresaba a su trabajo en la joyería de mi abuelo. Veíamos todos los géneros y frecuentábamos las pocas salas de aquel viejo Tampico en los años sesenta. Mi padre había crecido viendo a Chaplin y el Gordo y el Flaco -como se les conocía en México a Laurel y Hardy-, y se siguió riendo a carcajada abierta cada vez que los veía, hasta su muerte.

Muchos años más tarde, convertí a mi primera esposa, Gabriela, en una tenaz espectadora. Viajábamos a la ciudad de México para ver las películas de la Muestra Internacional de Cine. Diseñaba unos horarios extenuantes para poder asistir al máximo de funciones al día. Debo reconocer, tantos años después, que no sólo mantuvo el ritmo exigido, sino que jamás se quejó (aunque ignoro si ahora, al referirse a nuestro fallido matrimonio, lo haga; pero en aquella época, fue una espléndida compañera).

¿Qué podía yo esperar en mi vida si me habían heredado un virus? Porque todavía sigo preguntándome si habrá algo genético en la transmisión de esa debilidad por el cine. De manera que a lo largo de mi existencia dirigí publicaciones de cine, impartí la materia de teoría y taller de cine en la universidad, fui conductor de una serie televisiva sobre cine y productor asociado en otra, estuve al frente de la Cineteca Nacional de México y recién acabo de terminar de escribir mi nueva novela sobre una estrella de cine.

Por eso, no podía dejar pasar desapercibida esta fecha y desearle un feliz cumpleaños al cinematógrafo. Ha sido parte esencial de mi vida. Gracias, cine.


Jules Etienne 

lunes, 27 de diciembre de 2010

Páginas ajenas: SONETO, de William Shakespeare


Las horas que gentiles compusieron
tal visión para encanto de los ojos,
sus tiranos serán cuando destruyan
una belleza de suprema gracia:

porque el tiempo incansable, en torvo invierno,
muda al verano que en su seno arruina;
la savia hiela y el follaje esparce
y a la hermosura agosta entre la nieve.

Si no quedara la estival esencia
en muros de cristal cautivo líquido,
la belleza y su fruto morirían.

sin dejar ni el recuerdo de su forma.
Mas la flor destilada, hasta en invierno,
su ornato pierde y en perfume vive.


(Traducido del inglés por Manuel Mujica Láinez)


viernes, 24 de diciembre de 2010

Decir Adiós es morir un poco (página 79)


A finales del año, en México, nadie conoce lo que es una cruda. Es una misma borrachera prolongada que provoca la sensación de que hasta la crisis se ha ido de vacaciones. Eufemismos etílicos, porque la crisis ha pasado a ser el estado permanente de las cosas, la normalidad es su excepción. Como quiera que sea, todo es pura nugacidad decembrina que en enero expía su penitencia. Al margen de las creencias religiosas, es el momento de conocer el purgatorio. Pero tú y los demás, todos, saben que siempre se sobrevive. Es tan sólo el precio a pagar por los derroches y con ello se cumple otro de los ciclos típicos de la vida nacional.
 
Jules Etienne

jueves, 23 de diciembre de 2010

Páginas ajenas: QUIERO, CON AFÁN SOÑOLIENTO..., de Luis Cernuda



Quiero, con afán soñoliento,
Gozar de la muerte más leve
Entre bosques y mares de escarcha,
Hecho aire que pasa y no sabe.

Quiero la muerte entre mis manos,
Fruto tan ceniciento y rápido,
Igual al cuerno frágil
De la luz cuando nace en invierno.

Quiero beber al fin su lejana amargura;
Quiero escuchar su sueño con rumor de arpa
Mientras siento que las venas se enfrían,
porque la frialdad tan sólo me consuela.

Voy a morir de un deseo,
Si un deseo sutil vale la muerte;
A vivir sin mí mismo de un deseo,
Sin despertar, sin acordarme,
Allá en la luna perdido entre su frío.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

El futuro según Verne


De entre las abundantes predicciones de Verne, las más conocidas son aquellas que se refieren al Viaje a la luna y Veinte mil leguas de viaje submarino. En el primer caso, se adelantó más de un siglo y fue muy preciso en cuanto a la velocidad que debería alcanzar la nave espacial para rebasar la atmósfera terrestre (el cálculo de Verne era de once mil metros por segundo, la velocidad del Apolo fue de diez mil ochocientos treinta), así como el sitio desde el que debería efectuarse el despegue: la península de Florida. El lugar propuesto por Verne se encuentra a sólo 140 millas de distancia de Cabo Cañaveral. En cuanto al Nautilus, el primer submarino impulsado por energía atómica fue construido en 1955, y en su novela también aparecen buzos con escafandra, una campana submarina que equivaldría al batiscafo que inventó Piccard en 1948, y la tripulación del capitán Nemo habla una lengua que es la mezcla de varios idiomas, como el esperanto ideado por Zamenhof en 1887. En fin, la lista es inagotable y ampliamente conocida por todos, lectores o no, de la obra de Verne.


Sin embargo, su visión futurista de París en el siglo XX, no deja de sorprendernos, como su minuciosa descripción del metro: "Este largo viaducto que sostenía la vía férrea formaba una galería cubierta... Algunas casas ribereñas, transformadas en estaciones, comunicaban con las vías por medio de largas pasarelas; y de ellas ascendía la escalera doble que daba acceso a las salas de espera... El viaducto, sostenido por tan simples columnas, no habría podido resistir los antiguos medios de tracción, que exigían locomotoras muy pesadas; pero gracias a la aplicación de propulsores nuevos, los trenes eran muy livianos, pasaban cada diez minutos y cada uno llevaba mil viajeros en coches veloces y cómodos. Las casas ribereñas no sufrían por el vapor ni por el humo; por una razón muy sencilla: no había locomotoras."


