Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

sábado, 31 de mayo de 2014

Espejos (30): LA MUERTE DE LOS AMANTES, de Charles Baudelaire

"Y más tarde un Ángel, entreabriendo las puertas, acudirá para reanimar, fiel y jubiloso, los espejos empañados..."

Tendremos lechos llenos de olores tenues,
Divanes profundos como tumbas,
Y extrañas flores sobre vasares,
Abiertas para nosotros bajo cielos más hermosos. 

Aprovechando a porfía sus calores postreros,
Nuestros dos corazones serán dos grandes antorchas,
Que reflejarán sus dobles destellos
En nuestros dos espíritus, estos espejos gemelos. 

Una tarde hecha de rosa y de azul rústico,
Cambiaremos nosotros un destello único,
Cual un largo sollozo preñado de adioses; 

Y más tarde un Ángel, entreabriendo las puertas,
Acudirá para reanimar, fiel y jubiloso,
Los espejos empañados y las antorchas muertas.
 
 
Charles Baudelaire (Francia, 1821-1867) 

viernes, 30 de mayo de 2014

Espejos(29): JUSTINE (El cuarteto de Alejandría), de Lawrence Durrell

"... dos experiencias se comparen mutuamente, como imágenes en espejos diferentes."
 
(Fragmento)

Recuerdo ahora un pasaje del diario de Justine. Lo reproduzco aquí aunque se refiere a episodios muy anteriores al que acabo de contar, porque expresa casi exactamente esa curiosa encarnación de un amor que he llegado a considerar más propio de la ciudad que de nosotros mismos. «Es inútil -escribe- imaginar que uno se enamore por una correspondencia espiritual o intelectual; el amor es el incendio de dos almas empeñadas en crecer y manifestarse independientemente. Es como si algo explotara sin ruido en cada una de ellas. Deslumbrado e inquieto, el amante examina su experiencia o la de su amada; la gratitud de ésta, proyectándose erróneamente hacia un donante, crea la ilusión de que está en comunión con el amante, pero es falso. El objeto amado no es sino aquel que ha compartido una experiencia simultánea, a la manera de Narciso; y el deseo de estar junto al objeto amado no responde al anhelo de poseerlo, sino al de que dos experiencias se comparen mutuamente, como imágenes en espejos diferentes. Todo ello puede preceder a la primera mirada, al primer beso o contacto; precede a la ambición, al orgullo y a la envidia; precede a las primeras declaraciones que marcan el instante de la crisis, porque a partir de allí el amor degenera en costumbre, posesión, y regresa a la soledad.» ¡Cuán característico como descripción del don mágico, y qué falta de sentido del humor! ¡Y a la vez tan cierto... tan de Justine!
 
 
Lawrence Durrell (Inglés nacido en India y fallecido en Francia, 1912-1990)

jueves, 29 de mayo de 2014

Espejos (28): ESPEJO, de Salvatore Quasimodo

"... y soy aquella agua de nube que ahora refleja en las charcas..."

He aquí que sobre el tronco
se rompen gemas:
un verde más nuevo que la hierba
donde el corazón reposa:
el tronco parecía ya muerto,
encorvado sobre la cuesta.
Y todo me sabe a milagro;
y soy aquella agua de nube
que ahora refleja en las charcas
el pedazo más azul del cielo,
aquel verde que rompe la corteza
que anoche ni siquiera existía.
 
(Ed ecco sul tronco
si rompono gemme:
un verde piú nuovo dell'erba
che il cuore riposa:
il tronco pareva già morto,
piegato sul declivio.
E tutto mi sa di miracolo;
e sono quell'acqua di nube
che oggi rispecchia nei fossi
piú azzurro il suo pezzo di cielo,
quel verde che spacca la scorza
che pure stanotte non c'era.)


 
Salvatore Quasimodo (Italia, 1961-1968). Obtuvo el premio Nobel en 1959.

 (Traducido del italiano por Jules Etienne)

miércoles, 28 de mayo de 2014

Espejos (27): MIRAMAR, de Naguib Mahfuz

"... y pensé que estaba contemplando mi propia imagen reflejada en un espejo."

(Fragmento del capítulo Mansur Bahi)

El mar se extendía bajo una superficie lisa y de un azul sonriente. ¿Dónde estaba la violenta tormenta? El sol caía en el ocaso lanzando destellos diamantinos que se adherían a los flecos deshilachados de unas nubéculas tenues. ¿Dónde están las montañas de nubarrones? El viento jugueteaba con las hojas de las palmeras en la espesura de Assilsila haciéndole caricias transparentes y delicadas. ¿Dónde está el zarandeo del viento tempestuoso?
 
Observé la demacrada cara de Sohra, las huellas de las lágrimas secas sobre las mejillas, la mirada derrotada y marchita, y pensé que estaba contemplando mi propia imagen reflejada en un espejo. La vida me estaba enseñando su temperamento áspero, grosero, rudo; las posibilidades escasas, la dureza sin fisuras y recubierta de espinas, las crueles perspectivas en una espiral cuyo principio y fin estaban envenenados, su alma eterna que seduce a los aventureros y a los desesperados, pero que sólo da a cada cual su justa medida..., y a Sohra la había despojado de su honra y dignidad. Cierto, me veo reflejado en un espejo.
 
 
Naguib Mahfuz (Egipto, 1911-2006). Obtuvo el premio Nobel en 1988.

