Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

lunes, 7 de noviembre de 2011

Verano: LLUVIA ESTIVAL, de Tomás Segovia



En la apartada noche ya sin nadie,
tibia, agitada, leve cae la lluvia,
sola para sí sola.
 
Íntima bailarina por la noche,
misteriosa, alocada,
gime allá, vuela, ahoga aquí una risa,
caprichosa musita, se interrumpe,
juguetona, inquietante,
viene y va, calla, desde lejos torna
con sonreídas lágrimas,
va a decir algo que en suspiro muere.
 
Y huyendo con susurros
y voces de sirena,
deja en el aire un mórbido perfume
de amor difunto en punzante recuerdo,
y en el alma el errático, incurable,
secreto amor de todas las derivas...
 
 
Tomás Segovia (Mexicano nacido en España, 1927-2011)

domingo, 6 de noviembre de 2011

Páginas ajenas: HORA MENOS, de Mario Benedetti


Hoy justo a las dos de la madrugada
el reloj sumiso atrasó una hora
en realidad fue orden del gobierno
aburrido de estar siempre en lo mismo

tal vez fue un ademán de independencia
pero es cierto que en la tarde siguiente
nos contemplamos con cara de noche

¿qué habrá pasado en tanto con el mundo?
¿habrá puesto también la marcha atrás?
¿los pájaros se fueron por el aire
y los murciélagos estornudaron?
nosotros invadimos el pretérito
y lo dejamos una hora más breve

hasta sentimos viejas a las sábanas
pero más joven al amor contiguo
esta hora menos nos escandaliza
nos caemos de espaldas o de culo
y no sabemos bien en dónde estamos
si por lo menos esta hora menos
nos achicara un poco la barriga
entonces propondría a los expertos
que por favor bajaran otra hora


Mario Benedetti: Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia
(Uruguay, 1920-2009)

jueves, 6 de octubre de 2011

El premio Nobel, un año después



No deja de ser curioso que el texto escrito durante al año pasado con mis observaciones y pronósticos para el premio Nobel, haya adquirido plena validez hasta ahora. El poeta sueco Tomas Tranströmer es en estos momentos objeto de las biografías apresuradas y las frases destacadas en los cables de la prensa internacional. La mayoría de los autores de dichas notas no han leído un poema de Tranströmer en su vida, pero esa es la naturaleza de la relación entre los medios y la celebridad. Porque partir de hoy, el poeta sueco dejará de ser un desconocido que sólo les interesaba a sus lectores, para ser mencionado y hasta citado por quienes se han enterado de su existencia a través de artículos lacónicos o de las noticias en televisión. Ahora todos saben que tiene ochenta años y de profesión sicólogo, le adjudican a su poesía las etiquetas de "austera", "introspectiva" o de un "realismo intimista" y en contraste hay quienes la califican como "surrealista"-que sería el caso de Diego Moreno, su editor en español: "Un poeta surrealista pero fácil de leer."-, sólo para darnos una ligera idea de las contradicciones al respecto.

Por cierto y como anécdota marginal, unos minutos antes de que se diera a conocer el nombre de Tranströmer, un sitio en internet que se ostenta como nobelprizeliterature.org se lo adjudicó al escritor serbio Dobrica Cosic: "El premio Nobel de Literatura 2011 es para el escritor serbio Dobrica Cosic, el último disidente del siglo 20, testigo de una era en declive, así como profeta de una era emergente". Lo penoso del asunto es que hasta la televisión serbia se dejó llevar por el engaño que no se aclararía cabalmente sino hasta que de manera oficial se proclamó al sueco como el legítimo ganador.

El 6 de octubre de 2010, incluí aquí en Mitos y reincidencias, un poema suyo, Desde la montaña, traducido por el poeta uruguayo Roberto Mascaró quien, según tengo entendido, se ha dedicado a permitirnos a los hispanoparlantes que no hablamos sueco, la lectura de la obra de Tranströmer. Esta es la última estrofa del poema en cuestión:

Un día vi navegar los deseos del mundo.
Todos el mismo rumbo: una misma flota
"Ahora estamos dispersos. Séquito de nadie."
Eso dicen las velas blancas.

El cielo a medio hacer es un breve poema que le dio título al volumen que apareció publicado en español apenas el año pasado. Así concluye:

Cada persona es una puerta entreabierta
que lleva a una habitación para todos.
La tierra infinita bajo nosotros.
El agua brilla entre los árboles.
La laguna es una ventana a la tierra.

Y ahora una estrofa de Postales negras, la traducción al español es este caso no es de Mascaró, sino de Francisco J. Uriz:

El calendario lleno, futuro desconocido.
El cable tararea la canción folclórica de ningún país.
Nieve cayendo en el mar de grafito. Sombras
luchan en el muelle.

La plaza salvaje tal vez sea su poema más apropiado en esta ocasión:

Cansado de todos los que llegan con palabras, palabras pero no lenguaje.
Parto hacia la isla cubierta de nieve.
Lo salvaje no tiene palabras.
¡Las páginas no escritas se ensanchan en todas direcciones!
Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo en la nieve.
Lenguaje, pero no palabras.

En una entrevista para el diario español El País, responde algo que lo puede definir mejor como creador: "Un poema no es otra cosa que un sueño que realizo en la vigilia. El sueño y el poema vienen de la misma persona. Tienen algunas leyes compartidas. Tengo una relación de mucho amor con el sueño. Me voy a la cama como si fuese una fiesta. El despertar es casi siempre una desilusión".
 
 
Jules Etienne

viernes, 16 de septiembre de 2011

Decir Adiós es morir un poco (página 48)



Ésta es una actividad restringida a las mujeres atractivas. Prohibida para adefesios. A una mujer hermosa no sólo se le perdona, sino que se le agradece el descaro de la golfería, su afán exhibicionista para saberse deseada, su apetito por subastarse para comprobar hasta cuánto estaría dispuesto a pagar un hombre por disfrutar unos momentos de su intimidad. En materia de sexo las leyes de la física son falibles: El camino más corto entre dos cuerpos no es la línea recta, sino el cachondeo de los egos.