Respecto a los automóviles: "La mayor parte de los innumerables coches que surcaban la calzada de los bulevares lo hacían sin caballos; se movían por una fuerza invisible, mediante un motor de aire dilatado por la combustión del gas". Y un párrafo más adelante dice de éstos: "El mecánico, sentado en su asiento, guiaba un volante; un pedal, situado bajo sus pies, le permitía modificar instantáneamente la marcha del vehículo".


"Qué habría dicho uno de nuestros antepasados al ver esos bulevares iluminados con un brillo comparable al del sol, esos miles de vehículos que circulaban sin hacer ruido por el sordo asfalto de las calles, tiendas ricas como palacios donde la luz se expandía en blancas radiaciones, esas vías de comunicación amplias como plazas, esas plazas vastas como llanuras, esos hoteles inmensos donde alojaban veinte mil viajeros, esos viaductos tan ligeros; esas largas galerías elegantes, esos puentes que cruzaban de una calle a otra, y en fin, esos trenes refulgentes que parecían atravesar el aire a una velocidad fantástica..." Sin embargo, no se conformó con describir el aspecto físico de ese París futurista, también hay algunas observaciones sobre la conducta social. "Se habría sorprendido mucho, sin duda; pero los hombres de 1960 ya no admiraban estas maravillas; las disfrutaban tranquilamente, sin por ello ser más felices, pues su talante apresurado, su ímpetu americano, ponían de manifiesto que el demonio del dinero los empujaba sin descanso y sin piedad." Y es que entonces "lo importante no era alimentarse, sino ganar con qué alimentarse".


Verne habla de una sociedad dedicada por entero a los negocios, que aprovecha el uso del fax: "... nuevos perfeccionamientos permitían una correspondencia directa con los destinatarios; el secreto se podía así guardar y los negocios más considerables tratarse con seguridad a la distancia. Cada casa poseía sus cables propios...", por lo que: "Innumerables valores que se cotizaban en el mercado libre se inscribían por sí mismos en los paneles situados al centro de las Bolsas de París, Londres, Francfort..." (y un largo etcétera que incluye a Nueva York y Pekín). Otro de los inventos es un telégrafo fotográfico, "que permite enviar cualquier parte del facsímil de una escritura autógrafo o dibujo, y firmar letras de cambio o contratos a diez mil kilómetros de distancia."


"Tienes dieciséis; serás mayor de edad a los dieciocho", le dice su tío Huguenin a Michel Dufrénoy, el adolescente protagonista de la novela. En cuanto al aspecto cultural señala: "Aunque ya nadie leía, todo el mundo sabía leer", así como que "el latín y el griego no sólo eran lenguas muertas, sino enterradas".


También se ocupa de la electrónica aplicada a la música, ya que en un concierto se puede escuchar "¡Un piano con la potencia de doscientos!", además de una profecía más bien macabra: "Ya no cortaban la cabeza a nadie. Le fulminaban con una descarga". Lo cual me hace pensar en que Harold Brown, el empleado de Edison a quien se adjudica la invención de la silla eléctrica en 1888, debió agradecer a Hetzel el que hubiese rechazado la publicación de la novela, ya que alguien pudo habérsele adelantado partiendo de la idea de Verne, y éste, además, se evitó futuras manifestaciones de los activistas en contra de la pena de muerte frente a la que fue su casa en Amiens, incluida la quema pública de ejemplares de París en el siglo XX, lo que haría su pronóstico respecto a la desaparición de los libros y sus lectores, todavía más cercano a nuestra realidad.


Jules Etienne


La ilustración corresponde a un cartel para la exposición de modelos basados en las obras
de Verne, de Jean-Marc Deschamps, en el Museo Jules Verne, de Nantes.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Adiós, otoño


El último domingo del otoño fue un día espléndido, soleado y tibio. En la madrugada ya estaba haciendo frío. Mucho. Tuvimos que subir la calefacción al máximo y cuando me encontraba poniéndome un segundo par de calcetines, me vino a la memoria el hombre de los cuatro abrigos, en el arranque de País de Nieve, de Yasunari Kawabata, autor de una de las prosas más diáfanas y a la vez mágicas que haya tenido oportunidad de leer:

"El tren salió del tunel y se internó en la nieve. Todo era blanco bajo el cielo nocturno. Se detuvieron en un cruce. Una muchacha sentada del lado opuesto del vagón se acercó a la ventanilla del asiento delantero al de Shimamura y la abrió sin decir palabra.

El frío invadió el vagón. la muchacha asomó medio cuerpo por la ventanilla y llamó al guarda como si éste se hallara a gran distancia. El hombre se acercó con lentitud sobre la nieve, sosteniendo un farol en la mano. llevaba bien cerradas las orejeras de su gorra y una bufanda que apenas dejaba una rendija para los ojos."

Más adelante es este mismo personaje el que advierte la necesidad de usar una prenda sobre otra: "- Sólo me mantengo en calor si llevo cuatro capas de abrigo. Pero los jóvenes son así. Con los primeros fríos, prefieren beber que arroparse. Y, cuando se quieren dar cuenta, ya están en la cama con fiebre..."

Ahora que parece indispensable una cita de Vargas Llosa para darle credibilidad a cualquier texto, se me ocurre un pasaje bíblico, que aparece en La verdad de las mentiras, su volumen de ensayos sobre literatura: "Era ya viejo el rey David, entrado en años, y por más que le cubrían de ropas, no podía entrar en calor. Dijéronle entonces sus servidores: que busquen para mi señor, el rey, una joven virgen que le cuide y le sirva; durmiendo en su seno, el rey, mi señor, entrará en calor."

