Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

viernes, 16 de septiembre de 2011

Decir Adiós es morir un poco (página 48)



Ésta es una actividad restringida a las mujeres atractivas. Prohibida para adefesios. A una mujer hermosa no sólo se le perdona, sino que se le agradece el descaro de la golfería, su afán exhibicionista para saberse deseada, su apetito por subastarse para comprobar hasta cuánto estaría dispuesto a pagar un hombre por disfrutar unos momentos de su intimidad. En materia de sexo las leyes de la física son falibles: El camino más corto entre dos cuerpos no es la línea recta, sino el cachondeo de los egos.

Reconoces lo fácil que sería para cualquiera deshacerse de Dianita en una situación como ésta, encerrada con un desconocido. En eso, el tipo vuelve a la mesa con sus amigos. Ella viste -¿será mejor decir desviste?- un corpiño azul con un liguero sujetando unas medias negras. Puede reconocerte a la distancia y te saluda con su mano, un gesto al que ya empiezas a acostumbrarte. Alegre, se acerca. Se ha peinado con un par de coletas que sugieren una expresión adolescente. Una soberbia Lolita con lencería.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Los septiembres de Rosamunde Pilcher y Ruiz Zafón



Tal vez no parezca muy estimulante que en lugar de dedicar este espacio a algunos de los autores clásicos nacidos en septiembre, León Tolstói, Miguel de Cervantes o William Faulkner -de quien me ocupé en repetidas ocasiones durante el pasado mes de agosto-, lo haga con escritores de consumo popular como Agatha Christie, Rosamund Pilcher y Carlos Ruiz Zafón. La razón es la siguiente: estos tres escritores, además de ser también nativos del presente mes, han incluido la palabra septiembre como título de una novela, en el caso de estos dos últimos y, por otra parte, el festival en honor de Agatha Christie tiene lugar anualmente por estas fechas.

Comienzo entonces con Ruiz Zafón (25 de septiembre de 1964), al tratarse de un autor en nuestra lengua -al fin y al cabo no creo que las feministas puedan objetar que lo ubique antecediendo a dos escritoras, puesto que eso demuestra mi sentido de la equidad de géneros ya que no apelo a la tradicional expresión de "primero las damas" con que fui educado y que denotaría una diferencia por el solo hecho de ser mujeres-. Originario de Barcelona, radica en California desde hace ya casi veinte años y La sombra del viento es su novela más notable. Da principio con el capítulo denominado El cementerio de los libros olvidados que puede considerarse como su propuesta literaria más lograda. Es autor de una denominada trilogía de la niebla que integran El príncipe de la niebla (1993) y El palacio de la medianoche (1994), para concluir con Las luces de septiembre (1995), la cual es el motivo para mencionarlo en el presente texto. Este párrafo explica la razón del título:

"- La luces de septiembre -dijo Ismael mientras rebasaban el islote a estribor-. La leyenda, si la quieres llamar así, dice que una noche, a finales de verano, durante el baile de máscaras del pueblo, las gentes vieron cómo una mujer enmascarada tomaba un velero en el puerto y se hacía a la mar. Unos opinan que acudía a una cita secreta con su amante en el islote del faro; otros, que huía de un crimen inconfesable... Ya ves, todas las explicaciones son válidas porque, de hecho, nadie supo quien era. Su rostro estaba cubierto por una máscara. Sin embargo, mientras cruzaba la bahía, una terrible tormenta que se desató de improviso arrastró su bote contra las rocas y lo destrozó. La mujer misteriosa y sin rostro se ahogó, o al menos nunca se encontró su cuerpo. Días más tarde, la marea devolvió su máscara, destrozada por las rocas. Desde entonces, la gente dice que, durante los últimos días del verano, al anochecer, pueden verse luces en la isla..." (Página 63)

Rosamunde Pilcher (septiembre 22 de 1924), es británica y tras su matrimonio al final de la guerra, en 1946, se afincó en Escocia. Escribía relatos románticos para revistas femeninas bajo el seudónimo de Jane Fraser. A partir de la publicación de Los buscadores de conchas, en 1987, su carrera adquirió prestigio bajo su verdadero nombre -si bien Pilcher es el apellido de su marido, ella era Rosamunde Scott como soltera-. Su siguiente obra, editada en 1990, se titula precisamente Septiembre, y al igual que en el citado relato de Ruiz Zafón, alude a un baile en la misma temporada:

"En una de aquellas impetuosas salidas había conocido a Edmund Aird. Fue en septiembre, en un baile de cazadores..." (Página 111)

Otra mención del mes que da título a la novela aparece inmediatamente después:

"- Desgraciadamente, no todo el año es septiembre." (Página 112)

Desde su comienzo establece la temporada en la que transcurre la acción:

"- ¿Y para cuándo ha de ser?