Reconoces lo fácil que sería para cualquiera deshacerse de Dianita en una situación como ésta, encerrada con un desconocido. En eso, el tipo vuelve a la mesa con sus amigos. Ella viste -¿será mejor decir desviste?- un corpiño azul con un liguero sujetando unas medias negras. Puede reconocerte a la distancia y te saluda con su mano, un gesto al que ya empiezas a acostumbrarte. Alegre, se acerca. Se ha peinado con un par de coletas que sugieren una expresión adolescente. Una soberbia Lolita con lencería.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Los septiembres de Rosamunde Pilcher y Ruiz Zafón



Tal vez no parezca muy estimulante que en lugar de dedicar este espacio a algunos de los autores clásicos nacidos en septiembre, León Tolstói, Miguel de Cervantes o William Faulkner -de quien me ocupé en repetidas ocasiones durante el pasado mes de agosto-, lo haga con escritores de consumo popular como Agatha Christie, Rosamund Pilcher y Carlos Ruiz Zafón. La razón es la siguiente: estos tres escritores, además de ser también nativos del presente mes, han incluido la palabra septiembre como título de una novela, en el caso de estos dos últimos y, por otra parte, el festival en honor de Agatha Christie tiene lugar anualmente por estas fechas.

Comienzo entonces con Ruiz Zafón (25 de septiembre de 1964), al tratarse de un autor en nuestra lengua -al fin y al cabo no creo que las feministas puedan objetar que lo ubique antecediendo a dos escritoras, puesto que eso demuestra mi sentido de la equidad de géneros ya que no apelo a la tradicional expresión de "primero las damas" con que fui educado y que denotaría una diferencia por el solo hecho de ser mujeres-. Originario de Barcelona, radica en California desde hace ya casi veinte años y La sombra del viento es su novela más notable. Da principio con el capítulo denominado El cementerio de los libros olvidados que puede considerarse como su propuesta literaria más lograda. Es autor de una denominada trilogía de la niebla que integran El príncipe de la niebla (1993) y El palacio de la medianoche (1994), para concluir con Las luces de septiembre (1995), la cual es el motivo para mencionarlo en el presente texto. Este párrafo explica la razón del título:

"- La luces de septiembre -dijo Ismael mientras rebasaban el islote a estribor-. La leyenda, si la quieres llamar así, dice que una noche, a finales de verano, durante el baile de máscaras del pueblo, las gentes vieron cómo una mujer enmascarada tomaba un velero en el puerto y se hacía a la mar. Unos opinan que acudía a una cita secreta con su amante en el islote del faro; otros, que huía de un crimen inconfesable... Ya ves, todas las explicaciones son válidas porque, de hecho, nadie supo quien era. Su rostro estaba cubierto por una máscara. Sin embargo, mientras cruzaba la bahía, una terrible tormenta que se desató de improviso arrastró su bote contra las rocas y lo destrozó. La mujer misteriosa y sin rostro se ahogó, o al menos nunca se encontró su cuerpo. Días más tarde, la marea devolvió su máscara, destrozada por las rocas. Desde entonces, la gente dice que, durante los últimos días del verano, al anochecer, pueden verse luces en la isla..." (Página 63)

Rosamunde Pilcher (septiembre 22 de 1924), es británica y tras su matrimonio al final de la guerra, en 1946, se afincó en Escocia. Escribía relatos románticos para revistas femeninas bajo el seudónimo de Jane Fraser. A partir de la publicación de Los buscadores de conchas, en 1987, su carrera adquirió prestigio bajo su verdadero nombre -si bien Pilcher es el apellido de su marido, ella era Rosamunde Scott como soltera-. Su siguiente obra, editada en 1990, se titula precisamente Septiembre, y al igual que en el citado relato de Ruiz Zafón, alude a un baile en la misma temporada:

"En una de aquellas impetuosas salidas había conocido a Edmund Aird. Fue en septiembre, en un baile de cazadores..." (Página 111)

Otra mención del mes que da título a la novela aparece inmediatamente después:

"- Desgraciadamente, no todo el año es septiembre." (Página 112)

Desde su comienzo establece la temporada en la que transcurre la acción:

"- ¿Y para cuándo ha de ser?

- Creo que en septiembre. Es la época obligada. Habrá mucha gente para la temporada de caza, y muchos estarán aún de vacaciones. El dieciséis parece una buena fecha." (Página 15)

Por último, para conmemorar el natalicio de Agatha Christie, cuyo nombre era Agatha Mary Clarissa Miller (septiembre 15 de 1890), se celebra por estos días en Devon, Inglaterra, de donde era originaria, un festival anual con duración de una semana. Este año dio principio el pasado domingo 11 y concluirá el próximo 18. Como no soy un lector de su obra, sería incapaz de encontrar citas y referencias relativas al mes de septiembre entre sus 79 novelas o sus 19 obras teatrales -además de otra media docena de novelas románticas que escribió bajo el seudónimo bastante menos conocido de Mary Westmacott-, me limitaré a consignar que uno de sus títulos más famosos, Diez Negritos transcurre en una isla durante el verano, aunque en agosto:

"La generación actual alardeaba de un penoso descaro tanto en actitudes como en el resto de las cosas.

Nimbada por una aureola de honestidad y rígidos principios, la señorita Brent, en aquel vagón de tercera clase, repleto de viajeros, se quejaba de la falta de comodidades y del calor. En estos tiempos la gente encuentra obstáculos en todas partes. Es preferible una inyección antes que dejarse extraer una muela... se toma un somnífero si no se puede conciliar el sueño... se arrellanan en los sillones entre cojines... y las muchachas, casi desnudas, se exhiben en las playas durante el verano." (Del capítulo 1)

Un poco de literatura de consumo que se refiere al mes de septiembre. En días subsecuentes incluiré algunos poemas -para uno de los cuales abriré un paréntesis entre mis prejuicios sobre el grandilocuente Walt Whitman-, y por supuesto, también Lolita, de Vladimir Nabokov, ya que lo narrado por su protagonista en tiempo pasado establece la perspectiva de septiembre de 1952, lo cual puntualiza en repetidas ocasiones.

martes, 6 de septiembre de 2011

Páginas ajenas: ESCUPIRÉ SOBRE TU TUMBA, de Boris Vian



(Fragmento del capítulo II)

Hacía buen tiempo. El verano estaba por terminar. La ciudad olía a polvo. A la orilla del río se podía estar fresco bajo los árboles. No había salido desde mi llegada y aún no conocía el campo, a las afueras de la ciudad. Necesitaba cambiar un poco de ambiente. Pero también tenía una necesidad mucho más apremiante, que me atormentaba. Me hacían falta mujeres.