A las mujeres inglesas de siglos pasados se les educaba para que en las conversaciones no ofendieran a sus interlocutores. Lo cual, con lo ácido del humor inglés, no debe ser fácil. De manera que cuando se encontraban ante desconocidos de quienes ignoraban sus costumbres, relaciones familiares y filiación política, se les aconsejaba abordar el siempre neutro tópico del clima, como lo he hecho en esta ocasión. La razón es que no me fue posible continuar con mis lecturas tanto del propio Verne como sobre él, ya que entre festejos -el jueves celebramos el cumpleaños de un querido amigo-, compromisos propios de esta temporada y un llamado de última hora para trabajar en la serie televisiva The Killing, que según tengo entendido se estrenará en marzo (participé en una escena breve pero la locación se ubicaba muy retirada de donde vivo), no me ha quedado tiempo ni energía para dedicarlos a otras actividades. Espero encontrar la oportunidad en los próximos días para concluir ese tema que se ha ido prolongando de modo involuntario.


La ilustración corresponde a una fotografía del último domingo del otoño,
en Stanley Park de Vancouver.


viernes, 17 de diciembre de 2010

Páginas ajenas: EL PRIMER CORO DE LA ROCA, de T. S. Eliot


Se cierne al águila en la cumbre del cielo,

El cazador y la jauría cumplen su círculo.

¡Oh revolución incesante de configuradas estrellas!

¡Oh perpetuo recurso de estaciones determinadas!

¡Oh mundo del estío y del otoño, de muerte y nacimiento!

El infinito ciclo de las ideas y de los actos,

Infinita invención, experimento infinito,

Trae conocimiento de la movilidad, pero no de la quietud;

Conocimiento del habla, pero no del silencio;

Conocimiento de las palabras e ignorancia de la Palabra.

Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,

Toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte,

pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios.

¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?

¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?

¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?

Los ciclos celestiales en veinte siglos

Nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo.



(Traducido del inglés por Jorge Luis Borges)

jueves, 16 de diciembre de 2010

Las mujeres de París ¿en 1960?


Los pronósticos de Verne en el terreno de las invenciones fueron siempre audaces y muy precisos. Su porcentaje de aciertos abonó en buena medida el prestigio del que hoy goza. Sin embargo, en el aspecto social se podría considerar que fue más bien cauto. Ahora comprendo que para ello pudo haber influido la carta que más que una crítica era casi un regaño de su editor, Hetzel, con motivo de París en el siglo XX, quien terminaría moldeando la obra de Verne como un gran conjunto de aventuras fantásticas.

Tal vez sea precisamente eso lo que provee a la novela en cuestión de un aliento diferente, en cuanto a que aborda preocupaciones sociales con cierto desenfado. Por ejemplo, en el diálogo entre el protagonista, Michel Dufrénoy, y su amigo, el pianista Quinsonnas. Aquél le pregunta con timidez su opinión sobre las mujeres, a lo que éste le responde: "Es muy variable la opinión que podemos tener nosotros, los hombres, de las mujeres. No creo por la mañana lo que creo por la tarde; la primavera agrega a este tema otros aspectos que el otoño, la lluvia o el buen tiempo pueden modificar en mucho mis doctrinas..."

Michel se queja de que eso no es una respuesta y su amigo le dice entonces que le responderá con otra pregunta: "¿Crees que todavía hay mujeres en la Tierra?", y entusiasmado el joven asegura que se las encuentra todos los días. Quinsonnas le refuta, asegurándole que no se refiere "a esos seres más o menos femeninos cuya finalidad es contribuir a la propagación de la especie humana" y le asegura que "ya no hay mujeres, se trata de una raza extinguida , como la del ornitorrinco y los megaterios". Agrega entusiasmado: "Creo que antaño hubo mujeres, hace muchísimo tiempo; lo autores antiguos hablan de ellas en términos formales; incluso mencionan que la parisense sería la más perfecta de todas. Era, según los viejos textos y retratos, una criatura encantadora y sin rival en el mundo; reunía en sí misma los más perfectos vicios y las perfecciones más viciosas; era una mujer en todo el sentido de la palabra. Pero poco a poco se empobreció la sangre, decayó la raza, y los fisiólogos pudieron anotar esta deplorable decadencia en sus escritos. ¿Has visto cómo los gusanos se transforman en mariposas?", y ante la respuesta afirmativa de Michel prosigue:

"Bien. Fue al contrario: la mariposa se transformó en gusano. El andar acariciante de la parisiense, su gracia bien torneada, su mirada espiritual y tierna a un tiempo, su amable sonrisa, su cuerpo a punto y firme, dieron paso a formas alargadas, flacas, áridas, descarnadas y sin gracia, y a una desenvoltura mecánica, metódica y puritana. El talle se aplanó, la mirada se volvió austera, las articulaciones se anquilosaron; una nariz ruda y rígida descendió sobre labios demasiado finos; el paso se alargó; el ángel de la geometría, antes tan pródigo en curvas atractivas, dejó a la mujer reducida en el rigor de la línea recta y de los ángulos agudos. La francesa se ha vuelto norteamericana; habla con seriedad de asuntos serios, encara la vida con frialdad...", y por si no fuera suficiente, todavía remata, "las mujeres del siglo encantador de Luis XIV habían afeminado a los hombres; pero después se pasaron al género masculino y ahora no valen ni para la mirada de un artista ni para las atenciones de un amante..."

