Vancouver: el invierno a plenitud en la bahía. (Fotografía de Jules Etienne)

jueves, 31 de diciembre de 2015

Unicornios: VEINTE MIL LEGUAS DE VIAJE SUBMARINO, de Jules Verne

"... el unicornio será lo bastante amable como para llevarme hacia las costas de Francia."

(Fragmento del capítulo 3 de la primera parte: Como el señor guste)

Tres segundos antes de la recepción de la carta de J. B. Hobson, estaba yo tan lejos de la idea de perseguir al unicornio como de la de buscar el paso del Noroeste. Tres segundos después de haber leído la carta del honorable Secretario de la Marina, había comprendido ya que mi verdadera vocación, el único fin de mi vida, era cazar a ese monstruo inquietante y liberar de él al mundo. 

Sin embargo, acababa de regresar de un penoso viaje y me sentía cansado y ávido de reposo. Mi única aspiración era la de volver a mi país, a mis amigos y a mi pequeño alojamiento del jardín de Plantas con mis queridas y preciosas colecciones. Pero nada pudo retenerme. Lo olvidé todo, fatigas, amigos, colecciones y acepté sin más reflexión la oferta del gobierno americano. 

«Además –pensé-,  todos los caminos llevan a Europa y el unicornio será lo bastante amable como para llevarme hacia las costas de Francia. El digno animal se dejará atrapar en los mares de Europa, en aras de mi conveniencia personal, y no quiero dejar de llevar por lo menos medio metro de su alabarda al Museo de Historia Natural.»
 
 
Jules Verne (Francia, 1828-1905)

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Unicornios: REYES DE LA TIERRA, de Gonzalo Rojas Flores


El camahueto

Era un animal parecido a un ternero, de color plomizo brillante, con un cuerno en la frente. Este cuerno estaba seguramente vinculado a las creencias europeas en el unicornio. Para que naciera un Camahueto, era necesario enterrar un pedazo de su cuerno. A medida que éste crecía, empezaba a brotar una pequeña vertiente de agua, que luego se transformaba en arroyo. Ciertas versiones indican que durante su etapa de crecimiento, el Camahueto permanecía enterrado. Otros aseguran que en ese período vivía en ríos y lagunas fangosas. Al alcanzar su madurez -a los veinticinco años aproximadamente-, emergía violentamente de su refugio y emprendía viaje hacia el mar, destruyendo bosques, sembradíos, cercas y todo lo que encontraba a su paso, dejando profundos surcos en la tierra. Una vez en el mar, embestía y hundía las embarcaciones y acababa con los peces.

Para evitar estas destrucciones, debía ser capturado antes de que llegara al mar. Sólo los brujos y machi podían hacerlo, pues eran los únicos que podían verlo. En noches de plenilunio, lo laceaban con una soga de sargazo, un alga fucacea capaz de soportar la fuerza del animal, sin romperse. Según otra versión, la cuerda debía ser de voqui. una enredadera de tallo flexible. Una vez laceado, el brujo, con un machete, le arrancaba el cuerno. Sin él, perdía toda su fuerza y podía ser conducido fácilmente hacia el mar.

Las raspaduras del cuerno eran utilizadas en la fabricación de ungüentos mágicos que servían para sanar afecciones a la piel, el reumatismo, la enfermedad del susto, enfermedades nerviosas, la anemia y el desgano. También servía para elaborar briznas que se aplicaban sobre las quebraduras. Una sobredosis de estos polvos podía «encamahuetar» al paciente, dotándolo de una poderosa fuerza y tornándolo violento. Debido a que del cuerno podía nacer otro Camahueto, los brujos debían tener cuidado en hervir las raspaduras. En ciertas ocasiones, sin embargo, el brujo no lo hacía y, para vengarse de alguien, enterraba un pedazo de cuerno, engendrando un nuevo animal.


Gonzalo Rojas Flores (Chile, 19?)
 
La ilustración corresponde a Camahueto, de Rodrigo Verdugo.

martes, 29 de diciembre de 2015

Unicornios: FÁBULA DEL UNICORNIO, de Wilfredo Machado

"El unicornio se arrojó a la oscuridad y al tocar el líquido comenzó a hundirse..."
 