Aquella tarde habían dado las cinco, al bajar la persiana metálica no me quedé adentro, trabajando bajo la luz fluorescente. Tomé mi sombrero y con mi chaqueta colgada del brazo, me fui directamente a la farmacia de enfrente. Yo vivía justo arriba. En la farmacia había tres clientes. Un adolescente de unos quince años y dos muchachas más o menos de la misma edad. Me miraron con indiferencia y volvieron a sumirse en la contemplación de sus vasos de leche malteada. La sola visión de sus brebajes estuvo a punto de matarme. Por fortuna llevaba el antídoto en el bolsillo de mi chaqueta.

Me senté en la barra, a un taburete de distancia de la mayor de las dos chamacas. La mesera, una morena muy fea, alzó ligeramente la cabeza al verme.

- ¿Qué sirven aquí sin leche? -pregunté.

- Limonada -propuso-. ¿Jugo de toronja? ¿de tomate? ¿Coca Cola?

- Jugo de toronja -le dije-. No me llene el vaso.

Busqué en mi chaqueta y destapé mi bourbon.

- Alcohol aquí, no -protestó ligeramente la mesera.

- No se preocupe, es mi medicina -me reí-. No tenga temor por su licencia...

Le pagué con un dólar. Había recibido mi cheque esa mañana. Noventa dólares semanales. Clem tenía amigos que valían la pena. La mesera me devolvió el cambio y le dejé una buena propina.

No es que el jugo de toronja con bourbon sea nada del otro mundo, pero de cualquier manera es mejor que el jugo solo. Me sentía mejor. Todo iba a salir bien. Los tres jóvenes me miraban. Para esos mocosos un tipo de veintiséis años ya es todo un viejo; le sonreí a la güerita; llevaba un suéter azul celeste con rayas blancas, sin cuello, las mangas dobladas hasta el codo y calcetas blancas. Era simpática. Con buena figura para su edad. Al tacto debía ser tan firme como las ciruelas maduras. No llevaba sostén y los pezones se distinguían a través de la lana. Me devolvió la sonrisa.

- Hace calor, ¿eh? -pregunté tanteando.

- Para morirse -respondió mientras se desperazaba.

En sus axilas se notaban dos manchas de humedad. Eso me produjo un extraño efecto. Me levanté para poner una moneda de cinco centavos en la ranura de la rockola.

- ¿Te quedan ánimos para bailar? -le pregunté aproximándome a ella.

- ¡Oh! ¡Me vas a matar! -dijo.

Se repegó tanto cuando bailábamos que me dejó sin aliento. Olía a bebé recién bañado. Era esbelta, alcé el brazo y deslicé mis dedos justo debajo de su pecho. Los otros dos nos miraban hasta que decidieron imitarnos. Era el estribillo de Shoo Fly Pie, cantaba Dinah Shore. Ella lo tarareaba mientras bailábamos. La mesera se distrajo de su revista para vernos bailar, pero luego volvió a sumergirse en su lectura.

No llevaba nada debajo del suéter, podía notarlo en seguida. Menos mal que el disco terminó porque un par de minutos más y yo habría perdido el control. Nos soltamos, volvió a su asiento y me miró.

- No bailas tan mal, para ser un adulto... -dijo-.

- Me enseñó mi abuelo -respondí.

- Se nota -se burló-. Pero por cinco centavos no se puede pedir mucho ritmo...

- De jive seguramente me puedes dar lecciones, pero yo podría enseñarte otras cosas.

Entornó sus ojos.

- ¿Cosas de mayores?

lunes, 5 de septiembre de 2011

NOVELA NEGRA: Algunos seudónimos notables



Tal y como me había comprometido a hacerlo cuando el número de visitantes a Mitos y reincidencias alcanzó la cifra de veinte mil, y en vista de que el texto con el título de Novela negra y seudónimos literarios del pasado 14 de febrero -fecha, por cierto, significativa para el hampa de Chicago ya que conmemora la célebre masacre de San Valentín de 1929-, se ha prestado a la confusión ya que se trata de una mera reflexión personal incitada por el encuentro BC negra 2011, que tuvo lugar en Barcelona, y no de una relación con los nombres de los autores del género que recurrieron a la seudonimia para publicar su obra. De tal modo que en esta ocasión me ocuparé de algunos escritores que adquirieron fama con su correspondiente seudónimo.

Comenzaré por dejar establecido que los más notables, como Dashiell Hammett, Raymond Chandler y James M. Cain, no acostumbraron el uso de un mote literario. El nombre completo del primero era Samuel Dashiell Hammett y algunas veces, sobre todo al principio de su carrera, cuando publicaba cuentos en la revista Black Mask, utilizó los seudónimos de Peter Collinson, Daghull Hammett, Mary Jane Hammett y Samuel Dashiell, aunque en este último caso ni siquiera debiera considerarse como tal debido a su obviedad. Las novelas El halcón maltés, La cosecha roja y El hombre delgado, fueron publicadas con su nombre auténtico. Raymond Chandler y James M. (por Mallahan) Cain, nunca escribieron bajo seudónimo.

Suele ubicarse a Ross Macdonald como el heredero más visible de la tradición iniciada por los citados Hammett y Chandler. Su nombre era Kenneth Millar y nació en un lugar llamado Los Gatos, en California, sus padres eran canadienses y por eso creció en la provincia de Ontario e incluso allí se casó en 1938. William Goldman describió su estilo como "la serie detectivesca más fina de todos los tiempos escrita en América". El nombre de su clásico personaje Lew Archer, está tomado de Miles Archer, socio de Sam Spade a quien asesinan al principio de El halcón maltés. Lo que Bogart representa en el cine para la obra de Hammett, es lo que Paul Newman significó para la de Macdonald, en películas como El blanco móvil y La piscina mortal.

Aun cuando en rigor no se trata precisamente un seudónimo, el caso de Patricia Highsmith, cuyo nombre era Mary Patricia Plangman, resulta interesante. Tejana de nacimiento, no conoció a su padre sino hasta que había cumplido los doce años. Tomó el apellido Highsmith de Stanley, su padrastro. Se inició como escritora cuandó tras una visita a México, en 1945, donde permaneció cinco meses en Taxco, escribió el volumen de cuentos En la plaza. La creadora del serial de Ripley publicó su primera novela, Extraños en un tren, cinco años después, la cual sería llevada al cine por Alfred Hitchcock con adaptación de Raymond Chandler. En 1952 apareció El precio de la sal, novela de tema lésbico con un sorpresivo final feliz, bajo el seudónimo de Claire Morgan. En 1989 fue reeditada como Carol. Nunca le molestó que juzgaran como misantropía su carácter introvertido: "Mi imaginación -aseguraba- funciona mucho mejor cuando no tengo que hablar con la gente."