Y eso fue escrito por Verne hace casi siglo y medio. No quiero ni imaginar lo que opinarán algunas feministas.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

PARÍS EN EL SIGLO XX, la novela olvidada de Verne


Ahora que me encuentro inmerso en la lectura del ensayo de Michel Lamy sobre la simbología de la obras de Verne y su pertenencia a la Sociedad de la Niebla, la masonería y los rosacruces, me he animado a releer algunos pasajes de sus novelas más célebres y también he emprendido la lectura de otras que desconocía. Una de éstas es París en el siglo XX, la cual he disfrutado plenamente.

Los antecedentes de la misma, indican que fue escrita por Verne en 1863, después de Cinco semanas en globo, y fue rechazada por Hetzel, su editor, por considerar que la visión futurista que presentaba del París de 1960, era demasiado negativa. La carta en la que Hetzel le expresa su opinión ha sido plenamente difundida e incluso algunas ediciones de la novela la incluyen en el prólogo. La califica como periodismo menor, dice que el tema que aborda no es nada afortunado y en términos generales la acusa de ser una propuesta fallida producto de su inmadurez literaria. Le sugiere un nuevo intento por abordar el tema, cuando hubiesen transcurrido veinte años.

A diferencia de la novela rescatada de Dumas, que ya he mencionado en otra ocasión, esta obra de Verne nunca estuvo perdida ni tampoco fue póstuma. Permaneció guardada junto con otros manuscritos, en un baúl que fue heredado por una generación tras otra, hasta que a Jean Verne, bisnieto del autor -quien lo había recibido a la muerte de su padre, Jean Jules, en 1980-, contrató a un cerrajero para que lo abriera. En su interior sólo encontró papeles, los cuales procedió a guardar en una bolsa de plástico suponiendo que eran de su abuelo. Por fin, en 1991, se decidió a revisarlos y cayó en la cuenta de que pertenecían a su bisabuelo, por lo que los llevó con un experto en la obra de Verne, quien le confirmó que, en efecto, se trataba de la novela que Hetzel se había negado a editar y así fue como apareció publicada por primera vez en 1994. Más de un siglo después de haber sido concebida.

París en el siglo XX es un prodigio de anticipación -dicho esto sobre una obra de Verne no debería de parecernos excepcional-, pero en este caso más allá de sus habituales predicciones respecto a la tecnología, que nunca acaban de asombrarnos, le concede mayor importancia a su visión pesimista del futuro cultural de la humanidad. El desplazamiento de las artes y la filosofía abrumadas por una sociedad altamente tecnificada, provoca que los autores clásicos del siglo XIX, como Víctor Hugo o Balzac, sean ignorados, unos completos desconocidos en la Francia que retrata Verne.

Esta novela estaría emparentada con Farenheit 451, de Ray Bradbury y en ciertos momentos es reminiscente del cementerio de los libros olvidados que aparece en La sombra del viento, de Ruiz Zafón. Como novela de anticipación, no deja de recordarme El mundo feliz, de Huxley, otra de mis lecturas favoritas de la juventud.

Valdrá la pena que más adelante también me ocupe de enumerar las fantasías que Verne imagina en esta novela -menos conocida que sus viajes a la luna, al centro de la tierra, al fondo del mar o alrededor del mundo-, y que acabaron formando parte de la realidad cotidiana.


Jules Etienne

La ilustración corresponde a una de las serigrafías de Francois Schuiten,
creadas para la publicación de París en el siglo XX, por la Editorial Hachette.


La lectura de París en el siglo XX es posible en:

domingo, 12 de diciembre de 2010

Páginas ajenas: EL LOBO ESTEPARIO, de Hermann Hesse


(Fragmentos sobre el otoño)

Religión, patria, familia, Estado, habían perdido su valor para mí y no me importaban ya nada; la pedantería de la ciencia, de las profesiones, de las artes me daba asco; mis puntos de vista, mi gusto, toda mi manera de pensar con la cual yo en otro tiempo había sabido brillar como hombre de talento y admirado, estaba ahora olvidada y en abandono y era sospechosa a la gente. Aunque en todas mis dolorosas transformaciones hubiera ganado algo invisible e imponderable, caro había tenido que pagarlo, y de una a otra vez mi vida se había vuelto más dura, más difícil, más solitaria y peligrosa. En verdad que no tenía ningún motivo para desear una continuación de este camino, que me llevaba a atmósferas cada vez más enrarecidas, iguales a aquel humo en la canción de otoño de Nietzsche. (Página 70)

Se despidió. Despedida era, otoño era lo que me había dejado el perfume de la rosa de verano tan plena y fragante. (Página 156)

Con fingida alegría me puse a trotar sobre el asfalto de las calles, húmedo por la niebla. Las luces de los faroles, lacrimosas y empañadas, miraban a través de la blanda opacidad y absorbían del suelo mojado los difusos reflejos. Mis años olvidados de la juventud se me representaron; ¡cuánto me gustaban entonces aquellas noches turbias y sombrías de fines de otoño y del invierno; cuán ávido y embriagado aspiraba el ambiente de soledad y melancolía, correteando hasta medianoche por la naturaleza hostil y sin hojas, embutido en el gabán y bajo lluvia y tormenta, sólo ya aquella época también, pero lleno de profunda complacencia y de versos, que después en mi alcoba escribía a la luz de la vela sentado en el borde de la cama! (Páginas 30 y 31)

... ahora dejaba vivir y crecer a este trozo de mi persona, a este pedazo de mi naturaleza y de mi vida, que sólo llenaba una décima, una milésima parte de ella, libre de todas las otras figuras de mi yo, no turbado por el pensador, no martirizado por el lobo estepario, sin cohibir por el poeta, por el soñador, por el moralista. No; ahora no era yo sino amador, no respiraba ninguna otra ventura ni ninguna otra pena que las del amor. Ya Irmgard me había enseñado a bailar, Ida a besar, y la más hermosa, Emma, fue la primera que en una tarde de otoño, bajo el follaje de los olmos mecidos por el viento, me dio a besar sus pechos morenos y a beber el cáliz del placer.