Cuando Noé vio el cuerno que sobresalía de la espesa crin en la frente, no dudó ni un instante sobre la identidad del animal que pedía humildemente ser aceptado en el Arca ante la inminencia del Diluvio.
 
Jamás había visto a un unicornio, pero los libros antiguos lo describían como un animal más bien pequeño, semejante a una cabra y de carácter huidizo; con un largo cuerno rematado en una afilada punta, parecido a ciertas especies de caracol no muy abundantes en estos días.
 
Cuenta la tradición que, finalizado el Diluvio y agotados los pájaros por el ir y venir a través de la tormenta y de la noche, Noé envió al Unicornio a comprobar si había bajado el nivel de las aguas. El unicornio se arrojó a la oscuridad y al tocar el líquido comenzó a hundirse. Ante la cercanía de la muerte rogó a un Dios por su vida. Éste lo transformó en un narval, dejándolo conservar sólo el cuerno como memoria de un pasado que desaparecía en el océano del tiempo.
 
En las noches claras, cuando el viento rompe el crepúsculo del agua en ondas oscuras, añora galopar bajo el vientre de una doncella desnuda con la luna como una pecera de fondo.
 
A veces atraviesa a algunos bañistas con su afilado cuerno buscando a Noé desde tiempos remotos.
 
 
Wilfredo Machado (Venezuela, 1956)

lunes, 28 de diciembre de 2015

Unicornios: CAÍN, de José Saramago

"... si consiguiese convencer a uno de estos animales para que entrara en el arca, el unicornio preferentemente..."

(Fragmento del capítulo 12)

El señor le preguntó también a noé cómo llevaba lo de seleccionar a los animales que irían en el arca, y el patriarca dijo que una buena parte ya estaba reunida y que, en cuanto la obra del arca estuviera acabada, conseguirían los que todavía faltaban. No era verdad, era, tan sólo, una pequeña parte de la verdad. Realmente tenían unos cuantos animales, de los más comunes, en un cercado instalado al otro lado del valle, poquísimos si los comparamos con el plan de recogida establecido por el señor, es decir, todos los bichos vivientes, desde el panzudo hipopótamo hasta la más insignificante pulga, sin olvidar lo que hubiese desde ahí para abajo, incluyendo los microorganismos, que también son gente. Gente, en este amplio y generoso sentido, son también ciertos animales de los que mucho se habla en ciertos círculos restringidos que cultivan el esoterismo, pero que nunca nadie podrá presumir de haber visto. Nos referimos, por ejemplo, al unicornio, al ave fénix, al hipogrifo, al centauro, al minotauro, al basilisco, a la quimera, a todo ese animalario desemejante y heterogéneo que no tiene más que una justificación para existir, haber sido producido por dios en una hora de extravagancia, aunque creados del mismo modo que hizo al asno ordinario, de los muchos que pueblan estas tierras. Imagínese el orgullo, el prestigio, el crédito que noé ganaría ante los ojos del señor si consiguiese convencer a uno de estos animales para que entrara en el arca, el unicornio preferentemente, suponiendo que lo consiguiera encontrar alguna vez. El problema del unicornio es que no se le conoce hembra, luego no hay manera de que pueda reproducirse por las vías normales de la fecundación y la gestación, aunque, bien pensado, tal vez no se necesite, pues la continuidad biológica no lo es todo, basta con que la mente humana cree y recree aquello que oscuramente profesa.

(Fragmento del capítulo 13) 

Fue entonces cuando noé dio un grito, El unicornio, el unicornio. Efectivamente, galopando a lo largo del arca corría aquel animal sin par en la zoología, con su cuerno en espiral, todo él de una blancura deslumbrante, como si fuera un ángel, ese caballo fabuloso de cuya existencia tantos habían dudado, y ahora estaba ahí, casi al alcance de la mano, bastaría pedir que bajaran el arca, abrirle la puerta y atraerlo con un terrón de azúcar, que es el mimo que la especie equina más aprecia, es casi su perdición. De repente, el unicornio, así como apareció, desapareció. Los gritos de noé, Bajen, bajen, fueron inútiles. La maniobra de aterrizaje habría sido logísticamente complicada, y para qué, si el animal ya se había esfumado, quién sabe en qué tierras andará en este momento.