James Hadley Chase, a quien se le conoce como el autor de No hay orquídeas para Miss Blandish y Con las mujeres nunca se sabe, se llamaba en realidad René Brazoban Raymond y aunque por lo general sus tramas se ambientaban en el período de la gran depresión estadounidense, en realidad era un inglés nacido en Londres que consultaba mapas y un diccionario de expresiones coloquiales para dotar de credibilidad a sus escenarios y personajes. También publicó bajo los seudónimos de James L. Doherty, Raymond Marshall y Ambrose Grant, este último para Más mortífero que el hombre. Sus novelas fueron frecuentemente adaptadas al cine y destaca de manera particular Eva, dirigida por Joseph Losey.

Si bien publicó La novia vestía de negro y el cuento La ventana indiscreta con su verdadero nombre de Cornell Woolrich, también era reconocido por su seudónimo de William Irish, al cual se acreditan novelas como Vals en la oscuridad. El nombre completo era Cornell George Hopley-Woolrich y La noche tiene mil ojos la firmó como George Hopley. Su obra ha sido objeto de múltiples versiones cinematográficas por parte de realizadores con el prestigio de Alfred Hitchcock, en el caso de La ventana indiscreta, y de Francois Truffaut, quien dirigió tanto La novia vestía de negro, con Jeanne Moreau, como La sirena del Mississippi, que adaptaba Vals en la oscuridad, con Jean Paul Belmondo y Catherine Deneuve como la pareja protagónica. Más tarde se volvería a filmar en inglés bajo el título de Pecado original, con Angelina Jolie y Antonio Banderas.

Salvatore Albert Lombino adoptó el apelativo legal de Evan Hunter cuando tenía veintiséis años, y su seudónimo favorito era el de Ed McBain, aunque también publicó como Hunt Collins, Curt Cannon, Richard Martsen, Ezra Hannon, John Abbott y alguna vez hasta como S. A. Lombino, que era su nombre auténtico. Si bien en el conjunto de su obra prevalece el género policiaco, una de sus novelas más notables fue Jungla de pizarras (Blackboard Jungle), que a su paso por el cine se volvería Semilla de maldad, drama sobre un maestro, la rebeldía y el racismo de sus alumnos de secundaria, a mediados de la década de los años cincuenta. Hunter escribió el guión para la película Los pájaros, de Alfred Hitchcock, adaptando una novela de Daphne du Maurier y también fue autor de libretos para la serie televisiva Columbo, los cuales firmó como Ed McBain. El cine francés recurrió en diversas ocasiones a sus novelas, destacando Lazos de sangre (Le Liens de Sang, aunque en España se exhibió como Laberinto mortal), dirigida por Claude Chabrol; y una de mis favoritas, Sin motivo aparente, sobre su novela Diez más uno (Ten Plus One), con un reparto encabezado por Jean-Louis Trintignant, Dominique Sanda y Laura Antonelli.

Mickey Spillane es como se conoce a Frank Morrison Spillane, un neoyorquino de Brooklyn que se inició escribiendo guiones para tiras cómicas como El Capitán América -lo cual es perceptible en el laconismo de sus diálogos y lo escueto de las descripciones-. Su primera novela, Yo, el jurado, apareció en 1946. Ha sido considerado uno de los autores más gruesos y menos literarios del género, creador del detective privado Mike Hammer y de la novela El beso mortal o Bésame moribunda (Kiss me, Deadly), que fue llevada al cine en 1955. Una traducción más actual circula en España con el título de Red Siniestra. La mejor herencia de Mickey Spillane al cine mexicano es, sin duda, la ingeniosa parodia Llámenme Mike, dirigida por Alfredo Gurrrola en 1979.

Boris Vian se hacía pasar por el traductor de Vernon Sullivan, un supuesto autor estadounidense de raza negra. Lo singular de su situación amerita ser abordada en un texto posterior.

Resulta curioso el hecho de que los novelistas del género en lengua española no recurren al empleo del seudónimo. Una lista muy amplia encabezada por los más destacados, Manuel Vázquez Montalbán y Andreu Martín, lo confirma. La excepción, notable por cierto, sería Honorio Bustos Domecq, el nombre urdido por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares para la serie de misterios resueltos desde la cárcel por Isidro Parodi, asunto del que ya me he ocupado con anterioridad: http://mitosyreincidencias.blogspot.com/2011/02/proposito-de-seudonimos-honorio-bustos.html

viernes, 26 de agosto de 2011

Páginas ajenas: AGOSTO, de Federico García Lorca

 
 
Agosto
Contraponientes
de melocotón y azúcar,
y el sol dentro de la tarde,
como el hueso en una fruta.

La panocha guarda intacta
su risa amarilla y dura.

Agosto.
Los niños comen
pan moreno y rica luna.
 
 
Federico García Lorca (España, 1898-1936)

jueves, 25 de agosto de 2011

Páginas ajenas: AVELINO ARREDONDO, de Jorge Luis Borges


"Disponía asimismo de un tablero de ajedrez..."

(Sabía que su meta era la mañana del día veinticinco de agosto.)

El hecho aconteció en Montevideo, en 1897.
 
Cada sábado los amigos ocupaban la misma mesa lateral en el Café del Globo, a la manera de los pobres decentes que saben que no pueden mostrar su casa o que rehúyen su ámbito. Eran todos montevideanos; al principio les había costado amistarse con Arredondo, hombre de tierra adentro, que no se permitía confidencias ni hacía preguntas. Contaba poco más de veinte años; era flaco y moreno, más bien bajo y tal vez algo torpe. La cara habría sido casi anónima, si no la hubieran rescatado los ojos, a la vez dormidos y enérgicos. Dependiente de una mercería de la calle Buenos Aires, estudiaba Derecho a ratos perdidos. Cuando los otros condenaban la guerra que asolaba el país y que, según era opinión general, el presidente prolongaba por razones indignas, Arredondo se quedaba callado. También se quedaba callado cuando se burlaban de él por tacaño.