- Creo que en septiembre. Es la época obligada. Habrá mucha gente para la temporada de caza, y muchos estarán aún de vacaciones. El dieciséis parece una buena fecha." (Página 15)

Por último, para conmemorar el natalicio de Agatha Christie, cuyo nombre era Agatha Mary Clarissa Miller (septiembre 15 de 1890), se celebra por estos días en Devon, Inglaterra, de donde era originaria, un festival anual con duración de una semana. Este año dio principio el pasado domingo 11 y concluirá el próximo 18. Como no soy un lector de su obra, sería incapaz de encontrar citas y referencias relativas al mes de septiembre entre sus 79 novelas o sus 19 obras teatrales -además de otra media docena de novelas románticas que escribió bajo el seudónimo bastante menos conocido de Mary Westmacott-, me limitaré a consignar que uno de sus títulos más famosos, Diez Negritos transcurre en una isla durante el verano, aunque en agosto:

"La generación actual alardeaba de un penoso descaro tanto en actitudes como en el resto de las cosas.

Nimbada por una aureola de honestidad y rígidos principios, la señorita Brent, en aquel vagón de tercera clase, repleto de viajeros, se quejaba de la falta de comodidades y del calor. En estos tiempos la gente encuentra obstáculos en todas partes. Es preferible una inyección antes que dejarse extraer una muela... se toma un somnífero si no se puede conciliar el sueño... se arrellanan en los sillones entre cojines... y las muchachas, casi desnudas, se exhiben en las playas durante el verano." (Del capítulo 1)

Un poco de literatura de consumo que se refiere al mes de septiembre. En días subsecuentes incluiré algunos poemas -para uno de los cuales abriré un paréntesis entre mis prejuicios sobre el grandilocuente Walt Whitman-, y por supuesto, también Lolita, de Vladimir Nabokov, ya que lo narrado por su protagonista en tiempo pasado establece la perspectiva de septiembre de 1952, lo cual puntualiza en repetidas ocasiones.

martes, 6 de septiembre de 2011

Páginas ajenas: ESCUPIRÉ SOBRE TU TUMBA, de Boris Vian



(Fragmento del capítulo II)

Hacía buen tiempo. El verano estaba por terminar. La ciudad olía a polvo. A la orilla del río se podía estar fresco bajo los árboles. No había salido desde mi llegada y aún no conocía el campo, a las afueras de la ciudad. Necesitaba cambiar un poco de ambiente. Pero también tenía una necesidad mucho más apremiante, que me atormentaba. Me hacían falta mujeres.

Aquella tarde habían dado las cinco, al bajar la persiana metálica no me quedé adentro, trabajando bajo la luz fluorescente. Tomé mi sombrero y con mi chaqueta colgada del brazo, me fui directamente a la farmacia de enfrente. Yo vivía justo arriba. En la farmacia había tres clientes. Un adolescente de unos quince años y dos muchachas más o menos de la misma edad. Me miraron con indiferencia y volvieron a sumirse en la contemplación de sus vasos de leche malteada. La sola visión de sus brebajes estuvo a punto de matarme. Por fortuna llevaba el antídoto en el bolsillo de mi chaqueta.

Me senté en la barra, a un taburete de distancia de la mayor de las dos chamacas. La mesera, una morena muy fea, alzó ligeramente la cabeza al verme.

- ¿Qué sirven aquí sin leche? -pregunté.

- Limonada -propuso-. ¿Jugo de toronja? ¿de tomate? ¿Coca Cola?

- Jugo de toronja -le dije-. No me llene el vaso.

Busqué en mi chaqueta y destapé mi bourbon.

- Alcohol aquí, no -protestó ligeramente la mesera.

- No se preocupe, es mi medicina -me reí-. No tenga temor por su licencia...

Le pagué con un dólar. Había recibido mi cheque esa mañana. Noventa dólares semanales. Clem tenía amigos que valían la pena. La mesera me devolvió el cambio y le dejé una buena propina.

No es que el jugo de toronja con bourbon sea nada del otro mundo, pero de cualquier manera es mejor que el jugo solo. Me sentía mejor. Todo iba a salir bien. Los tres jóvenes me miraban. Para esos mocosos un tipo de veintiséis años ya es todo un viejo; le sonreí a la güerita; llevaba un suéter azul celeste con rayas blancas, sin cuello, las mangas dobladas hasta el codo y calcetas blancas. Era simpática. Con buena figura para su edad. Al tacto debía ser tan firme como las ciruelas maduras. No llevaba sostén y los pezones se distinguían a través de la lana. Me devolvió la sonrisa.