(Traducido del árabe por Isabel Hervásjávega)

lunes, 26 de mayo de 2014

Espejos (25): AQUEL ASUNTO DEL REY, de Dashiell Hammett

"Una graciosa muchachita vestida de rosa. Se paró delante de un espejo..."

(Fragmento)

Romaine Frankl se levantó y vagó por la habitación, moviendo dos centímetros una silla aquí, arreglando allá un adorno, sacudiendo los pliegues de una cortina de la ventana, pretendiendo que un cuadro estaba algo torcido, moviéndose de un lado para otro como si alguien la transportara. Una graciosa muchachita vestida de rosa.
 
Se paró delante de un espejo, se retiró un poco a un lado de modo que pudiera verme reflejado en él y se arregló los rizos del cabello mientras decía casi ausente:
 
- Muy bien. Einarson quiere una revolución. ¿Qué hará su muchacho?
 
- Lo que yo le diga.
 
- ¿Qué le dirá usted que haga?
 
- Lo que resulte más barato. Quiero llevármelo a casa junto con todo su dinero.
 
Se apartó del espejo y se vino hacia mí, me revolvió el cabello y me besó en la boca, tomando mi rostro entre sus manos calientes y menudas.
 
- ¡Deme rápido una revolución, detective! -me dijo. Sus ojos estaban negros de excitación, su voz era gutural, su boca reía y su cuerpo temblaba-. Detesto a Einarson. Utilícelo y destrócelo por mí. ¡Pero deme una revolución!
 
Me eché a reír, la besé y le di la vuelta encima de mi pecho para que su cabeza se apoyara en mi hombro.
 
- Veremos -prometí-. Voy a encontrarme con ellos a medianoche. Quizá entonces sepa algo.
 
- ¿Volverás después de la reunión?
 
- Intenta prohibírmelo.
 
 
Dashiell Hammett (Estados Unidos, 1894-1961)
Hammett nació el 27 de mayo, mañana se cumplen ciento veinte años de su natalicio. 

sábado, 24 de mayo de 2014

Espejos (23): EL LIBRO DE MONELLE, de Marcel Schwob


(Fragmento de La predestinada)

No bien tuvo altura suficiente, Ilsée tomó la costumbre de ir todas las mañanas ante su espejo y decir: "Buen día, mi pequeña Ilsée". Después besaba el vidrio frío y fruncía los labios. La imagen parecía venir solamente. Pero estaba muy lejos en realidad. La otra Ilsée, más pálida, que se alzaba de las profundidades del espejo, era una prisionera con la boca helada. Ilsée sentía pena por ella, porque parecía triste y cruel. Su sonrisa matinal era un alba desvaída teñida aún del horror nocturno.
 
Sin embargo Ilsée la quería, y le hablaba así: "Nadie te dice buen día, pobre pequeña Ilsée. Vamos, abrázame. Hoy iremos a pasear, Ilsée. Mi enamorado vendrá a buscarnos. Ven con nosotros". Ilsée se volvía, y la otra Ilsée, melancólica, se escabullía hacia la sombra luminosa.
 
Ilsée le mostraba sus muñecas y sus vestidos. "Juega conmigo. Vístete conmigo." La otra Ilsée, celosa, también levantaba hacia Ilsée unas muñecas más blancas y vestidos descoloridos. No hablaba, tan sólo movía los labios al mismo tiempo que Ilsée.
 
A veces Ilsée se irritaba, como los niños, contra la dama muda, que a su vez se irritaba también. "¡Mala, mala, Ilsée!", gritaba. "¡Respóndeme, abrázame!" Golpeaba el espejo con la mano. Una mano extraña, que no pertenecía a ningún cuerpo, aparecía delante de la suya. Ilsée jamás pudo alcanzar a la otra Ilsée.
 
La perdonaba por la noche; feliz de volver a encontrarla, saltaba de su cama para abrazarla y le murmuraba: "Buen día, mi pequeña Ilsée".
 
Cuando Ilsée tuvo un verdadero novio, lo llevó ante su espejo y dijo a la otra Ilsée: "Mira a mi enamorado, y no lo mires demasiado. Es mío, pero quiero mostrártelo. Después de que nos hayamos casado, le permitiré abrazarte conmigo, todas las mañanas". El novio se puso a reír. Ilsée en el espejo sonrió también. "¿Verdad que es bello y que yo lo amo?", dijo Ilsée. "Sí, sí", respondió la otra Ilsée. "Si lo miras demasiado, no te abrazaré más", dijo Ilsée. "Soy tan celosa como tú. Adiós, mi pequeña Ilsée."
 
A medida que Ilsée aprendió el amor, Ilsée en el espejo se fue poniendo más triste. Pues su amiga ya no venía a besarla por la mañana. La tenía en el olvido. Era más bien la imagen de su novio la que acudía, después de la noche, para el despertar de Ilsée. Durante la jornada, Ilsée ya no veía a la dama del espejo, mientras que su novio sí se fijaba en ella. "¡Ah!, decía Ilsée, ya no piensas más en mí, malvado. A la otra es a quien miras. Es una prisionera; jamás vendrá. Está celosa de ti; pero yo soy más celosa que ella. No la mires más, mi amado; mírame a mí. Ilsée del espejo, mala, te prohibo que respondas a mi novio. No puedes venir; no podrás venir jamás. No me lo quites, mala Ilsée. Después de que nos hayamos casado, le permitiré abrazarte conmigo. Ríete, Ilsée. Estarás con nosotros."