Poco después de la batalla de Cerros Blancos, Arredondo dijo a los compañeros que no lo verían por un tiempo, ya que tenía que irse a Mercedes. La noticia no inquietó a nadie. Alguien le dijo que tuviera cuidado con el gauchaje de Aparicio Saravia; Arredondo respondió, con una sonrisa, que no les tenía miedo a los blancos. El otro, que se había afiliado al partido, no dijo nada.Más le costó decirle adiós a Clara, su novia. Lo hizo casi con las mismas palabras. Le previno que no esperara cartas, porque estaría muy atareado. Clara, que no tenía costumbre de escribir, aceptó el agregado sin protestar. Los dos se querían mucho.
 
Arredondo vivía en las afueras. Lo atendía una parda que llevaba el mismo apellido porque sus mayores habían sido esclavos de la familia en tiempo de la Guerra Grande. Era una mujer de toda confianza; le ordenó que dijera a cualquier persona que lo buscara que él estaba en el campo. Ya había cobrado su último sueldo en la mercería.
 
Se mudó a una pieza del fondo, la que daba al patio de tierra. La medida era inútil, pero lo ayudaba a iniciar esa reclusión que su voluntad le imponía.
 
Desde la angosta cama de fierro, en la que fue recuperando su hábito de sestear, miraba con alguna tristeza un anaquel vacío. Había vendido todos sus libros, incluso los de introducción al Derecho. No le quedaba más que una Biblia, que nunca había leído y que no concluyó.
 
La cursó página por página, a veces con interés y a veces con tedio, y se impuso el deber de aprender de memoria algún capítulo del Éxodo y el final del Ecclesiastés. No trataba de entender lo que iba leyendo. Era librepensador, pero no dejaba pasar una sola noche sin repetir el padrenuestro que le había prometido a su madre al venir a Montevideo. Faltar a esa promesa filial podría traerle mala suerte.
 
Sabía que su meta era la mañana del día veinticinco de agosto. Sabía el número preciso de días que tenía que trasponer. Una vez lograda la meta, el tiempo cesaría o, mejor dicho, nada importaba lo que aconteciera después. Esperaba la fecha como quien espera una dicha y una liberación. Había parado su reloj para no estar siempre mirándolo, pero todas las noches, al oír las doce campanadas oscuras, arrancaba una hoja del almanaque y pensaba un día menos.
 
Al principio quiso construir una rutina. Matear, fumar los cigarrillos negros que armaba, leer y repasar una determinada cuota de páginas, tratar de conversar con Clementina cuando ésta le traía la comida en una bandeja, repetir y adornar cierto discurso antes de apagar la candela. Hablar con Clementina, mujer ya entrada en años, no era muy fácil, porque su memoria había quedado detenida en el campo y en lo cotidiano del campo.
 
Disponía asimismo de un tablero de ajedrez en el que jugaba partidas desordenadas que no acertaban con el fin. Le faltaba una torre que solía suplir con una bala o con un vintén.

Para poblar el tiempo, Arredondo se hacía la pieza cada mañana con un trapo y con un escobillón y perseguía a las arañas. A la parda no le gustaba que se rebajara a esos menesteres, que eran de su gobierno y que, por lo demás, él no sabía desempeñar.

Hubiera preferido recordarse con el sol ya bien alto, pero la costumbre de hacerlo cuando clareaba pudo más que su voluntad. Extrañaba muchísimo a sus amigos y sabía sin amargura que éstos no lo extrañaban, dada su invencible reserva. Una tarde preguntó por él uno de ellos y lo despacharon desde el zaguán. La parda no lo conocía; Arredondo nunca supo quién era. Ávido lector de periódicos, le costó renunciar a esos museos de minucias efímeras. No era hombre de pensar ni de cavilar.
 
Sus días y sus noches eran iguales, pero le pesaban más los domingos.
 
A mediados de julio conjeturó que había cometido un error al parcelar el tiempo, que de cualquier modo nos lleva. Entonces dejó errar su imaginación por la dilatada tierra oriental, hoy ensangrentada, por los quebrados campos de Santa Irene, donde había remontado cometas, por cierto petiso tubiano, que ya habría muerto, por el polvo que levanta la hacienda, cuando la arrean los troperos, por la diligencia cansada que venía cada mes desde Fray Bentos con su carga de baratijas, por la bahía de La Agraciada, donde desembarcaron los Treinta y Tres, por el Hervidero, por cuchillas, montes y ríos, por el Cerro que había escalado hasta la farola, pensando que en las dos bandas del Plata no hay otro igual. Del cerro de la bahía pasó una vez al cerro del escudo y se quedó dormido.

Cada noche la virazón traía la frescura, propicia al sueño. Nunca se desveló.
 
Quería plenamente a su novia, pero se había dicho que un hombre no debe pensar en mujeres, sobre todo cuando le faltan. El campo lo había acostumbrado a la castidad. En cuanto al otro asunto... trataba de pensar lo menos posible en el hombre que odiaba.

El ruido de la lluvia en la azotea lo acompañaba.
 
Para el encarcelado o el ciego, el tiempo fluye aguas abajo, como por una leve pendiente. Al promediar su reclusión Arredondo logró más de una vez ese tiempo casi sin tiempo. En el primer patio había un aljibe con un sapo en el fondo; nunca se le ocurrió pensar que el tiempo del sapo, que linda con la eternidad, era lo que buscaba.
 
Cuando la fecha no estaba lejos, empezó otra vez la impaciencia. Una noche no pudo más y salió a la calle. Todo le pareció distinto y más grande. Al doblar una esquina, vio una luz y entró en un almacén. Para justificar su presencia, pidió una caña amarga. Acodados contra el mostrador de madera conversaban unos soldados. Dijo uno de ellos:
 
- Ustedes saben que está formalmente prohibido que se den noticias de las batallas. Ayer tarde nos ocurrió una cosa que los va a divertir. Yo y unos compañeros de cuartel pasamos frente a La Razón. Oímos desde afuera una voz que contravenía la orden. Sin perder tiempo entramos. La redacción estaba como boca de lobo, pero lo quemamos a balazos al que seguía hablando. Cuando se calló, lo buscamos para sacarlo por las patas, pero vimos que era una máquina que le dicen fonógrafo y que habla sola.
 
Todos se rieron.
 
Arredondo se había quedado escuchando. El soldado le dijo:
 
- ¿Qué le parece el chasco, aparcero?
 
Arredondo guardó silencio. El del uniforme le acercó la cara y le dijo:
 
- Gritá en seguida: ¡Viva el Presidente de la Nación, Juan Idiarte Borda!
 
