Regresa la primavera a Vancouver.

lunes, 10 de enero de 2011

Dashiell Hammett: UN CINCUENTENARIO


Ahora forma parte del lenguaje coloquial de cualquier lector el término de novela negra, por eso resulta un tanto inusitado cuestionarse: ¿cuándo se empezó a utilizar? Se percibe tan familiar que ya no parece interesarnos lo relativo a su origen. Con mayor razón cuando contagió con tanta fortuna al cine, al grado de que lo volvió uno de los géneros de culto más respetados. Ningún cinéfilo que se precie de serlo puede deambular por la vida sin conocer El halcón maltés. El nombre de Sam Spade de inmediato nos remite a Humphrey Bogart. Pero la obra de Dashiell Hammett es bastante más que una novela que inspiró la película dirigida por John Huston en 1941 y que fuera protagonizada por uno de los mayores íconos en la historia del cine.

En el libro de aliento biográfico Dashiell Hammett, una hija recuerda, de Jo (diminutivo por Josephine) Hammett, ella se pregunta si la salud de su padre no se hubiera quebrantado tanto, si no hubiese sido contagiado por la influenza cuando se enlistó en el ejército durante la primera guerra mundial, ¿de todos modos hubiese sido escritor? O nos habríamos privado de la lectura de novelas como La cosecha roja y el cine carecería de uno de sus clásicos y de la afortunada serie de El hombre delgado (The Thin Man).

Hammett renovó la novela policiaca tradicional, divertimento basado en la observación que se resolvía a través del método deductivo, para desplazarlo por una renovada lógica de la acción, la que mejor reflejaba la realidad urbana de la ley seca y la gran depresión -con el respectivo colapso de los principios que habían regido en la sociedad estadounidense hasta entonces-, cuando la lucha por la supervivencia se inscribe en el marco de una ética del absurdo en la que distinguir el bien del mal deviene en un asunto aleatorio y los personajes sólo intentan mantenerse con vida: "Cuando no se ha fijado el rumbo, ni siquiera se necesita una brújula. Con la vida a la deriva, la única intención es mantenerse a flote".*

Su primera novela fue publicada en 1929, de la que André Gide señalaba en su diario, en 1943, al otro lado del Atlántico: "... en La cosecha roja, esos diálogos conducidos con mano maestra, son para enfrentarlos con Hemingway y hasta con Faulkner, todo el relato es de una habilidad y un cinismo impecables. En ese género es lo más notable que he leído." El poeta Luis Cernuda incluso fue más lejos al afirmar que "en sus mejores momentos nos parece superior" a los propios Hemingway y Faulkner.

Sin embargo, no deja de ser curioso lo que su hija admite: "Aunque nunca lo dijo, papá estaba profundamente decepcionado de sí mismo. Él quería ser reconocido como un autor serio, lo mismo que sus amigos con los que se tomaba sus tragos -los Faulkners, los Fitzgeralds. Pero pensaba que nunca lo consiguió. A pesar de que sabía que era bueno en lo que hacía, tal vez el mejor. Ciertamente fue uno de los más imitados. He tenido tanta influencia en la literatura americana como cualquiera, decía. Una copia manuscrita de El simple arte de matar, de Raymond Chandler, un tributo sincero y elocuente a su obra, fue una de las pocas posesiones personales que siempre conservó. Estaba muy orgulloso de su trabajo, pero hubiera querido hacer más."

Hombre congruente con sus ideas, Hammett tuvo el valor de comparecer ante el Comité de actividades antiamericanas que encabezaba el perverso senador McCarthy, y lo afrontó con gran dignidad. El proceso quedaría plasmado en Tiempo de canallas, escrito por Lillian Hellman, quien fuera su pareja durante buena parte de su vida. Al final fue condenado a seis meses de prisión por negarse a proporcionar información.

El 8 de enero de 1961, a las cuatro de la mañana, Lillian Hellman recibió una llamada del hospital. Hammett se encontraba muy mal. Ya no eran sólo el enfisema y el cáncer de pulmón con sus complicaciones cardíacas, sino que además presentaba un cuadro de neumonía. Se vistió de prisa y tomó un taxi. Al llegar junto a él, la enfermera, pensando que su muerte era inminente, le pidió que le gritara al oído para ver si reaccionaba. Sorprendido, todavía alcanzó a abrir los ojos y la miró con una profunda expresión de terror. Trató de alzar su cabeza pero ya no pudo. Nunca volvió a recuperar la conciencia. Murió a las siete de la mañana del 10 de enero. Hoy se cumplen cincuenta años de eso. Había nacido el 27 de mayo de 1894. Samuel Dashiell Hammett era su nombre completo. Es decir Sam, lo mismo que Spade.


* párrafo extraido de la novela Decir Adiós es morir un poco (página 99).

(La traducción del inglés de los fragmentos de Dashiell Hammett, una hija recuerda,
son de mi autoría)

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