Ilsée se puso celosa de la otra Ilsée. Si el día caía sin que el amado viniese: "Tú lo echas, tú lo echas, gritaba Ilsée, con tu mala cara. Mala, vete, déjanos".

E Ilsée ocultó el espejo bajo una tela blanca y fina. Alzó un lado a fin de clavar el último clavito. "Adiós, Ilsée", dijo.
 
Marcel Schwob (Francia, 1867-1905).

Espejos (23): CRÓNICA DEL PÁJARO QUE DA CUERDA AL MUNDO, de Haruki Murakami

"Y nosotros nos limitamos a creer, de manera empírica, que la imagen reflejada en el espejo es la real."

Capítulo 12:
Lo que descubrí al afeitarme
Lo que descubrí al despertar
 
(Fragmento)

Deposité sobre la mesa la mano izquierda abierta y me quedé contemplando la palma unos instantes. Era la de siempre. No se apreciaba ninguna transformación. Ni estaba cubierta de hojas de pan de oro ni le habían salido membranas. No era ni bonita ni fea.
 
- ¿Cambios evidentes a los ojos de cualquiera?
 
¿Como, por ejemplo, que me salieran alas en la espalda?
 
- Pues, tal vez algo por el estilo -contestó Malta Kanoo con tono calmado-. Aunque, por supuesto, no es más que una posibilidad entre muchas otras.
 
- Sí, claro -dije-. Entonces, ¿no ha percibido usted ningún cambio?
 
- Parece que no se ha producido ninguno. Al menos por ahora. Si me hubieran salido alas, por mucho que me pesase, me habría dado cuenta, ¿no le parece?
 
- Posiblemente sí -asintió Malta Kanoo-. Pero tenga cuidado, señor Okada. No es nada fácil conocer el estado en que uno se encuentra. Por ejemplo, uno no puede mirarse directamente a la cara con sus propios ojos. Sólo podemos mirar la imagen que nos devuelve el espejo. Y nosotros nos limitamos a creer, de manera empírica, que la imagen reflejada en el espejo es la real.
 
 
Haruki Murakami (Japón, 1949) 

viernes, 23 de mayo de 2014

Espejos (22): EL DECAMERÓN, de Giovanni Bocaccio

"... cuanto más en él fijo la mirada, toda me doy a él, toda me ofrendo..."

(Primera jornada)
 
Canción de Emilia
 
Tanto me satisface mi hermosura
que en otro amor jamás
ni pensaré ni buscaré ternura.
En ella veo siempre en el espejo
el bien que satisface al intelecto
y ni accidente nuevo a pensar viejo
el bien me quitará que me es dilecto
pues, ¿qué otro amable objeto
podrá mirar jamás
que de a mi corazón nueva ternura?
No se escapa este bien cuando deseo,
por sentir un consuelo, contemplarlo,
pues mi placer secunda y me recreo
de tal manera, que no podría expresarlo
ni podría tampoco experimentarlo
ningún otro mortal jamás
a quien no hubiera abrasado tal ternura.
Y yo, que a cada instante más me enciendo,
cuanto más en él fijo la mirada,
toda me doy a él, toda me ofrendo
gustando ya de ser su promesa amada;
y tanto gozo espero a mi llegada
junto a él, que jamás
ha sentido nadie aquí tal ternura.
 
 
Giovanni Bocaccio (Italia, 1313-1375)

miércoles, 21 de mayo de 2014

Espejos (20): Especulando con las obsesiones de Jorge Luis Borges

"En su infancia, a Borges le asustaban las máscaras y los espejos."
 
"No sé cual es la cara que me mira cuando miro la cara del espejo."
Jorge Luis Borges
 
Dos pesadillas acosaron siempre a Borges, los laberintos y los espejos: “Siempre sueño con laberintos o con espejos. En el sueño del espejo aparece otra visión, otro terror de mis noches, que es la idea de las máscaras. Siempre las máscaras me dieron miedo. Sin duda sentí en la infancia que si alguien usaba una máscara estaba ocultando algo horrible. A veces (estas son mis pesadillas más terribles) me veo reflejado en un espejo, pero me veo reflejado con una máscara. Tengo miedo de arrancar la máscara porque tengo miedo de ver mi verdadero rostro, que imagino atroz. Ahí puede estar la lepra o el mal o algo más terrible que cualquier imaginación mía.” No en vano Harold Bloom en su ensayo El canon occidental, lo define como "Maestro de laberintos y de espejos."

"En su infancia -asegura Luis Harss-, a Borges le asustaban las máscaras y los espejos. Había al pie de su cama un gran espejo en cuyas imágenes múltiples veía los espectros de fabulosos animales prehistóricos. Por lo menos uno de sus poemas registra ese temor." Ese poema al que se refiere lleva por título precisamente Los espejos, y desde su primera línea establece con una determinación que no permite dudas: "Yo que sentí el horror de los espejos".

Como explica Carmen Perilli en su análisis El símbolo del espejo en Borges: "El espejo es el símbolo por excelencia de la representación de la realidad. Esta representación es fiel sólo en apariencia pues ofrece una imagen idéntica pero invertida, mostrando una suerte de revés de la vida." De ahí que: "Para Borges -afirma, por su parte, Néstor Otero- el sujeto no alcanza identidad estable porque la vida es una cronología de facetas que se alteran con cada nueva interrogación ante el espejo." El propio Borges, entonces, se responderá a sí mismo: "Llego (...) a mi espejo. Pronto sabré quien soy."