Arredondo no desobedeció. Entre aplausos burlones ganó la puerta. Ya en la calle lo golpeó una última injuria.
 
- El miedo no es sonso ni junta rabia.
 
Se había portado como un cobarde, pero sabía que no lo era. Volvió pausadamente a su casa.
 
El día veinticinco de agosto, Avelino Arredondo se recordó a las nueve pasadas. Pensó primero en Clara y sólo después en la fecha. Se dijo con alivio: Adiós a la tarea de esperar. Ya estoy en el día.
 
Se afeitó sin apuro y en el espejo lo enfrentó la cara de siempre. Eligió una corbata colorada y sus mejores prendas. Almorzó tarde. El cielo gris amenazaba llovizna; siempre se lo había imaginado radiante. Lo rozó un dejo de amargura al dejar para siempre la pieza húmeda. En el zaguán se cruzó con la parda y le dio los últimos pesos que le quedaban. En la chapa de la ferretería vio rombos de colores y reflexionó que durante más de dos meses no había pensado en ellos. Se encaminó a la calle de Sarandí. Era día feriado y circulaba muy poca gente.
 
No habían dado las tres cuando arribó a la Plaza Matriz. El Te Deum ya había concluido; un grupo de caballeros, de militares y de prelados, bajaba por las lentas gradas del templo. A primera vista, los sombreros de copa, algunos aún en la mano, los uniformes, los entorchados, las armas y las túnicas, podían crear la ilusión de que eran muchos; en realidad, no pasarían de una treintena. Arredondo, que no sentía miedo, sintió una suerte de respeto. Preguntó cuál era el presidente. Le contestaron:
 
- Ése que va al lado del arzobispo con la mitra y el báculo.
 
Sacó el revólver e hizo fuego.
 
Idiarte Borda dio unos pasos, cayó de bruces y dijo claramente: Estoy muerto.
 
Arredondo se entregó a las autoridades. Después declararía:
 
- Soy colorado y lo digo con todo orgullo. He dado muerte al Presidente, que traicionaba y mancillaba a nuestro partido. Rompí con los amigos y con la novia, para no complicarlos; no miré diarios para que nadie pueda decir que me han incitado. Este acto de justicia me pertenece. Ahora, que me juzguen.
 
Así habrán ocurrido los hechos, aunque de un modo más complejo; así puedo soñar que ocurrieron. 

Jorge Luis Borges (Argentina, 1899-1986)

viernes, 19 de agosto de 2011

Páginas ajenas: ÚLTIMAS CARTAS DESDE LA LOCURA, de Vincent van Gogh



 Agosto de 1889.
Ayer me puse otra vez a trabajar un poco –algo que veo desde mi ventana- un campo  amarillo en plena labor; la oposición de la tierra labrada violácea con las fajas de rastrojo amarillo, fondo de colinas. El trabajo me distrae infinitamente más que cualquier otra cosa y si pudiera, cuando ya me sienta bien, dedicarme de lleno con toda mi energía, sería posiblemente el mejor remedio. La imposibilidad de tener modelos, un montón de otras cosas, sin embargo, me frenan.

En fin, debo ir aceptando las cosas con cierta pasividad y he de tener paciencia.
 
Vincent van Gogh (Holanda, 1853-1890)
 
La ilustración corresponde a un paisaje pintado por Van Gogh en Saint-Rémy-de-Provence, Francia, en 1889.

martes, 16 de agosto de 2011

Páginas ajenas: MILÁN, AGOSTO DE 1943, de Salvatore Quasimodo



 En vano buscas entre el polvo,
pobre mano, la ciudad ha muerto.
Ha muerto, se oyó el último trueno
en el corazón del barrio viejo,
y el pájaro ha caído desde la antena,
allí arriba sobre el convento,
en donde cantaba, antes del crepúsculo.
No caven pozos en los patios,
ya no tienen sed los vivos.
No toquen a los muertos, tan rojos, tan hinchados:
déjenlos sobre la tierra de sus casas,
la ciudad está muerta, muerta.

 
 
Salvatore Quasimodo (Italia, 1901-1968). Obtuvo el premio Nobel en 1959.
 
La ilustración corresponde la Piazza della Vetra en Milán, tras el bombardeo del 14 y 15 de agosto de 1943.

lunes, 15 de agosto de 2011

Páginas ajenas: PEDRO PÁRAMO, de Juan Rulfo


(Fragmentos)

Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de las saponarias.

El camino subía y bajaba: Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para el que viene, baja.
 
- ¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo?

- Comala, señor.

(...)

Salí a la calle para buscar el aire; pero el calor que me perseguía no se despegaba de mí.
Y es que no había aire; sólo la noche entorpecida y quieta, acalorada por la canícula de agosto.

No había aire. Tuve que sorber el mismo aire que salía de mi boca, deteniéndolo con las manos antes de que se fuera. Lo sentía ir y venir, cada vez menos; hasta que se hizo tan delgado que se filtró entre mis dedos para siempre.

Digo para siempre.

Tengo memoria de haber visto algo así como nubes espumosas haciendo remolino sobre mi cabeza y luego enjuagarme con aquella espuma y perderme en su nublazón. Fue lo último que vi.


Juan Rulfo (México, 1917-1986)

(Aquí se puede leer Pedro Páramo con un prólogo de Jorge Volpi:

sábado, 13 de agosto de 2011

William Faulkner y el portero del prostíbulo


Al mismo tiempo que me encontraba investigando acerca de William Faulkner, de quien me he estado ocupando por estas fechas con el pretexto de que su obra aparece pletórica de referencias al mes de agosto, un día me encontré en la bandeja de mi correo electrónico con un mensaje titulado El portero del prostíbulo, el cual imaginé uno de esos felices hallazgos con que la vida suele escribir el libro de las coincidencias. En una entrevista que con el tiempo se volvería célebre, Faulkner afirmó que el lugar que proporciona el ambiente ideal para el trabajo de un escritor es un burdel. Esto debido a que en cierta época trabajó en un prostíbulo de Nueva Orléans -se me ocurre que similar al que aparece en aquella película Niña Bonita (Pretty Baby), de Louis Malle, y también me remite a la colección fotográfica Retratos de Storyville (Storyville Portraits), del legendario E. J. Bellocq-, y fue entonces que descubrió su insólita paz matutina, lo que le permitía escribir sin interrupciones y cuando las mujeres al fin despertaban, solían platicarle sus vivencias, que suelen ser más estimulantes para un escritor que las de una madre de familia de buena conducta: "El lugar está tranquilo durante la mañana, que es la mejor parte del día para trabajar. En las noches hay la suficiente actividad social como para que el artista no se aburra..."

