Regresa la primavera a Vancouver.

martes, 15 de marzo de 2011

Una Serenata para Lupe (fragmento inicial)



"Estoy muy cansada de todo esto y no sé que hacer conmigo misma": Lupe Vélez

- No sé de que podrías tener miedo, Estelle -más que dirigirse a su amiga, Lupe dejó que la pregunta flotara en su propia incertidumbre y desvió la mirada sin esperar respuesta-. Estoy llegando a un punto en donde lo único que temo es la vida.

Debió ser por el fresco de la madrugada, pero su voz sonaba ajena, como si hubiera dejado de pertenecerle, con un ligero temblor que Estelle atribuyó al frío. Tenía la fragilidad de un lamento quebradizo a punto de romperse y no se percibían en ella vestigios de su intensidad habitual. El automóvil se alejó hasta perderse en la oscuridad de North Rodeo Drive mientras la figura de Lupe Vélez, de por sí menudita, se fue haciendo más pequeña por el espejo retrovisor, pero su amiga ya no alcanzó a verla entrar de nuevo en la casa, seguida por los fieles Chips y Chops que ladraban su propia inquietud. Adiós Estelle, hay muchas cosas más que quisiera decirte, que ya nunca sabrás... Eran casi las cuatro y la señora Kinder la esperaba despierta. Todavía le preguntó si se le ofrecía algo, pero en realidad Lupe ya no necesitaría gran cosa, acaso un frasco de seconales y redactar unas notas de despedida. A veces me siento como si tuviera cien años, como si fuera una anciana lista para el asilo. ¡Dios santo! ¿Cuánto habré vivido que ni siquiera lo noté? Entre tanto frenesí, su existencia había dejado de ser una suma con los trozos de sueños y pesadillas para tornarse una última resta de lo que ya no sería.

Empezó a escribir con su letra torpe, de rasgos infantiles, unas líneas para Harald y recordó el día en que lo había conocido. ¿Por qué tuviste que atravesarte en mi camino? ¿Cómo fui a enredarme con un hombre que no sirve ni para bolearse los zapatos? Su arraigado catolicismo la mantenía convencida de que la vida es como un mapa trazado por un ser supremo y es muy poco lo que puede hacer la voluntad. Había vivido y moriría bajo la sombra de un determinismo religioso. Y pensar que hasta llegué a imaginarme que podíamos compartir la vida. Visitaba el foro en el que filmaban El Pirata y la dama, para encontrarse con Arturo de Córdova, cuando un desconocido llamó su atención: un joven aventirero, atractivo, de origen confuso y pasado fantasioso, que se prestaba para incitar los celos de aquél. Sin embargo, de Córdova solía mantener la tibieza, sobre todo en materia de romances, y fiel a su estilo se habrá dicho a sí mismo: "No tiene la menor importancia", para dar vuelta a la página y cerrar el capítulo que llevaba el nombre de Lupe Vélez. Estoy tan cansada de todo el mundo. La gente cree que peleo por capricho, por puro gusto; pero es que en realidad siempre he tenido que pelear por todo. Desde que era una niña no he hecho otra cosa que pelear.

A través de la ventana percibió una brisa templada que provocaba el murmullo de las hojas al caer presagiando el fin del otoño. A la distancia, se escuchaba la tonada de Serenata a la luz de la luna. Algún vecino debería estar rindiendo una suerte de homenaje premonitorio a Glenn Miller, quien desaparecería al día siguiente en un vuelo militar que nunca llegó a París, su destino original, tal vez derribado por la artillería alemana. Eran tiempos de guerra, pero Lupe ya tenía la suya propia como para todavía andar pensando en las guerras ajenas. Había luchado tanto y estaba por perderlo todo.

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