José Saramago (Portugal, 1922-2010). Obtuvo el premio Nobel en 1998.

domingo, 27 de diciembre de 2015

Unicornios: DICE DIOS, de Alain Bosquet

"... al ángel y al unicornio; pero para evitar algunos malentendidos he creído conveniente volverlos invisibles."
 
Dice Dios:
 
Era un asunto urgente; me pregunté
para que servían mis criaturas
más extrañas:
el dragón, el ángel, el unicornio.
Convoqué aquellos en los que creía,
reales, poderosos, incontestables;
el baobab, el caballo de labor, la montaña acodada en el mar.
 
Celebraron diez conferencias
sin ponerse de acuerdo.
Así que he conservado
al dragón, al ángel y al unicornio;
pero para evitar algunos malentendidos
he creído conveniente volverlos invisibles.
 
 
Alain Bosquet: Anatoliy Bisk (Francés nacido en Ucrania, 1918-1998)

sábado, 26 de diciembre de 2015

Unicornios: LOS UNICORNIOS, de Julio Torri

"... se negaron a entrar en el arca. Con gallardía prefirieron extinguirse."

Creer que todas las especies animales sobrevivieron al diluvio es una tesis que ningún naturalista serio sostiene ya. Muchas perecieron; la de los unicornios entre otras. Poseían un hermoso cuerno de marfil en la frente y se humillaban ante las doncellas.

Ahora bien, en el arca, triste es decirlo, no había una sola doncella. Las mujeres de Noé y de sus tres hijos estaban lejos de serlo. Así que el arca no debió de seducir grandemente al unicornio.

Además Noé era un genio, y como tal, limitado y lleno de prejuicios. En lo mínimo se desveló por hacer llevadera la estancia de una especie elegante. Hay que imaginárnoslo como fue realmente: como un hombre de negocios de nuestros días: enérgico, grosero, con excelentes cualidades de carácter en detrimento de la sensibilidad y la inteligencia. ¿Qué significaban para él los unicornios?, ¿qué valen a los ojos del gerente de una factoría yanqui los amores de un poeta vagabundo? No poseía siquiera el patriarca esa curiosidad científica pura que sustituye a veces al sentido de la belleza.

Y el arca era bastante pequeña y encerraba un número crecidísimo de animales limpios e inmundos. El mal olor fue intolerable. Con su silencio a este respecto el Génesis revela una delicadeza que no se prodiga por cierto en otros pasajes del Pentateuco.

Los unicornios, antes que consentir en una turbia promiscuidad indispensable a la perpetuación de su especie, optaron por morir. Al igual que las sirenas, los grifos, y una variedad de dragones de cuya existencia nos conserva irrecusable testimonio la cerámica china, se negaron a entrar en el arca. Con gallardía prefirieron extinguirse. Sin aspavientos perecieron noblemente. Consagrémosles un minuto de silencio, ya que los modernos de nada respetable disponemos fuera de nuestro silencio.


 Julio Torri (México, 1889-1970).

viernes, 25 de diciembre de 2015

Unicornios: EL ÚLTIMO PASAJERO, de C. S. Lewis

"... por tu mezquindad el arca debe partir sin llevar al unicornio."

Del mortecino cielo caía densa y negra la lluvia resonante.
Mientras a la ventana del arca del Diluvio se asomaban los hijos de Noé.

Ya guardadas las bestias, observó Jafet: "una criatura veo
Que con grave retraso y sin pareja viene a llamar a la puerta."

"Pues déjala llamar," dijo Cam, "que se ahogue o que a nadar aprenda.
Ya estamos apiñados como estamos, y lugar para él no tenemos."

"Está llamando aún, y terrible es su modo," dijo Sem, "son sus patas
Duras como los callos, oh, sin embargo afable se muestra su figura."

Dijo Cam: "ya calla, despertarás a papá y enseguida verá
Al que llama a la puerta, y para ambos de cierto más trabajo nos trae."

Sonó la voz potente de Noé, del vientre oscuro del arca tronando,
"Toca algún animal a nuestra puerta. Recíbanlo antes de partir."

Contestó a gritos Cam, a sus propios hermanos empujando con furia,
"Lo que oyes es tan sólo Jafet que está clavando la suela de un zapato."

Dijo Noé: "muchachos, parecido a pezuñas de caballo oigo un ruido."
Dijo Cam: "De la lluvia retumban los tremendos tambores en el techo."