Muchas cosas viví en el pequeño teatro de Pablo, y ni una milésima parte de ello puede expresarse con palabras. Todas las muchachas que en alguna ocasión había amado, fueron ahora mías; cada una me dio lo que sólo ella podía dar; a cada una le di lo que sólo ella podía tomar de mí. (Página 189)

viernes, 10 de diciembre de 2010

Hermann Hesse: VIVENCIAS DE OTOÑO


Hermann Hesse nació y murió en verano, sin embargo, a lo largo de su obra se percibe cierto predominio del otoño que -por decirlo a la manera de Julio Cortázar-, "por un azar que no busco comprender", sólo lo consignaré como curiosidad, a pesar de que no creo que se trate solamente de una suma de coincidencias literarias.

Vivencias de otoño es un testimonio escrito por Hesse poco después de haber cumplido los setenta y cinco años y cuando ya era premio Nobel de literatura, con la fama y el prestigio que eso conlleva -lo recibió en 1946, a los 69 años-. Esperaba la visita, en su casa de Suiza, de un amigo de la infancia, Otto Hartmann, quien había sido su compañero de estudios en el seminario evangélico de Maulbronn, relación que quedó consignada en la novela Narciso y Goldmundo.

En los días previos a su arribo, Hesse se sentía inquieto por lo que juzgaba el contraste entre lo que había sido la vida de ambos: En mi interior, sin embargo, me preocupaba y molestaba otro pensamiento más mezquino y vergonzoso. Mi amigo de la juventud, primero abogado, luego alcalde de una ciudad, después por un tiempo alto funcionario del Estado, y ahora, ya retirado, pero aún honrado con cargos importantes, no tuvo una vida confortable y despreocupada. Bajo el régimen de Hitler como funcionario incorruptible pasó hambre junto a su numerosa familia, después vino la guerra, los bombardeos, la pérdida de casa y bienes, pero con coraje y valentía aceptó una vida espartana de pocas necesidades. ¿Cómo encontraría entonces mi vida aquí, a salvo de la guerra, en una casa cómoda y espaciosa, con dos lugares de trabajo, con sirvientes y muchas otras comodidades que tanto me costaría hacer a un lado? ¿No le podrían parecer lujos fuera de lugar?.

Pero se consuela gracias al entusiasmo que le provoca el futuro reencuentro y recordar el carácter alegre y ánimo conciliador que caracterizaron a su antiguo compañero. Hesse le relató entonces a su hijo Martin, cómo se habían conocido sesenta y un años atrás, cuando sus respectivas madres los inscribieron en el seminario ya citado, y acabaron siendo grandes camaradas. Al llegar su amigo, todas las preocupaciones se desvanecieron, convivieron algunos días en los que hasta el clima de aquel otoño fue cómplice, ya que Hesse menciona unos días espléndidos en que pudieron pasear y su hijo les tomó algunas fotografías.

Hartmann había cargado un voluminoso paquete con toda la correspondencia que Hesse le había escrito a su hermana Adela, desde 1890 hasta 1948. Y aquí hay un párrafo que me llena de nostalgia: De manera que no sólo me trajo la posibilidad de conjurar los hechos pasados con su conversación sino, también, un arcón repleto de pasado. Suelo insistir mucho con mis amistades que permanecen en Tampico, mi lugar natal, cómo desde la distancia -en mi caso, más de cuatro mil kilómetros y hace ya casi treinta años que dejé el implacable calor del puerto-, las referencias, los objetos, cualquier detalle, adquieren una importancia que tal vez para los que todavía se encuentran allá, no la tengan. Por eso me conmueve tanto lo que dice Hesse: Entre aquellos para quienes escribo este relato, pocos son tan viejos como yo. La mayoría de ellos no comprenden cuánto significa un objeto para una persona de edad, especialmente cuando su vida se desarrolla lejos del espacio y de las imágenes de su juventud. Y prosigue más adelante: un fragmento de mueble, una fotografía, una carta descolorida cuya caligrafía y papel abre e ilumina, al ser revisada, cámaras enteras de tesoros de la vida pasada y donde descubrimos nombres de fantasía y expresiones familiares que hoy nadie más podría comprender y cuya resonancia, aún para nosotros, exige un esfuerzo para entender.

Al momento en que Hartmann se preparaba para marcharse, es posible que los dos coincidieran en silencio. En la despedida nos reímos sin decir una palabra de lo que ambos estábamos pensando: tal vez esta sea la última vez.

Más adelante Hesse narra como los días se hicieron más otoñales, los días lluviosos cada vez más negros, la quietud siempre más fría y en muchas cumbres ya había nieve. Para culminar ese párrafo habla de un domingo especialmente hermoso: hubiéramos deseado poder compartir con él esta tarde, ese azul, oro y blanco de los lejanos picos, la calma cristalina del aire, los grupos multicolores de los viñadores en las terrazas. Y alrededor de esas horas, cuando descendíamos pensando en él, mi amigo murió.



La ilustración corresponde a una fotografía de Hermann Hesse,
en Montagnola, Suiza, donde recibió a Otto Hartmann, en 1952.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Otoño: TRES POEMAS SOBRE EL OTOÑO, Hermann Hesse


Otoño prematuro

Huele con fuerza a hojas marchitas,
trigales vacíos y sin paisaje;
sabemos que alguna de las tormentas
desnudará al verano fatigado.

