Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

sábado, 22 de septiembre de 2012

Páginas ajenas: LOLITA, de Vladimir Nabokov


(Párrafo final de la novela)

Pienso en bisontes y ángeles, en el secreto de los pigmentos perdurables, en los sonetos proféticos, en el refugio del arte. Y esta es la única inmortalidad que tú y yo podemos compartir, Lolita mía.

(I am thinking of aurochs and angels, the secret of durable pigments, prophetic sonnets, the refuge of art. And this is the only immortality you and I may share, my Lolita).


Vladimir Nabokov (Ruso nacionalizado estadounidense, 1899-1977)

jueves, 13 de septiembre de 2012

Los primeros pasos del hombre sobre la Luna


Recién acaba de fallecer Neil Armstrong, el primer ser humano que caminó sobre la Luna, en julio de 1969, cuando pronunció su famosa frase: "Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad."

Isabel Allende en el relato titulado Clarisa, que forma parte de su volumen Cuentos de Eva Luna, narra en el párrafo inicial: "Clarisa nació cuando aún no existía la luz eléctrica en la ciudad, vio por televisión el primer astronauta levitando sobre la luna y se murió de asombro cuando llegó el Papa de visita y le salieron al encuentro los homosexuales disfrazados de monjas." Más adelante establece sobre el mismo personaje: "Estaba convencida de que hasta el astronauta en la luna era una patraña filmada en un estudio de Hollywood, igual como engañaban con esas historias en las cuales los protagonistas se amaban o se morían de mentira y una semana después reaparecían con sus mismas caras, padeciendo otros destinos."

Mucho se ha especulado con la fábula de que, en efecto, todo haya sido una farsa montada por los estadounidenses sobre una espectacular escenografía para superar a los rusos -por entonces todavía soviéticos-, en la llamada carrera a la Luna. Al parecer uno de los argumentos decisivos para quienes fantasean con dicha posibilidad, es la ausencia de aire en la atmósfera lunar, que ya advertía Jules Verne en el capítulo XX de su novela De la Tierra a la Luna:

- Estamos aquí para ocuparnos de la Luna y no de la Tierra.

- Tiene usted razón, caballero -respondió Michel-. La discusión se ha extraviado. Volvamos a la Luna.

- Caballero -repuso el desconocido-, está empeñado en que nuestro satélite se encuentra habitado. De acuerdo. Pero si existen selenitas, es seguro que éstos viven sin respirar, porque, por su propio interés se lo digo, no hay en la superficie de la Luna la menor molécula de aire.

Al oír esta afirmación, levantó Ardan su melenuda cabeza, comprendiendo que con aquel hombre se iba a empeñar una lucha sobre lo más capital de la cuestión.

- ¿Conque no hay aire en la Luna? ¿Y quién lo dice? -preguntó, mirándolo fijamente.

- Los sabios.

- ¿De veras?

- De veras.

- Caballero -replicó Michel-,.lo digo seriamente: profeso la mayor estimación a los sabios que saben, pero los sabios que no saben me inspiran un desdén profundo.

- ¿Conoce usted alguno que pertenezca a esta última categoría?

- Alguno conozco. En Francia hay uno de ellos que sostiene que matemáticamente el pájaro no puede volar, y otro cuyas teorías demuestran que el pez no está organizado para vivir en el agua.

- No se trata de esos sabios, y los nombres que yo podría citar en apoyo de mi proposición no serían rehusados por usted, caballero.

- Entonces pondría en grave apuro a un pobre ignorante como yo que, por otra parte, no desea más que instruirse.

- ¿Por qué, pues, ocuparse de cuestiones científicas si no las ha estudiado? -preguntó el desconocido brutalmente.

- ¿Por qué? -respondió Ardan-. Por la misma razón que es siempre intrépido el que no sospecha el peligro. Yo no sé nada, es verdad, pero precisamente es mi debilidad la que forma mi fuerza.

- Su debilidad va hasta la locura -exclamó el desconocido, con un tono bastante agrio.

- ¡Tanto mejor -respondió el francés-, si mi locura me lleva a la Luna!

Total, que aquellos que dudan que la odisea espacial del Apolo 11 haya sido auténtica, se aferran a dicho argumento. Como lo señala Luis González de Alba en El hombre que no estuvo en la Luna: "Ah, pero todo ese engaño, filmado en el desierto de Arizona, dicen los sabios descubridores de la conspiración urdida entre la NASA y el mundo comunista, olvidó un detalle: en la Luna no hay viento … y la bandera de EU plantada por Armstrong y Aldrin ¡ondeó! ¡Ahhh!, fue el clamor de los perspicaces: ¡Los atrapamos, malandrines! ¡La bandera no puede ondear porque en la Luna no hay viento!".

El propio autor sostiene que resulta inconcebible que los países comunistas -no hay que soslayar el hecho de que por entonces el planeta vivía una bipolaridad política entre los dos sistemas dominantes-, de los que formaban parte China y, sobre todo, la Unión Soviética, rival de los estadounidenses en la conquista del espacio sideral, no se hayan rebelado ante el fraudulento espectáculo y hubiesen preferido respetar el secreto con el que se engañaba a la humanidad y se modificaba la historia. Y explica González de Alba la razón por la que sí es posible que la bandera ondeara en la Luna:  "No hay viento, pero hay gravedad, habría dicho Galileo, a quien esta partida de burros no conoce ni de nombre, y la gravedad produce efecto de péndulo que, por falta de atmósfera, dura más tiempo: la bandera pendulea atraída por la Luna, se sigue más alto por inercia, regresa atraída por la Luna, se sigue por inercia, regresa… Abran Google y tecleen: péndulo."

¿Llegó o no el hombre a la Luna? ¿ondeó o no la bandera? ¿tenía razón la anciana Clarisa del cuento de Isabel Allende en dudar sobre la autenticidad de la aventura espacial? Y, si ese fuera el caso, los héroes de nuestra infancia, los primitivos aventureros espaciales Yuri Gagarin, Valentina Tereshkova o hasta la perra callejera Laika, el primer ser vivo en viajar alrededor de la órbita de la Tierra para morir en el trayecto, en 1957, ¿exisitieron? Porque si se va a dudar sobre la presencia del hombre a la Luna, también se podría cubrir con la incertidumbre al resto de las hazañas espaciales.

Vivimos en una era en que la tecnología ha materializado lo que para Jules Verne era mera imaginación futurista, tenemos computadoras personales que cargamos a cualquier lugar y de manera cotidiana se establece comunición por la vía telefónica que incluso permite ver el rostro del interlocutor en pequeños aparatos portátiles sin necesidad de que exista algún cable de por medio, y en artefactos minúsculos es posible archivar cantidades extraordinarias de información, que si se imprimiera en papel alcanzaría toneladas, ¿por qué, entonces, ese afán de regatear la llegada del hombre a la Luna?

Murió Neil Armstrong y no creo que se haya llevado ningún secreto. Sus cenizas se dispersaron en el mar, y no precisamente el de la Tranquilidad, en la superficie de la Luna, sino en el Océano Atlántico.

Jules Etienne