En algunas de sus biografías apuntan que lo despidieron de dicho trabajo porque acostumbraba a beber más de lo que obtenía como salario. "El artista es sólo responsable ante su obra. Será completamente despiadado si es un buen artista. Tiene un sueño, y ese sueño le angustia tanto que debe librarse de él. Hasta entonces no tiene paz. Lo echará todo por la borda: el honor el orgullo, la decencia, la seguridad, la felicidad, todo, con tal de escribir el libro. Si un artista tiene que robarle a su madre, no vacilará en hacerlo...", afirmaba en esa misma entrevista.

Por todo lo ya mencionado, la lectura de El portero del prostíbulo resultó permeada por la nugacidad. Se trata de una simple fábula predecible, anodina y burda, con moraleja incluida, sobre la improbable experiencia del analfabeta de un pequeño pueblo, donde trabaja como portero del burdel y lo despiden por no saber leer ni escribir. Entonces empieza a transportar herramientas por encargo, desde la ciudad más cercana, hasta que eso le permite montar primero una ferretería y más tarde su propia fábrica, para terminar convertido en el hombre más rico del pueblo. El alcalde le pregunta cómo es posible que hubiese podido construir un imperio industrial siendo analfabeta, "¿qué hubiera sido de usted si hubiera sabido leer y escribir?", a lo que el sujeto le responde: "Si yo hubiera sabido leer y escribir... ¡sería el portero del prostíbulo!".

Este tipo de parábolas que apelan a la ignorancia de quien las lee realmente me indignan. Se requiere de un alto grado de incoherencia para suponer que alguien puede construir una fábrica de herramientas en un pueblo que carece de carreteras y que su volumen de ventas podría llegar a ser tan alto que le permitiría convertirse en un millonario el cual, supongo, nunca declaraba impuestos ni firmaba contratos, o de plano se rodeó de los contadores y abogados más honestos que el surrealismo pudiera concebir en sus mayores delirios. Mi conclusión sería que en lugar de transportar herramientas a lomo de burro, debió esforzarse por aprender a leer y escribir. Eso le habría permitido retener su trabajo en el burdel, sin duda más divertido que sus trayectos guiado por asnos. Y tal vez hasta hubiese ganado el premio Nobel de literatura, como lo hizo Faulkner.


Jules Etienne

La ilustración corresponde a la fotografía de una prostituta en un burdel de la zona roja de Nueva Orleans que forma parte de la colección Storyville Portraits (1912), de E. J. Bellocq.

La entrevista con William Faulkner traducida al español es posible leerla en: http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/faulkner.htm

jueves, 11 de agosto de 2011

La influencia de Faulkner negada por Juan Rulfo

"Cuentan que en una ocasión coincidieron ambos en París y se reunieron para tomar un café."
 
Mario Vargas Llosa en su ensayo El viaje a la ficción, reconoce que: "Sin la influencia de Faulkner no hubiera habido novela moderna en América Latina." Y así lo confirman las obras de Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti, el propio Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, quien al momento de recibir el premio Nobel de literatura, en 1982, en su discurso de aceptación ante la Academia Sueca refirió:
 
"Un día como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en este lugar: Me niego a admitir el fin del hombre. No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra."
 
El mismo García Márquez admitiría en una entrevista, el influjo de Mientras yo agonizo sobre La hojarasca: "Es indudable la relación." Y es que como subraya Vargas Llosa sobre ambas historias, "no están contadas por un narrador omnisciente sino por los propios personajes (que velan al muerto), cuyas conciencias van sucediéndose en el primer plano del relato." Aunque hay también quienes consideran que la mayor influencia que recibió de Faulkner sobre el conjunto de su obra, proviene de El sonido y la furia: "Como en Faulkner, en García Márquez la novela es autogénesis: toda creación es un hechizo...", establece Carlos Fuentes en su indispensable análisis de La nueva novela hispanoamericana.
 
Se dice que el uruguayo Juan Carlos Onetti conservaba una fotografía de William Faulkner en su mesa de trabajo. "Con Faulkner y su novela Absalón, Absalón. me pasó algo extraordinario: la consideré tan buena que tuve días en los que me pareció inútil seguir escribiendo."
 
Por alguna razón, Rulfo acostumbraba a negar la influencia de Faulkner en su obra, la cual siempre se ha señalado. No tenía mucho de haberse publicado El llano en llamas, cuando Carlos Blanco Aguinaga publicó el ensayo Realidad y estilo de Juan Rulfo, en el que advertía vestigios de Faulkner en sus textos. Sin embargo, al cumplirse veinticinco años de la publicación de Pedro Páramo, en una entrevista para el diario Excélsior, el escritor declaró que: "Por ahí se dice que hay influencia de Faulkner en Pedro Páramo. No es verdad, porque cuando escribí Pedro Páramo no conocía a Faulkner." Y Carlos Fuentes consigna que el propio Rulfo le comentó que la verdadera influencia habría que ubicarla en la literatura islandesa: "Viene de la novela Gente independiente de Halldor Laxness". Sin embargo, su aseveración se torna contradictoria, ya que en 1979, al revisar El llano en llamas con el fin de modificar el orden de los cuentos para su reedición, Rulfo dijo que desearía dejar fuera a Macario, porque era muy fuerte la presencia de Faulkner. Ese cuento había sido publicado originalmente en 1946, en el número 48 de la revista América, en tanto que Pedro Páramo apareció hasta 1955.
 
A propósito de ambos autores, Onetti, quien era un personaje muy encerrado en sí mismo, y Rulfo, por su parte, silencioso y discreto. Cuentan que en una ocasión coincidieron ambos en París y se reunieron para tomar un café. Permanecieron ensimismados, uno frente al otro en la mesa de una cafetería, sin hablar, durante tres horas, al cabo de las cuales se levantaron para despedirse. Rulfo le dijo entonces, con su proverbial sencillez: "Otra vez será".

Jules Etienne

La lectura del discurso íntegro de García Márquez es posible en:

El cuento de Juan Rulfo, se puede leer completo aquí: Macario.

sábado, 6 de agosto de 2011

Páginas ajenas: AGOSTO, de Jaime Torres Bodet



Va a llover... Lo ha dicho al césped

el canto fresco del río;
el viento lo ha dicho al bosque
y el bosque al viento y al río.