Emprender una recopilación o intentar siquiera una sucinta antología de las abundantes alusiones y referencias especulares en la obra borgiana, podría acabar por convertirse en una tarea inagotable. Su poesía y su narrativa son un constante reflejo en el azogue, como sucede en su soneto Al espejo, cuando se pregunta: "¿Por qué persistes, incesante espejo?", o en Los espejos abominables, que forma parte de su Historia universal de la infamia, en que escribe: "La tierra que habitamos es un error, una incompetente parodia. Los espejos y la paternidad son abominables porque la multiplican y afirman." A ese mismo volumen corresponde el relato El espejo de tinta, que culmina así: "Los espantados ojos de Yakub pudieron ver por fin esa cara -que era la suya propia-. Se cubrió de miedo y locura. Le sujeté la diestra temblorosa con la mía que estaba firme y le ordené que continuara mirando la ceremonia de su muerte. Estaba poseído por el espejo: ni siquiera trató de alzar los ojos o de volcar la tinta. Cuando la espada se abatió en la visión sobre la cabeza culpable, gimió con una voz que no me apiadó, y rodó al suelo, muerto." Por último, en Los espejos velados, Borges registra de nuevo el citado temor a los espejos:
 
"El Islam asevera que el día inapelable del Juicio, todo perpetrador de la imagen de una cosa viviente resucitará con sus obras, y les será ordenado que las anime, y fracasará, y será entregado con ellas al fuego del castigo. Yo conocí de chico ese horror de una duplicación o multiplicación espectral de la realidad. pero ante los grandes espejos. Su infalible y continuo funcionamiento, su persecución de mis actos, su pantomima cósmica, eran sobrenaturales entonces, desde que anochecía. Uno de mis insistidos ruegos a Dios y al ángel de mi guarda era el de no soñar con espejos. Yo sé quien los vigilaba con inquietud. Temí, unas veces que empezaran a divergir de la realidad; otras, ver desfigurado en ellos mi rostro por adversidades extrañas. He sabido que ese temor está, otra vez, prodigiosamente en el mundo. La historia es harto simple, y desagradable.

Hacia 1927, conocí una chica sombría: primero por teléfono (porque Julia empezó siendo una voz sin nombre y sin cara); después, en una esquina al atardecer. Tenía los ojos alarmantes de grandes, el pelo renegrido y lacio, el cuerpo estricto. Era nieta y bisnieta de federales, como yo de unitarios, y esa antigua discordia de nuestras sangres era para nosotros un vínculo, una posesión mejor de la patria. Vivía con los suyos en un desmantelado caserón de cielo raso altísimo, en el resentimiento y la insipidez de la decencia pobre. De tarde -algunas contadas veces de noche- salíamos a caminar por su barrio, que era el de Balvanera. Orillábamos el paredón del ferrocarril; por Sarmiento llegamos una vez hasta los desmontes del Parque Centenario. Entre nosotros no hubo amor ni ficción de amor: yo adivinaba en ella una intensidad que era del todo extraña a la erótica, y le temía. Es común referir a las mujeres, para intimar con ellas, rasgos verdaderos o apócrifos del pasado pueril; yo debí contarle una vez de los espejos y dicté así, el 1928, una alucinación que iba a florecer en 1931. Ahora, acabo de saber que ha enloquecido y que en su dormitorio los espejos están velados pues en ellos ve mi reflejo, usurpando el suyo, y tiembla y calla y dice que la persigo mágicamente.

Aciaga servidumbre la de mi cara, la de una de mis caras antiguas. Ese odioso destino de mis facciones tiene que hacerme odioso también, pero ya no me importa."
 
Jules Etienne

martes, 20 de mayo de 2014

Espejos (19): EL ESPEJO DE LA MUSA, de J. W. von Goethe

"¿No verás entonces la verdad en mi claro espejo?"
 
Cierto día, temprano, cuando el empeño se adornó con impaciencia,
La Musa siguió
la corriente del río,
Hasta un rincón apartado y tranquilo.
Rápida y sonora fluía
La cambiante superficie distorsionada,
Hacia sus figura encantadora que huía,
Entonces la Diosa
abandonó la ira.
Sin embargo, el arroyo la llamó burlándose:
¿No verás entonces la verdad en mi claro espejo?
Pero ella corría lejos, cerca del océano;
En su figura el regocijo alababa,
Adornando debidamente su guirnalda.
 
 
     Johann Wolfgang von Goethe (Alemania, 1749-1832) 

lunes, 19 de mayo de 2014

Espejos (18): LA MONTAÑA DEL ALMA, de Gao Xingjian

"Cuando observo a los otros, los considero como espejos que me devuelven mi propia imagen..."
 
(Fragmento del capítulo 26)
 
También puedes esperar, esperar que las manchas de agua en la pared retornen a su forma original, se vuelvan de nuevo un rostro humano, puedes también desear que un día tu imagen adquiera tal o cual forma. Pero por experiencia sé que cuanto más tiempo pasa, menos evoluciona esta imagen según tus deseos y que, a menudo, por el contrario, se vuelve monstruosa. No puedes ya aceptarla, pero, como se trata de tu yo, al final no te queda más remedio que hacerlo.
 