Crujen las vainas del esparto. Y de repente
lo legendario y lo remoto se nos aparecen,
todo lo que creemos tener en nuestras manos
y cada flor, como una maravilla, se extravía.

Medroso, crece un deseo en el alma asustada:
que no se una a la vida demasiado,
que viva como un árbol al marchitarse,
que no falte a su otoño fiesta ni color.

Esbozo

El viento del otoño cruje con frialdad entre los juncos secos,
ha envejecido con el anochecer;
tierra adentro, desde los sauces aletean cornejas.

Un viejo solitario descansa en una orilla,
siente el viento en su pelo, la noche y la nieve que se acercan,
desde la orilla en sombras mira la luz enfrente
donde entre nube y lago la línea de la costa más lejana
todavía refulge en la cálida luz:
un allende dorado, feliz como la poesía, como el sueño.

La mirada sostiene con firmeza el cuadro iluminado,
piensa en la patria y en los buenos años,
ve cómo el oro palidece y se extingue,
se aparta y lentamente
camina tierra adentro desde los sauces.

Excursión en el otoño tardío

La lluvia de otoño ha escarbado en el bosque grisáceo,
el valle tirita con el viento frío de la mañana
los duros frutos del castaño caen,
estallan y sonríen húmedos y pardos.

El otoño también ha escarbado en mi vida,
el viento arranca hojas desgarradas
y sacudiendo va rama tras rama, ¿dónde el fruto?

Florecí amor, fue sufrimiento el fruto
Florecí fe, y el odio fue su fruto.
Corre el viento por mis ramas estériles,
yo me río con él, aún resisto tormentas.

¿Cuál es el fruto para mí? ¿cuál mi meta?
Yo florecía y era mi meta florecer. Ahora marchito
y esa es la meta, no otra cosa,
breves las metas son que el alma se propone.

Dios vive en mí, Dios muere en mí, Dios sufre
en mi pecho, y es ésta meta suficiente.
Buen camino o errado, flor o fruto,
todo es lo mismo, nombres tan sólo.

El valle tirita con el viento frío de la mañana,
los duros frutos del castaño caen
y ríen fuerte y claro. Yo con ellos.


miércoles, 8 de diciembre de 2010

Decir Adiós es morir un poco (página 48)


Diana a veces parece una niña. Tiene esa desfachatez de quien no le pide nada a la vida y desconoce la angustia por la muerte. Es la temeridad de la inconsciencia. Sólo los puros de corazón atraviesan el pantano sin preocuparse por las manchas del plumaje. Tu divagación se trunca cuando ella regresa. Te peina con su mano y te pide que se vayan. La convences de que es prudente que salga sola, en tanto que tú la vas siguiendo para poderte asegurar de que no haya alguien al acecho. Lo acepta más como un juego que como una precaución necesaria.

lunes, 6 de diciembre de 2010

La novela póstuma de Dumas



Sólo con el fin de agotar el tema de la muerte de Dumas, consignaré que hace apenas cinco años apareció publicada por primera vez la novela inacabada que se encontraba escribiendo cuando falleció y de la que había aparecido su mayor parte como folletín en el Monitor Universal, entre enero y octubre de 1869. La novela en cuestión se titula El caballero Hector de Sainte-Hermine y fue rescatada y concluida por Claude Schopp, el experto más reconocido en la obra de Dumas. Con ella concluye la trilogía sobre la era napoleónica en Francia, que iniciara con Los compañeros de Jehú, para continuar con Los blancos y los azules, y cuya acción gira en torno a la familia Sainte-Hermine.


En sus investigaciones, Schopp se encontró en 1988 con una carta de Dumas que le permitió suponer la existencia de la novela. Buscando en los archivos de la Biblioteca Nacional de Francia, pudo recopilar gran parte de la obra, casi mil páginas, a través de los microfilms que archivan el Monitor Universal. Después obtuvo el esquema de lo que sería la novela completa, y pasó poco más de quince años investigando para poder reconstruirla hasta darle el final que debería ser acorde con lo planeado por el propio autor.


En la novela, que acontece en una época previa a la del Conde de Montecristo, el joven protagonista jura vengar a su padre y a sus hermanos muertos acabando con Napoleón, aunque termina siendo su protector y, entre otras cosas, da muerte al almirante Nelson durante la batalla de Trafalgar. Una reescritura libérrima de la historia, en la que el anónimo responsable de haber disparado su mosquete adquiere nombre y rasgos, lo cual debió divertir mucho al propio Dumas cuando se le ocurrió.


Lo insólito de este asunto es que un autor muerto en el siglo 19, haya colocado entre las novedades en las librerías, a principios del siglo 21, una obra suya publicada por primera vez y que, además, haya sido un éxito de ventas, no sólo en Francia (es de comprenderse su entusiasmo al haber recreado la muerte de Nelson en pleno Trafalgar: "Por fin han acabado conmigo"), sino también en otros países.


El propio Schopp afirma que además del gran narrador que era, uno de los mayores méritos de Dumas fue su capacidad para crear mitos. Los tres mosqueteros exaltaba el mito de la amistad y El Conde de Montecristo el de la justicia. El Caballero Hector de Sainte-Hermine fue traducida y publicada en español a finales de 2007.


Jules Etienne

viernes, 3 de diciembre de 2010

París, 1848: Verne se encuentra con Dumas


Antes de cumplir los veinte años, en 1847, Julio Verne dejó su ciudad natal, Nantes, para irse a estudiar derecho a París. En las biografías oficiales se asegura que fue un tío suyo quien lo introdujo en los círculos literarios parisinos, en donde le presentaron a Alejandro Dumas. Sin embargo, existe una anécdota consignada por Bernard Frank, en su biografía sobre Verne, que resulta bastante más divertida.