Va a llover... Crujen las ramas
y huele a sombra en los pinos.

Naufraga en verde el paisaje.
Pasan pájaros perdidos.

Va a llover... Ya el cielo empieza
a madurar en el fondo
de tus ojos pensativos.
 

Jaime Torres Bodet (México, 1902-1974)

jueves, 4 de agosto de 2011

Agosto: AL FILO DEL AGUA, de Agustín Yáñez

"¿qué tendrá la luna hermosa de agosto?"
 
(Fragmento: La desgracia de Damián Limón)
 
2
 
Agosto es mes de muerte y desgracias. El cuchillo de la canícula se mueve a diestra y siniestra. Don Gregorio, el cajamuertero, se prepara con tiempo; desde mayo, desde junio, compra los materiales que pueda ir necesitando y sin que nadie los encargue hace dos o tres ataúdes para que no se le tome desprevenido y allí ande con carreras a la hora de la hora. ¡Pobres de los enfermos crónicos! ¡Ay de los niños! Esa mala luna siniestra. Y los ganados, que sufren diezma. Mes de sequía, de calores malignos, de calma en el regazo de las nubes. La calma que frustra las siembras. Los enfermos, las madres, los agricultores pasan el mes -hasta el día de San Bartolomé-, pasan el mes con el alma en vilo. ¡Con qué flojera ve don Refugio que agosto va llegando: que le hablan de aquí, de allá, que un viaje a este y aquel rancho, que fulano está en las últimas, que a perengano de nada le han servido las medicinas, que usted tuvo la culpa de que zutano haya muerto! Y como si no fueran bastantes las muertes naturales -¿qué tendrá la luna hermosa de agosto? ¿qué tendrá el sol, y el cielo de fuego, y el aire seco?- vienen las muertes violentas, por accidentes inexplicables o en pleitos repentinos.
Agosto es mes funesto.
 
 
Agustín Yáñez (México, 1904-1980)

miércoles, 3 de agosto de 2011

Páginas ajenas: EL JUEGO DEL MUERTO, de Rubem Fonseca

"... trabajaba en un bar de la calle del Catete y lo vi todo, las lágrimas, los gritos..."
 
(Fragmento que alude al mes de agosto)
 
Y ahora vamos a entrar en agosto, dijo, el mes en que Getúlio se pegó el tiro en el corazón. Yo era un chiquillo entonces, trabajaba en un bar de la calle del Catete y lo vi todo, las lágrimas, los gritos, la gente desfilando ante el ataúd, el cuerpo, cuando lo llevaban al Santos Dumont, los soldados disparando las metralletas contra la gente. Si tuve mala racha en julio, ya verás en agosto.
 
Pues no apuestes este mes, dijo Gonçalves, que acababa de prestarle doscientos mil cruceiros.
 
No, este mes tengo que recuperar parte de lo que llevo perdido, dijo Anísio con aire sombrío.
 
Los cuatro amigos ampliaron para aquel mes de agosto las reglas del juego. Aparte de la cantidad, la edad y el color de los muertos, añadieron el estado civil y la profesión. El juego se iba haciendo más complejo.
 
Creo que hemos inventado un juego que va a resultar más popular que la lotería, dijo Marinho. Ya medio borrachos, se rieron tanto, que Fernando hasta se orinó en los pantalones.
 
 
Rubem Fonseca (Brasil, 1925)
 
La lectura del cuento íntegro es posible en este vínculo:

martes, 2 de agosto de 2011

Un detective en agosto

 
La novela Agosto, de Rubem Fonseca, rebasa los límites genéricos para reinventar su contexto histórico: el suicidio del dictador brasileño Getúlio Vargas, presidente en funciones -episodio en la historia de Brasil que también refiere de manera apenas incidental en su relato El juego del muerto-, en agosto de 1954, como se establece en el siguiente diálogo: 
 
"Mientras Mattos se entregaba a estas reflexiones, Alice escribía en su diario, en la mesa de la sala. Últimamente, ella permanecía callada, mirando a la pared, o bien escribiendo horas enteras en su grueso cuaderno de pasta dura.
 
- ¿En qué piensas?
 
- En Getulio Vargas -Pausa-. ¿Y tú?
 
- Tengo cosas más importantes que pensar. Tengo mi vida
 
- Getulio Vargas es parte de mi vida -dijo Mattos.
 
- Getúuio te encarceló cuando eras estudiante.
 
- No fue él. Fue un esbirro cualquiera. Siento pena por Getulio. Sé que suena absur- do; yo mismo me sorprendo."
 
Mario César Carvalho en su artículo La pesadilla de la historia, en el cual emprende un análisis de la novela, establece: "No es fortuito que casi todos los personajes reales de la historia se conviertan en personajes secundarios en Agosto. Fonseca parece interesado en el encuentro del ciudadano común con la historia del país, en el choque de la historia mitológica con lo cotidiano y viceversa."
 
Investigando el asesinato de un hombre de negocios, el comisario Alberto Mattos, desencantado y ulceroso, emprende sus amargas reflexiones sobre la descompo- sición del tejido social: "Sacó un Pepsamar del bolsillo, lo masticó, lo mezcló con saliva y lo tragó. Él había cumplido la ley. ¿Había hecho un mundo mejor?". El personaje que simboliza la legalidad, la justicia, el respeto a los valores y las instituciones, se enfrenta a lo largo de sus pesquisas con toda clase de hampones: asesinos a sueldo, periodistas deshonestos, políticos corruptos y empresarios coludidos.

Este escenario, típico de la novela negra, resulta ideal para la denuncia de una realidad lacerante. Funciona lo mismo con los autores que ubican la acción de sus novelas en la actualidad, como para aquellos que reelaboran otra época, como sería el caso de Fonseca, quien ya nos advierte desde el propio epígrafe, que proviene del Ulises de James Joyce: "La Historia, dijo Stephen, es una pesadilla de la cual estoy tratando de despertar."
 
Carvalho afirma que Fonseca indagó en libros, revistas y periódicos de la época, con el fin de mostrar a "la Historia como una estúpida sucesión de acontecimientos fortuitos, un enredo de falsedades".

Vargas Llosa, al abordar el tema en El "Gran Arte" de la parodia, reconoce que el mayor mérito de Fonseca consiste en aprovechar los materiales y recetas de la literatura de consumo popular, como punto de partida para elaborar una literatura de calidad.
 

Jules Etienne