- Hace calor, ¿eh? -pregunté tanteando.

- Para morirse -respondió mientras se desperazaba.

En sus axilas se notaban dos manchas de humedad. Eso me produjo un extraño efecto. Me levanté para poner una moneda de cinco centavos en la ranura de la rockola.

- ¿Te quedan ánimos para bailar? -le pregunté aproximándome a ella.

- ¡Oh! ¡Me vas a matar! -dijo.

Se repegó tanto cuando bailábamos que me dejó sin aliento. Olía a bebé recién bañado. Era esbelta, alcé el brazo y deslicé mis dedos justo debajo de su pecho. Los otros dos nos miraban hasta que decidieron imitarnos. Era el estribillo de Shoo Fly Pie, cantaba Dinah Shore. Ella lo tarareaba mientras bailábamos. La mesera se distrajo de su revista para vernos bailar, pero luego volvió a sumergirse en su lectura.

No llevaba nada debajo del suéter, podía notarlo en seguida. Menos mal que el disco terminó porque un par de minutos más y yo habría perdido el control. Nos soltamos, volvió a su asiento y me miró.

- No bailas tan mal, para ser un adulto... -dijo-.

- Me enseñó mi abuelo -respondí.

- Se nota -se burló-. Pero por cinco centavos no se puede pedir mucho ritmo...

- De jive seguramente me puedes dar lecciones, pero yo podría enseñarte otras cosas.

Entornó sus ojos.

- ¿Cosas de mayores?

lunes, 5 de septiembre de 2011

NOVELA NEGRA: Algunos seudónimos notables



Tal y como me había comprometido a hacerlo cuando el número de visitantes a Mitos y reincidencias alcanzó la cifra de veinte mil, y en vista de que el texto con el título de Novela negra y seudónimos literarios del pasado 14 de febrero -fecha, por cierto, significativa para el hampa de Chicago ya que conmemora la célebre masacre de San Valentín de 1929-, se ha prestado a la confusión ya que se trata de una mera reflexión personal incitada por el encuentro BC negra 2011, que tuvo lugar en Barcelona, y no de una relación con los nombres de los autores del género que recurrieron a la seudonimia para publicar su obra. De tal modo que en esta ocasión me ocuparé de algunos escritores que adquirieron fama con su correspondiente seudónimo.

Comenzaré por dejar establecido que los más notables, como Dashiell Hammett, Raymond Chandler y James M. Cain, no acostumbraron el uso de un mote literario. El nombre completo del primero era Samuel Dashiell Hammett y algunas veces, sobre todo al principio de su carrera, cuando publicaba cuentos en la revista Black Mask, utilizó los seudónimos de Peter Collinson, Daghull Hammett, Mary Jane Hammett y Samuel Dashiell, aunque en este último caso ni siquiera debiera considerarse como tal debido a su obviedad. Las novelas El halcón maltés, La cosecha roja y El hombre delgado, fueron publicadas con su nombre auténtico. Raymond Chandler y James M. (por Mallahan) Cain, nunca escribieron bajo seudónimo.

Suele ubicarse a Ross Macdonald como el heredero más visible de la tradición iniciada por los citados Hammett y Chandler. Su nombre era Kenneth Millar y nació en un lugar llamado Los Gatos, en California, sus padres eran canadienses y por eso creció en la provincia de Ontario e incluso allí se casó en 1938. William Goldman describió su estilo como "la serie detectivesca más fina de todos los tiempos escrita en América". El nombre de su clásico personaje Lew Archer, está tomado de Miles Archer, socio de Sam Spade a quien asesinan al principio de El halcón maltés. Lo que Bogart representa en el cine para la obra de Hammett, es lo que Paul Newman significó para la de Macdonald, en películas como El blanco móvil y La piscina mortal.

Aun cuando en rigor no se trata precisamente un seudónimo, el caso de Patricia Highsmith, cuyo nombre era Mary Patricia Plangman, resulta interesante. Tejana de nacimiento, no conoció a su padre sino hasta que había cumplido los doce años. Tomó el apellido Highsmith de Stanley, su padrastro. Se inició como escritora cuandó tras una visita a México, en 1945, donde permaneció cinco meses en Taxco, escribió el volumen de cuentos En la plaza. La creadora del serial de Ripley publicó su primera novela, Extraños en un tren, cinco años después, la cual sería llevada al cine por Alfred Hitchcock con adaptación de Raymond Chandler. En 1952 apareció El precio de la sal, novela de tema lésbico con un sorpresivo final feliz, bajo el seudónimo de Claire Morgan. En 1989 fue reeditada como Carol. Nunca le molestó que juzgaran como misantropía su carácter introvertido: "Mi imaginación -aseguraba- funciona mucho mejor cuando no tengo que hablar con la gente."