Un día vi la foto pegada en mi carnet de autobús que había dejado sobre la mesa. En un primer momento, encontré mi sonrisita más bien agradable, pero acto seguido me pareció más exactamente burlona, un tanto altanera y fría, delatando cierto amor propio mezclado con no poca autosatisfacción, indicaba que me tomaba por un personaje superior. En realidad, percibí en ella una especie de afectación acompañada de una expresión de gran soledad y de vago terror; no era en absoluto el rostro de un triunfador. Podía leerse amargura en ella. Por supuesto que no podía haber en ella la vaga sonrisa habitual que nace de la felicidad involuntaria, sino que era más bien una expresión de duda ante la felicidad. Eso se volvía un poco aterrador e incluso inútil. La sensación de caer sin que pueda encontrarse ningún asidero seguro. Nunca más he querido volver a ver esa foto.
 
A continuación, me puse a observar a los demás, pero al hacerlo, descubría que ese yo detestable y omnipresente también se entrometía, sin poder dejar de intervenir en la percepción del rostro ajeno. Era algo lamentable: cuando observaba a otra persona, continuaba observándome yo mismo. Buscaba rostros que me gustaran, o una expresión que me resultase aceptable. Si un rostro no conseguía emocionarme, si no conseguía encontrar gentes con las que identificarme entre los que pasaban por delante de mí, los observaba, pues, sin verles. En una sala de espera, en un vagón de tren, en la cubierta de una embarcación, en una fonda o en un parque, o incluso dando un paseo por la calle, no elegía más que los rostros o las siluetas próximas a aquellos que me resultaban familiares y en los que buscaba algún indicio que pudiera hacer resurgir un recuerdo enterrado. Cuando observo a los otros, los considero como espejos que me devuelven mi propia imagen y esta observación depende enteramente de mi estado de ánimo del momento. Incluso cuando miro a una muchacha, trato de aprehenderla con mis propios sentidos, la imagino con mi propia experiencia antes de formular un juicio. Mi comprensión del prójimo, incluidas las mujeres, es de hecho superficial y arbitraria. A través de mi mirada, las mujeres no son nada más que meras ilusiones que me he creado yo mismo y que utilizo para mistificarme. Esto me entristece. Por eso mis relaciones con las mujeres conducen siempre, en última instancia, al fracaso. Y a la inversa, si fuera yo una mujer, no por ello me costaría menos el contacto con los hombres. El problema radica en la toma de conciencia interior de mi yo, ese monstruo que me atormenta sin cesar. El amor propio, la autodestrucción, la reserva, la arrogancia, la satisfacción y la tristeza, los celos y el odio, provienen de él, el yo es de hecho la fuente de la desdicha de la humanidad. ¿Acaso la solución a esta desdicha tiene que pasar por el ahogo del yo consciente?
 
He aquí porqué Buda enseñó la iluminación: todas las imágenes son mentiras, la ausencia de imagen también lo es.
 
 
Gao Xingjian (Originario de China nacionalizado francés; 1940). Obtuvo el premio Nobel en el año 2000.
 
La ilustración corresponde a un dibujo en tinta china de la colección Después del diluvio, del propio autor.

domingo, 18 de mayo de 2014

Espejos (17): CUANDO AL ESPEJO MIRAS, de Francisco de Quevedo


Cuando al espejo miras
el gesto hermoso, Flori, con que admiras
honra y gloria del suelo
de espejo le haces cielo;
pues siendo como el cielo transparente,
a su luna, creciente
ya de esplendor, añades rayos rojos,
sol con tu cara, estrellas con tus ojos.

 
Francisco de Quevedo (España, 1580-1645)

sábado, 17 de mayo de 2014

Espejos (16): CUMBRES BORRASCOSAS, de Emily Brontë


(Fragmento del capítulo XII)

El armario está apoyado en la pared, como siempre, replicó  ¡Qué raro es! Distingo en él una cara.
 
En este cuarto no ha habido un armario nunca  respondí. Y levanté las cortinas del lecho para poder vigilarla mejor.
 
¿Pero no ves aquella cara?  me dijo, señalando a la suya propia, que se reflejaba en el espejo.
 
En vista de que no me era posible hacerle comprender que el rostro que veía era el suyo, me levanté y tapé el espejo con un chal.
 
La cara sigue estando detrás, dijo anhelante, y se ha movido. ¿Quién será? Temo que aparezca cuando te vayas. ¡Elena: este cuarto está embrujado! Me asusta quedarme sola.

Le así las manos y traté de calmarla. Se estremecía convulsivamente y miraba hacia el espejo con fijeza.
 
No hay nadie en el cuarto, señora  repetí . Era su propio rostro, como sabe usted muy bien.
 
¡Yo misma!  exclamó suspirando . Y el reloj da las doce... ¡Es horrible!
 
Y se cubrió los ojos con las sábanas. Pretendí dirigirme a la puerta para avisar a su marido, pero me detuvo un penetrante grito de Catalina. El chal acababa de caer al suelo.
 
¡Vamos!  exclamé . ¿Qué sucede? ¿Quién es el cobarde ahora? ¿No ve usted, señora, que es su cara la que se refleja en el espejo?
 
Se asió a mi, y unos momentos después su semblante se había tranquilizado y a su lividez sucedía el rubor.
 
 
Emily Brontë (Inglaterra, 1818-1848) 

jueves, 15 de mayo de 2014

Espejos (14): EL ESPEJO CURVO, de Antón Chéjov

"Vi en el espejo a una mujer de deslumbrante belleza, como nunca había encontrado en mi vida."