Los estudiosos de la vida de Verne coinciden en que padeció severos problemas digestivos, los cuales se originaron por lo mal que comía durante su época de estudiante. Algunos aseguran que su padre le enviaba una modesta suma mensual que apenas le alcanzaba para cubrir la parte que le correspondía por la renta de una habitación que compartía con su amigo Edouard Bonamy, y otros, que la mayor parte de ese dinero lo gastaba en libros. Como haya sido, el caso es que padeció una severa estrechez económica y era frecuente que enfrentara el día en ayunas.

En alguna ocasión acudió a la casa de Madame Barreré, en donde tenían lugar tertulias literarias frecuentadas por los escritores y artistas de entonces. Era una noche de 1848, y cuando el joven Verne abandonaba el lugar, se tropezó con un hombre mayor que él, de apariencia respetable y bien vestido, quien subía apresurado las escaleras y que casi lo arrolló con su ímpetu. No se le ocurrió otra ofensa que espetarle: "Debe haber usted cenado muy bien esta noche", a lo que aquel caballero le contestó: "Perfectamente, joven. Nada menos que un omelette de tocino al estilo Nantes". Como Verne era originario de esa ciudad, se sintió en la obligación de denostar la versión parisina de su platillo regional y afirmó con aire despectivo que la receta auténtica incluía el azafrán que en la capital no acostumbraban. El desconocido le preguntó entonces si él sabía cocinar y si podía preparar un omelette como el que describía, Verne respondió: "Sobre todo me los sé comer. ¿No traerá usted uno de casualidad?". El hombre le llamó insolente y lo retó, pero no a un duelo en defensa del honor, como se estilaba en aquellos tiempos, sino a cocinar el platillo tal y como la había descrito, por lo que le entregó su tarjeta de presentación, Verne quedó estupefacto al constatar que se trataba nada menos que de Alejandro Dumas.

Otras versiones indican que con quien hizo amistad en realidad, fue con el hijo de Dumas, del mismo nombre, ya que en una entrevista con Robert Sherard, publicada en Estados Unidos en el otoño de 1893, en McClure's Magazine, declaró: "Pero el amigo con el que tengo la deuda más profunda de gratitud y afecto es con Alejandro Dumas hijo, al cual conocí por primera vez a los veintiún años. Nos hicimos amigos casi al instante. Fue el primero en animarme. Pudiera decirse que fue mi primer protector. No nos hemos encontrado desde hace un buen tiempo pero, mientras viva, nunca me olvidaré de su gentileza, ni tampoco de lo que le debo. Me presentó a su padre; colaboramos juntos. Escribimos una obra titulada Las pajas rojas..."

Lo que es un hecho, perfectamente documentado, es que Alejandro Dumas padre impulsó la carrera de Verne y al parecer fue él quien lo introdujo con Pierre-Jules Hetzel, que sería el editor de sus obras.


La ilustración corresponde al cartel promocional de las nuevas publicaciones de Hetzel,
en 1890, incluidos Voyages Extraordinaires, de Jules Verne.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Páginas ajenas, a propósito de los carbonarios: VANINA VANINI, de Stendhal (fragmentos)


 
Aquel día tuvo suerte en su convite; los hombres estaban deslumbrados. Entre tantas mujeres destacadas, hubo que decidir cuál era la más bella: la elección no fue fácil, pero al fin quedó proclamada reina del baile la princesa Vanina, aquella joven de pelo negro y ojos de fuego. Inmediatamente los extranjeros y los jóvenes romanos abandonaron los demás salones y se aglomeraron en el que estaba ella.
(...)
 
A medianoche se difundió por el baile una noticia que suscitó bastante interés. Un joven carbonario que estaba encarcelado en el fuerte de Sant'Angelo acababa de fugarse, disfrazado, esa misma noche y, en un alarde de audacia novelesca, al llegar al último cuerpo de guardias de la prisión, había atacado a los soldados con una daga; pero resultó herido, los esbirros le seguían por las calles siguiendo el rastro de su sangre por lo que se esperaba su captura.

Mientras se comentaba esa anécdota, don Livio Savelli, deslumbrado por la gracia y la belleza de Vanina, con quien había estado bailando, le decía, al acompañarla a su lugar y deslumbrado por ella:

- Pero, por Dios, ¿quién puede conquistar su agrado?

- Ese joven carbonario que recién acaba de fugarse -le respondió Vanina-. Por lo menos, ha hecho algo más que tomarse el trabajo de nacer.
(...)
 
Sus dos hijos se hicieron jesuitas y luego murieron locos. El padre los ha olvidado pero le contraría mucho que su hija única, Vanina, no quiera casarse. Tiene ya diecinueve años y rechaza partidos brillantísimos. ¿Por qué razón? Por la misma que tuvo Sila para abdicar: su desprecio por los romanos.
(...)
 
- Pues bien, tú tienes valor; no te falta más que una elevada posición: te ofrezco mi mano y doscientas mil liras de renta. Yo me encargo de obtener el consentimiento de mi padre.

Pietro se arrojó a sus pies; Vanina estaba radiante de gozo.

- Te amo con pasión -le dijo el carbonario-, pero soy un pobre servidor de la patria, y cuanto más desgraciada es Italia, más obligado estoy a serle fiel. Para obtener el consentimiento de don Asdrúbal tendría que desempeñar un triste papel durante años. No te acepto, Vanina.

Missirilli se apresuró a comprometerse con estas palabras. Iba a faltarle el valor.