James Hadley Chase, a quien se le conoce como el autor de No hay orquídeas para Miss Blandish y Con las mujeres nunca se sabe, se llamaba en realidad René Brazoban Raymond y aunque por lo general sus tramas se ambientaban en el período de la gran depresión estadounidense, en realidad era un inglés nacido en Londres que consultaba mapas y un diccionario de expresiones coloquiales para dotar de credibilidad a sus escenarios y personajes. También publicó bajo los seudónimos de James L. Doherty, Raymond Marshall y Ambrose Grant, este último para Más mortífero que el hombre. Sus novelas fueron frecuentemente adaptadas al cine y destaca de manera particular Eva, dirigida por Joseph Losey.

Si bien publicó La novia vestía de negro y el cuento La ventana indiscreta con su verdadero nombre de Cornell Woolrich, también era reconocido por su seudónimo de William Irish, al cual se acreditan novelas como Vals en la oscuridad. El nombre completo era Cornell George Hopley-Woolrich y La noche tiene mil ojos la firmó como George Hopley. Su obra ha sido objeto de múltiples versiones cinematográficas por parte de realizadores con el prestigio de Alfred Hitchcock, en el caso de La ventana indiscreta, y de Francois Truffaut, quien dirigió tanto La novia vestía de negro, con Jeanne Moreau, como La sirena del Mississippi, que adaptaba Vals en la oscuridad, con Jean Paul Belmondo y Catherine Deneuve como la pareja protagónica. Más tarde se volvería a filmar en inglés bajo el título de Pecado original, con Angelina Jolie y Antonio Banderas.

Salvatore Albert Lombino adoptó el apelativo legal de Evan Hunter cuando tenía veintiséis años, y su seudónimo favorito era el de Ed McBain, aunque también publicó como Hunt Collins, Curt Cannon, Richard Martsen, Ezra Hannon, John Abbott y alguna vez hasta como S. A. Lombino, que era su nombre auténtico. Si bien en el conjunto de su obra prevalece el género policiaco, una de sus novelas más notables fue Jungla de pizarras (Blackboard Jungle), que a su paso por el cine se volvería Semilla de maldad, drama sobre un maestro, la rebeldía y el racismo de sus alumnos de secundaria, a mediados de la década de los años cincuenta. Hunter escribió el guión para la película Los pájaros, de Alfred Hitchcock, adaptando una novela de Daphne du Maurier y también fue autor de libretos para la serie televisiva Columbo, los cuales firmó como Ed McBain. El cine francés recurrió en diversas ocasiones a sus novelas, destacando Lazos de sangre (Le Liens de Sang, aunque en España se exhibió como Laberinto mortal), dirigida por Claude Chabrol; y una de mis favoritas, Sin motivo aparente, sobre su novela Diez más uno (Ten Plus One), con un reparto encabezado por Jean-Louis Trintignant, Dominique Sanda y Laura Antonelli.

Mickey Spillane es como se conoce a Frank Morrison Spillane, un neoyorquino de Brooklyn que se inició escribiendo guiones para tiras cómicas como El Capitán América -lo cual es perceptible en el laconismo de sus diálogos y lo escueto de las descripciones-. Su primera novela, Yo, el jurado, apareció en 1946. Ha sido considerado uno de los autores más gruesos y menos literarios del género, creador del detective privado Mike Hammer y de la novela El beso mortal o Bésame moribunda (Kiss me, Deadly), que fue llevada al cine en 1955. Una traducción más actual circula en España con el título de Red Siniestra. La mejor herencia de Mickey Spillane al cine mexicano es, sin duda, la ingeniosa parodia Llámenme Mike, dirigida por Alfredo Gurrrola en 1979.

Boris Vian se hacía pasar por el traductor de Vernon Sullivan, un supuesto autor estadounidense de raza negra. Lo singular de su situación amerita ser abordada en un texto posterior.

Resulta curioso el hecho de que los novelistas del género en lengua española no recurren al empleo del seudónimo. Una lista muy amplia encabezada por los más destacados, Manuel Vázquez Montalbán y Andreu Martín, lo confirma. La excepción, notable por cierto, sería Honorio Bustos Domecq, el nombre urdido por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares para la serie de misterios resueltos desde la cárcel por Isidro Parodi, asunto del que ya me he ocupado con anterioridad: http://mitosyreincidencias.blogspot.com/2011/02/proposito-de-seudonimos-honorio-bustos.html