Mi mujer y yo entramos en la sala. Olía a musgo y humedad. Millones de ratas y ratones echaron a correr cuando alumbramos aquellas paredes que durante un siglo entero no habían visto la luz. Cuando cerramos la puerta tras de nosotros, entró una ráfaga de viento y se arremolinaron los papeles, amontonados por los rincones de la estancia. La luz cayó sobre aquellos papeles y distinguimos viejas inscripciones e imágenes medievales. De las paredes, que el tiempo había puesto verdosas, colgaban los retratos de mis antepasados. Sus rostros tenían una expresión altiva, severa, como si quisieran decir:
 
- ¡Unos buenos azotes te mereces, hermanito!
 
Nuestros pasos resonaban por toda la casa. A mis toses respondía el eco, el mismo eco que en otros tiempos había respondido a mis antepasados..
 
El viento ululaba y gemía. Alguien lloraba en el tubo de la chimenea, con llanto en que se percibía una nota de desesperación. Gruesas gotas de agua repicaban en las ventanas oscuras, empañadas, y sus golpes llenaban el ánimo de tristeza.
 
- ¡Oh, antepasados, antepasados!- dije, suspirando profundamente-. Si fuera escritor, mirando los retratos escribiría una larga novela. Pues cada uno de estos viejos fue en su tiempo joven, y cada uno de ellos o ellas tuvo su novela. ¡y qué novela! Mira, por ejemplo, a esta vieja, mi bisabuela. Esa mujer tan fea y horrible tiene su novelita, que es de extraordinario interés . ¿Ves -pregunté a mi esposa-, ves el espejo que cuelga ahí, en el rincón?
 
Y señalé un gran espejo con marco de bronce, colgado en un ángulo de la pared, cerca del retrato de mi bisabuela.
 
- Este espejo posee virtudes mágicas y fue la perdición de mi bisabuela, que lo compró por una cantidad enorme y no se separó de él hasta morir. Se miraba en el espejo día y noche, sin cesar; se miraba incluso cuando comía y bebía. Cuando se acostaba, siempre lo ponía a su lado, en la cama, y en trance de muerte pidió que lo colocasen con ella en el ataúd. No lo hicieron así sólo porque el espejo no cupo.
 
- ¿Era coqueta? - preguntó la esposa.
 
- Admitámoslo. ¿No tenía, acaso, otros espejos? ¿Por qué tuvo tanto cariño precisamente por éste y no por otro? ¿Le faltaban, acaso, espejos mejores? No, querida; aquí se esconde algún misterio terrible. No puede ser de otro modo. La leyenda dice que en el espejo hay un diablo y que mi bisabuela sentía debilidad por los diablos. Desde luego, esto es absurdo, pero no hay duda de que el espejo con marco de bronce posee una fuerza misteriosa.
 
Sacudí el polvo del espejo, lo miré y solté una carcajada. A mi carcajada, respondió sordamente el eco. El espejo era curvo y mi fisonomía se torcía en todas las direcciones; me vi la nariz en la mejilla izquierda; el mentón, desdoblado en dos, se me había desplazado hacia un lado.
 
- ¿Qué gusto más raro el de mi bisabuela! -dije.
 
Mi mujer se acercó indecisa al espejo, también se miró en él, y enseguida ocurrió algo horrible. Palideció, se puso a temblar convulsivamente de pies a cabeza y lanzó un grito. Se le cayó de la mano el candelabro, que rodó por el suelo, y la vela se apagó. Quedamos sumidos en las tinieblas. En el mismo instante oí caer algo pesado: mi mujer se había desmayado.
 
El viento gimió aún más lastimeramente, empezaron a correr las ratas, entre los papeles se agitaron los ratones. Los pelos se me pusieron de punta cuando se desprendió el postigo de una ventana y se vino abajo. Por la ventana apareció la luna.
 
Levanté a mi mujer y la saqué en brazos de la morada de mis antepasados. No volvió en sí hasta el día siguiente, al atardecer.
 
-¡Ese espejo! ¡Denme el espejo! -dijo al recobrar el conocimiento-. ¿Dónde está el espejo?
Durante una semana entera no bebió, no comió, no durmió, no hizo sino pedir que le trajeran el espejo. Lloraba a lágrima viva, se arrancaba los cabellos de la cabeza, se agitaba, y, por fin, cuando el doctor declaró que mi mujer podía morir de consunción, y que su estado era de suma gravedad, vencí mi miedo, bajé otra vez a la antigua mansión y traje de allí el espejo de la bisabuela.
 
Al verlo, mi mujer se echó a reír de felicidad; luego lo agarró, lo besó y se lo quedó mirando, clavados los ojos en él.
 
Han transcurrido ya más de diez años y sigue contemplándose en el espejo sin separarse de él ni un solo instante.
 
¡Es posible que ésta sea yo? -balbucea mientras que en su rostro, a la vez que el color de la púrpura, aparece una expresión de dicha y arrobamiento-. ¡Sí, soy yo! ¡Todo miente, menos éste espejo! ¡Mienten las personas, miente mi marido! ¡Oh, si antes me hubiera visto, si hubiera sabido cómo soy en realidad, no me habría casado con ese hombre! ¡Es indigno de mí! ¡A mis pies han de humillarse los caballeros más apuestos, los más nobles!.
En cierta ocasión, estando de pie detrás de mi mujer, miré casualmente el espejo y descubrí el espantoso secreto. Vi en el espejo a una mujer de deslumbrante belleza, como nunca había encontrado en mi vida. Era un prodigio de la naturaleza, un armónico acuerdo de hermosura, elegancia y amor. Pero ¿a qué se debía aquello? ¿Qué había sucedido? ¿Cómo era que mi mujer, fea y torpe, pareciera en el espejo tan maravillosa? ¿A qué se debía aquello?
 