Se abalanzó Noé sobre cubierta y asomó la cabeza;
Palideció, temblaron sus rodillas y barba en mano profirió:

"¡No esperó, miren, miren! Ya se aleja. Escapa de nosotros.
¡Bonita jugarreta le hicieron entre todos esta noche, mis hijos!

"Incluso si pudiera detenerlo y hablarle, ya no volvería...
No después de esto. Nuestra grosería merece que así nos desdeñe.

"Noble bestia sin par, fueron mis hijos todos insensibles a ti;
En la enorme negrura ¿qué cuadra y qué pesebre podrías encontrar?" ¡Oh, cascos deslumbrantes! ¡Oh, crines en cascada! ¡Oh, ollares dilatados
De despecho! ¡En tu cuello arqueado se eriza sublime altanería!

"Largos serán los surcos por erosión labrados en el alma del hombre
Antes de que podamos verte volver un día a la caballeriza,

"Y siempre seguirá nuestra raza caminos oscuros y torcidos,
Cargando una bravura toda marchita como flor con el tallo roto, "Y la tierra entera, oh, Cam, tendrá por maldita la hora en que naciste;
Pues por tu mezquindad el arca debe partir sin llevar al unicornio."



Clive Staples Lewis (Irlanda, 1898-1963)
 
(Traducido al español por Georgina Blanco)

jueves, 24 de diciembre de 2015

Unicornios: FRAGMENTO DE FRESCO ANTIGUO, de Vasile Voiculescu

"En su aburrimiento hizo una criatura esmaltada de flores..."

El paraíso estaba muerto: reloj sin cuerda.
Leones lánguidos dormían junto a los corderos,
tigres y gacelas cabeceaban entre las flores,
el unicornio parecía hecho de tamos hilados,
los caballos de goma, los toros de pereza,
los perros habían dejado de ladrar
y bajo la espesa sombra dormía como una piedra
un mono feo -¿Adán?
Harto de este mundo inmóvil,
el Padre mismo languideció soñando otro ser.
En su aburrimiento hizo una criatura esmaltada
de flores, de fresas, de manzanas,
estrambótica,
ardiente,
turbadora,
con garras de pétalos en las manos y en los pies,
con tierno y fresco olor a pecado.
Los leones han dejado de bostezar,
las fieras la han circundado todas de una vez,
los centauros se han acercado al galope para mirarla
y una bandada de ángeles ha bajado a toda prisa
para alabarla en sus canciones de plata.
Blanda, desnuda, sin vergüenza,
Eva sonreía a todos dulcemente,
y el corazón del paraíso comenzaba por fin a latir.


Vasile Voiculescu (Rumania, 1884-1963)

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Unicornios: DESDE EL GÉNESIS, de Ana Muela Sopeña

"Soy la mujer de viento y sin fronteras, la virgen que persigue al unicornio..."

Soy ésa que se muere por los pórticos
y la que baila en mundos de la sombra,
la que saluda al sol cada mañana,
la que vierte una lágrima de exilio.
 
También la que te cuida y que te abraza,
que habita en lupanares de la noche,
que busca entre mil nombres clandestinos,
que sueña con susurros de la especie.
 
Soy la mujer de viento y sin fronteras,
la virgen que persigue al unicornio,
la hetaira perversa en el silencio.
 
Soy todos esos rostros de la historia
unidos en mi caja de cristal,
en mi memoria antigua, desde el génesis.
 
 
Ana Muela Sopeña (España, 1961)

martes, 22 de diciembre de 2015

Unicornios: SONETO, de Stéphane Mallarmé

"... fábula de ninfa alanceada por llamas de unicornios..."

El de sus puras uñas ónix, alto en ofrenda,
la Angustia, es medianoche, levanta, lampadóforo,
mucho vesperal sueño quemado por el Fénix
que ninguna recoge ánfora cineraria:
 
Salón sin nadie en las credencias conca alguna,
espiral espirada de inanidad sonora,
(El Maestro se ha ido, llanto en la Estigia capta
con eso solo objeto nobleza de la Nada.)
 
Mas cerca la ventana vacante al norte, un oro
agoniza según tal vez rijosa fábula
de ninfa alanceada por llamas de unicornios
 
Y ella apenas difunta desnuda en el espejo
Que ya en las nulidades que clausura el marco
Del centellar se fija súbito el septimino.