- Para mi desgracia -exclamó-, te amo más que a la vida y dejar Roma es para mí el peor de los suplicios.
(...)
 
- Pero -le dijo- me hice de una llave del despacho de mi tío, por los papeles que encontré allí, me he enterado de que una comisión compuesta por los cardenales y los prelados más importantes, se reúnen en el mayor secreto para deliberar sobre la cuestión de si conviene juzgar a esos carbonarios en Ravena o en Roma. Los nuevos carbonarios detenidos en Forli, y su jefe, un tal Missirilli, que cometió la tontería de entregarse, están en este momento detenidos en el castillo de San Leo.*
(...)
 
- Si yo amara algo en el mundo, sería usted, Vanina; pero, gracias a Dios, ya no tengo más que una finalidad en la vida: moriré encarcelado o intentando dar la libertad a Italia.

Stendhal: Henri Beyle (Francia, 1783-1842)
 
* El castillo de San Leo es el mismo en el que murió Cagliostro, se dice que estrangulado.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Verne y Dumas: LA SOCIEDAD DE LA NIEBLA


Hace unos días me había propuesto escribir algo sobre mi experiencia como lector de las novelas de aventuras tanto de Julio Verne como de Alejandro Dumas durante la época de mi preadolescencia. Del primero leí, además de sus trabajos más célebres, como sus viajes a la luna o al centro de la tierra y el trayecto del Nautilus al mando del capitán Nemo en el fondo del mar, otras obras menos difundidas, incluida alguna sobre la guerra de secesión en Estados Unidos: Norte contra sur y El Faro del fin del mundo, cuyo título siempre me ha fascinado. De Dumas, admito que disfruté más El Conde de Montecristo que Los tres mosqueteros. Y en los últimos años me ha asaltado la pregunta de cuál pudo ser la razón por la que mi madre preferiese que mis lecturas infantiles fueran, por ejemplo, Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain, por sobre Verne y Dumas, dos autores más afines con mi origen francés paterno. Como mi madre falleció hace algunos años, será imposible hacerle esa pregunta que no se me ocurrió plantearle en vida, a menos que consiga un buen espiritista que me pudiera poner en contacto con ella. Aunque si ese fuera el caso, me parece que tendría otras cuestiones más importantes que dilucidar desde ultratumba. Pero volviendo de la digresión, hurgando en las biografías de ambos autores, me encontré con algo de lo que, si bien dudo mucho que mi madre estuviera al tanto, tampoco puedo dejar de considerar: mi padre era muy católico, Caballero de Colón del cuarto grado -cualquier cosa que eso signifique, y en varias ocasiones me beneficié de la capa y espada que utilizaba en sus ceremonias para disfrazarme, debo subrayar que sin ningún afán de irreverencia, en la total ignorancia de su significado-, y tanto Verne como Dumas eran miembros de una sociedad secreta conocida como La Niebla, más afín con la masonería y los rosacruces, que con la iglesia católica.

De hecho, existen algunas investigaciones al respecto, como la de Michel Lamy, autor de Jules Verne: Iniciado e iniciador (publicada originalmente en francés en 1984) y traducida al inglés bajo el extenso título de El mensaje secreto de Jules Verne: Decodificando sus escritos ocultos, masónicos y rosacruces, quien coincidía con Charles Nöel- Martin, un científico francés muy respetado, creador de las llamadas tablas numéricas de la física nuclear, autor de El hombre galáctico: introducción a la filosofía del tercer milenio, y además de traducir al francés obras de Jack London y Robert Louis Stevenson, era reconocido como un apasionado experto en la vida y obra de Verne, hasta su fallecimiento en 2005.

En cuanto a Dumas, siempre fue bien conocida su inclinación por el esoterismo y sobre Los Mohicanos de París, la novela que he mencionado en fecha reciente con motivo de la expresión cherchez la femme, en ella se hacía referencia a la sociedad secreta de los carbonarios -de la que por cierto, se acusó a Stendhal de pertenecer, lo que provocó su expulsión de Italia-. Fue precisamente Dumas quien presentó a Verne con Pierre-Jules Hetzel, que se convertiría en su editor. Aquél fue masón y apoyó a Garibaldi en su proyecto de unificar Italia, mientras que Hetzel llegó a desempeñar cargos políticos de alto nivel en los ministerios de Marina y Asuntos Exteriores. A los escritores que llegaban a formar parte de La Niebla por invitación de Dumas, solían publicarlos en el Magazine de Educación y Recreo (Magazine d'Education et Récréation), de Hetzel, que dirigía Jean Macé, también masón.

En la novela El Imperio de color sangre, el canadiense Denis Coté reúne en una delirante aventura intemporal a ambos, Dumas y Verne, con Cagliostro, un personaje de dimensiones míticas, alquimista, estudioso de la cábala, masón y alto iniciado rosacruz, acusado de herejía por la inquisición -que no tenía nada de santa- y a quien el Papa Pío VI acusó de ser una amenaza para la supervivencia de la iglesia católica. Fue personaje en algunas novelas de Dumas, como sería el caso de Vida de Giuseppe Balsamo, también conocida como Memorias de un mago, y El collar de la reina. La primera fue adaptada al cine con el título original en inglés de Black Magic, en 1949 -aunque en español fue exhibida simplemente como Cagliostro-, protagonizada por Orson Welles.

Ahora me encuentro en plena lectura de la obra citada de Michel Lamy, la cual espero concluir en los próximos días, para ocuparme entonces de compartir con quienes tienen la paciencia de visitar este blog, las relaciones de Verne con las llamadas sociedades ocultas y sus polémicas profecías.



La ilustración de Cagliostro (1778), es obra de Le Gay de Meaux.