Pues a que el espejo curvo torcía el feo rostro de mi mujer en todos los sentidos y por este casual desplazamiento de sus rasgos, su cara resultaba preciosa. Menos por menos daba más.
 
Y ahora, los dos, mi mujer y yo, permanecemos sentados ante el espejo y lo contemplamos sin separarnos de él un solo minuto; la nariz se me mete en la mejilla izquierda, el mentón, desdoblado en dos, se me desplaza hacia un lado, pero la cara de mi mujer es encantadora, y una pasión loca, insensata, se apodera de mí.
 
- ¡Ja, ja, ja! -suelto riéndome a carcajadas como un salvaje.
 
Mientras mi mujer balbucea, con voz apenas perceptible:
 
- ¡Qué hermosa soy!.
 
 
 
Antón Chéjov: Anton Pavlovich Chekhov
(Ruso fallecido en Alemania, 1860-1904). 

miércoles, 14 de mayo de 2014

Espejos (13): EL ESPEJO DE AGUA, de Vicente Huidobro


Mi espejo, corriente por las noches,
Se hace arroyo y se aleja de mi cuarto.

Mi espejo, más profundo que el orbe
Donde todos los cisnes se ahogaron.

Es un estanque verde en la muralla
Y en medio duerme tu desnudez anclada.

Sobre sus olas, bajo cielos sonámbulos,
Mis ensueños se alejan como barcos.

De pie en la popa siempre me veréis cantando.
Una rosa secreta se hincha en mi pecho
Y un ruiseñor ebrio aletea en mi dedo.
 
 
Vicente Huidobro (Chile, 1893-1948)

martes, 13 de mayo de 2014

Espejos (12): EL RETRATO DE DORIAN GREY, de Oscar Wilde

"... y se colocaba, con un espejo, delante del retrato pintado por Basil Hallward..."

(Fragmento del capítulo 11)

Durante años, Dorian Gray no pudo librarse de la influencia de aquel libro. O quizá sea más exacto decir que nunca trató de hacerlo. Encargó que le trajeran de París al menos nueve ejemplares de la primera edición en papel de gran tamaño, con márgenes muy amplios, y los hizo encuadernar en colores diferentes, de manera que se acomodaran a sus distintos estados de ánimo y a los cambiantes caprichos de una sensibilidad sobre la que, a veces, parecía haber perdido casi por completo el control. El protagonista, el asombroso joven parisino cuyos temperamentos romántico y científico estaban tan extrañamente combinados, se convirtió en prefiguración de sí mismo. Y, de hecho, el libro entero le parecía contener la historia de su vida, escrita antes de que él la hubiera vivido.
 
Había, sin embargo, un punto en el que era más afortunado que el fantástico protagonista de la novela. Nunca padeció el terror, un tanto grotesco -nunca, de hecho, tuvo razón alguna para ello-, que inspiraban los espejos, las brillantes superficies de los metales y el agua inmóvil al joven parisino desde una temprana edad, terror ocasionado por la repentina desaparición de una belleza que en otro tiempo, al parecer, había sido extraordinariamente llamativa. Dorian Gray solía leer, con un júbilo casi cruel -y quizá en casi todas las alegrías, como sin duda en todos los placeres, la crueldad tiene su lugar- la última parte del libro, con su relato verdaderamente trágico, aunque hasta cierto punto demasiado subrayado, del dolor y la desesperación de alguien que había perdido lo que apreciaba, por encima de todo, en otras personas y en el mundo. Porque la singular belleza que tanto había fascinado a Basil Hallward y a otros muchos nunca parecía abandonarlo. Incluso quienes habían oído de él las mayores vilezas -y periódicamente extraños rumores sobre su manera de vivir corrían por Londres y se convertían en la comidilla de los clubs-, no les daban crédito si llegaban a conocerlo personalmente. Dorian Gray conservaba el aspecto de alguien que se ha mantenido lejos de la vileza del mundo.
 
Las conversaciones groseras se interrumpían cuando entraba en una habitación. Había una pureza en su rostro que tenía todo el valor de un reproche. Su mera presencia parecía despertar el recuerdo de una inocencia mancillada. Todo el mundo se preguntaba cómo alguien tan atractivo y puro había escapado a la corrupción de una época sórdida a la vez que sensual.
 
Con frecuencia, al regresar a su casa de una de aquellas misteriosas y prolongadas ausencias que daban pie a tan extrañas conjeturas entre quienes eran, o creían ser, sus amigos, Dorian Gray se deslizaba escaleras arriba hasta la habitación cerrada del ático, abría la puerta con la llave que nunca se separaba de su persona, y se colocaba, con un espejo, delante del retrato pintado por Basil Hallward, mirando unas veces al rostro malvado y envejecido del lienzo y otras las facciones siempre jóvenes y bien parecidas que se reían de él desde la brillante superficie de cristal. La nitidez misma del contraste aumentaba su placer. Se fue enamorando cada vez más de la belleza de su cuerpo e interesándose más y más por la corrupción de su alma. Examinaba con minucioso cuidado, y a veces con un júbilo monstruoso y terrible, los espantosos surcos que cortaban su arrugada frente y que se arrastraban en torno ala boca sensual, perdido todo su encanto, preguntándose a veces qué era lo más horrible, si las huellas del pecado o las de la edad. También colocaba las manos, nacaradas, junto a las manos rugosas e hinchadas del cuadro, y sonreía. Se burlaba del cuerpo deforme y de las extremidades claudicantes.
 