 
 
Stéphane Mallarmé (Francia, 1942-1898)

lunes, 21 de diciembre de 2015

Unicornios: EL UNICORNIO, de Iris Murdoch


(Fragmento del capítulo 12)

- Eso, entre otras cosas. De modo que no podemos evitar usarla como chivo expiatorio. En cierta manera, esa es su función y reconocerlo supone hacerle un honor. Ella es nuestra representación de la importancia del sufrimiento. Pero debemos verla también como algo real. Y eso es lo que también nos hará sufrir. 
 
- No estoy seguro de que lo entiendo -dijo Effingham-. Sé que uno no debe pensar en ella como una criatura legendaria, un hermoso unicornio.

- El unicornio es también la imagen de Cristo. Pero también lo tenemos que hacer con un culpable ordinario.

- ¿En verdad la ves como expiando un crimen?

- No soy cristiano. Pero diciendo que es culpable, sólo significa que es como nosotros. Y si no siente culpa, pues mucho mejor para ella. La culpa mantiene a la gente prisionera de sí misma. Lo que no debemos olvidar es que hubo un crimen. Exactamente de quién, es probable que no importe por el momento.

Iris Murdoch (Irlanda, 1919-1999)

domingo, 20 de diciembre de 2015

Unicornios: MOMO, de Michael Ende

"Lo llevaba un unicornio blanco y en él se leía: La casa de ninguna parte."

(Fragmento del capítulo X: Una persecución alocada y una huida tranquila)

Pero en el mismo momento se abrieron solos los dos grandes batientes.
 
Momo se quedó parada un momento, porque encima de la puerta había descubierto otro cartel. Lo llevaba un unicornio blanco y en él se leía: “La casa de ninguna parte”.
 
Como Momo no sabía leer demasiado aprisa, los dos grandes batientes ya estaban cerrándose cuando acababa de deletrearlo. Tuvo el tiempo justo para pasar, antes de que los batientes se cerraran tras ella con un suave trueno.
 
 
Michael Ende (Alemania, 1929-1995) 

sábado, 19 de diciembre de 2015

Los unicornios de García Lorca

 
La referencia al mítico Unicornio es constante y variada a lo largo de la obra de Federico García Lorca. Desprovisto de cualquier intención crítica y sin el afán de emprender un análisis sobre su valor simbólico o alguna otra minuciosa consideración acerca de sus reiteradas alusiones, me limito a consignar una breve recopilación -lo más exhaustiva posible-, sujeta a la brevedad del presente texto. En pocas palabras, a dejar constancia de las reincidencias del mito en su poética.

En sus Narraciones se encuentra el Pequeño homenaje a un cronista de salones: "Es preciso que el elefante tenga ojos de perdiz y la perdiz pezuñas de unicornio". Este es su poema Procesión:

Por la calleja vienen
extraños unicornios.
¿De qué campo,
de qué bosque mitológico?
Más cerca,
ya parecen astrónomos.
Fantásticos Merlines
y el Ecce Homo,
Durandarte encantado.
Orlando furioso.

Entre sus Canciones se incluye esta Fábula:

Unicornios y cíclopes.
 
Cuernos de oro
y ojos verdes.
Sobre el acantilado,
en tropel gigantesco,
ilustran el azogue
sin cristal, del mar.
 
Unicornios y cíclopes.
 
Una pupila
y una potencia.
¿Quién duda la eficacia
terrible de esos cuernos?
¡Oculta tus blancos,
Naturaleza!

Otra de sus Canciones se titula Segundo aniversario:

La luna clava en el mar
un largo cuerno de luz.
 
Unicornio gris y verde,
estremecido, pero extático.
El cielo flota sobre el aire
como una inmensa flor de loto.
 
(¡Oh, tú sola paseando
la última estancia de la noche!)

Al Romancero gitano pertenece esta Burla de don Pedro a caballo:
 
Por el camino llano
dos mujeres y un viejo
con velones de plata
van al cementerio.
Entre los azafranes
han encontrado muerto
el sombrío caballo
de Don Pedro.
Voz secreta de tarde
balaba por el cielo.
Unicornio de ausencia
rompe en cristal su cuerno.
La gran ciudad lejana
está ardiendo
y un hombre va llorando
tierras adentro.
Al Norte hay una estrella.
Al Sur un marinero.