De noche, insomne en su dormitorio, siempre perfumado por delicados aromas, o en la sórdida habitación de una taberna de pésima reputación cerca de los muelles, que tenía por costumbre frecuentar disfrazado y con nombre falso, había momentos, efectivamente, en los que pensaba en la destrucción de su alma con una compasión que era especialmente patética por puramente egoísta. Pero aquellos momentos no se prodigaban. La curiosidad acerca de la vida, que lord Henry despertara por vez primera en él cuando estaban en el jardín de su amigo Basil, parecía crecer a medida que se satisfacía. Cuanto más sabía, más quería saber. Padecía hambres locas que se hacían más devoradoras cuanto mejor las alimentaba.
 
 
 Oscar Wilde (Irlanda, 1854-1900) 

lunes, 12 de mayo de 2014

Espejos (11): LA DAMA ANTE EL ESPEJO, de Rainer María Rilke

"... luego vierte el cabello en el espejo..."


Como en embriagadora especería
desata sin ruido en la fluidez clara
del espejo sus fatigados gestos;
e introduce allí dentro su sonrisa.
 
Y aguarda a que de todo eso ascienda
el líquido; luego vierte el cabello
en el espejo y, alzando los hombros
maravillosos del traje de noche
 
bebe callada de su imagen. Bebe
lo que una amante en éxtasis bebiera,
inquiriendo desconfiada; y hace
 
un guiño a su doncella, si ve luces
sobre el fondo del espejo, roperos,
y lo turbio de una noche trasnochada.
 
 
Rainer María Rilke (Poeta en lengua alemana nacido en Praga, 1875-1926)
 
(Traducido del alemán por Jaime Ferreiro)

domingo, 11 de mayo de 2014

Espejos (10): ENSAYO SOBRE LA CEGUERA, de José Saramago

"... sólo extendió las manos hasta tocar el vidrio..."

(Fragmento)

Cuando la mujer se levantó, se fingió dormido. Sintió el beso que ella le dio en la frente, muy suave, como si no quisiera despertarlo de lo que creía un sueño profundo, quizá había pensado, Pobrecillo, se acostó tarde, estudiando aquel extraordinario caso del infeliz hombre ciego. Solo, como si se fuera apoderando de él lentamente una nube espesa que le cargase sobre el pecho y le entrase por las narices cegándolo por dentro, el médico dejó brotar un gemido breve, permitió que dos lágrimas, Serán blancas, pensó, le inundaran los ojos y se derramaran por las mejillas, a un lado y a otro de la cara, ahora comprendía el miedo de sus pacientes cuando le decían, Doctor, me parece que estoy perdiendo la vista. Llegaban hasta el dormitorio los pequeños ruidos domésticos, no tardaría la mujer en acercarse a ver si seguía durmiendo, era ya casi la hora de salir para el hospital. Se levantó con cuidado, a tientas buscó y se puso el batín, entró en el cuarto de baño, orinó. Luego se volvió hacia donde sabía que estaba el espejo, esta vez no preguntó Qué será esto, no dijo Hay mil razones para que el cerebro humano se cierre, sólo extendió las manos hasta tocar el vidrio, sabía que su imagen estaba allí, mirándolo, la imagen lo veía a él, él no veía la imagen.
 
 
 José Saramago (Portugal, 1922-2010). Obtuvo el premio Nobel en 1998.

sábado, 10 de mayo de 2014

Espejos (9): VENDRÁ LA MUERTE Y TENDRÁ TUS OJOS, de Cesare Pavese

"... como contemplar en el espejo resurgir un rostro muerto..."

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos-
esta muerte que nos acompaña
desde el alba hasta la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un vicio absurdo. Tus ojos
serán una palabra inútil,
un grito contenido, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola te inclinas
ante el espejo. ¡Oh querida esperanza,
aquel día también sabremos nosotros
que eres la vida y eres la nada!

Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio
como contemplar en el espejo
resurgir un rostro muerto
como escuchar unos labios cerrados.
Descenderemos en el abismo, mudos.
 
 
(Verrà la morte e avrà i tuoi occhi-
questa morte che ci accompagna
dal mattino alla sera, insonne,
sorda, come un vecchio rimorso
o un vizio assurdo. I tuoi occhi
saranno una vana parola
un grido taciuto, un silenzio.
Così li vedi ogni mattina
quando su te sola ti pieghi
nello specchio. O cara speranza,
quel giorno sapremo anche noi
che sei la vita e sei il nulla.

Per tutti la morte ha uno sguardo.
Verrà la morte e avrà i tuoi occhi.
Sarà come smettere un vizio,
come vedere nello specchio
riemergere un viso morto,
come ascoltare un labbro chiuso.
Scenderemo nel gorgo muti
.)


Cesare Pavese (Italia, 1908-1950)

(Traducido del italiano por Jules Etienne)