Para concluir con unas cuantas estrofas de su poema Mundo:
 
Noche de rostro blanco. Nula noche sin rostro.
Bajo el sol y la luna. Triste noche del mundo.
Dos mitades opuestas y un hombre que no sabe
cuándo su mariposa dejará los relojes.
 
Debajo de las alas del dragón hay un niño.
Caballitos de cardio por la estrella sin sangre.
El unicornio quiere lo que la rosa olvida,
y el pájaro pretende lo que las aguas vedan.
 
Sólo tu Sacramento de luz en equilibrio
aquietaba la angustia del amor desligado.
Sólo tu Sacramento, manómetro que salva
Corazones lanzados a quinientos por hora.
 

Jules Etienne

viernes, 18 de diciembre de 2015

Unicornios: CENTURIA (Cien breves novelas-río), de Giorgio Manganelli


Noventa y cinco

Con extraordinario estupor descubrió en la parada del autobús un unicornio blanco. La cosa le sorprendió mucho porque el unicornio había llenado todo un capítulo del tratado de las Cosas que no existen; él había sido entonces muy competente en materia de Cosas que no existen y había obtenido notas excelentes, y hasta el profesor le había exhortado a convertirse en un especialista en Cosas que no existen. Se da por supuesto que, cuando se estudian las Cosas que no existen, se investigan también las razones por las que no pueden existir y los modos en que no existen, ya que las Cosas pueden ser imposibles, contradictorias, incompatibles, extraespacio- temporales, antihistóricas, recesivas, implosivas, y no existir de muchos otros modos. El unicornio era absolutamente antihistórico. Sin embargo ahí había uno en la parada del autobús y la gente no parecía prestarle atención; pero lo extraordinario no acaba ahí: en efecto, el unicornio estaba parloteando -no podía utilizarse otra palabra- con algo que él no veía; después llegó el autobús, el unicornio saludó a este alguien que él no veía y subió “exhibiendo”, como quien dice, un pase; y entonces apareció un basilisco de mediana estatura con unas gafas oscuras muy gruesas. El basilisco era un animal complicado y su inexistencia se debía al “exceso”; se trataba, además, de un animal descrito como peligroso -sus ojos poseían poderes “imposibles”- y se le ocurrió pensar que por dicho motivo llevaba las gafas. El basilisco tenía una bolsa bajo el brazo y cuando se acercaba un autobús la abría y sacaba algo -¿no era una cabeza de Medusa?-, algo que miraba el número del autobús y se lo decía, porque estaba claro que con aquellas gafas él no podía ver nada. El especialista en Cosas que no existen estaba muy turbado; ¿era posible que se hubiera vuelto loco? No lo creía. Comenzó a vagabundear sin una meta precisa y encontró un tragéfalo, un ave fénix y una anfibesna en bicicleta; un sátiro le preguntó dónde estaba la calle Macedonio Melloni y un señor con la cabeza en mitad del pecho le preguntó la hora y le dio las gracias cortésmente. Cuando comenzó a ver las hadas y los elfos y los ángeles custodios, le pareció que siempre había vivido en una ciudad abandonada por los seres humanos o poblada de comparsas; ahora comienza a preguntarse si también el Mundo, precisamente el Mundo, es una Cosa que no existe.


Giorgio Manganelli (Italia, 1922-1990)

jueves, 17 de diciembre de 2015

Unicornios: CONFIESO QUE HE VIVIDO, de Pablo Neruda

"En la Edad Media la cacería de todos los unicornios fue un deporte místico y estético."

(Fragmentos de Oceanografía dispersa)

De aquel gran pulpo que conocimos todos por primera vez en Los trabajadores del mar de Víctor Hugo (también Víctor Hugo es un pulpo tentacular y poliformo de la poesía), de esa especie sólo llegué a ver un fragmento de brazo en el Museo de Historia Natural de Copenhague. Este sí era el antiguo kraken, terror de los mares antiguos, que agarraba a un velero y lo arrollaba cubriéndolo y enredándolo. El fragmento que yo vi conservado en alcohol indicaba que su longitud pasaba de treinta metros.
 
Pero lo que yo perseguí con mayor constancia fue la huella, o más bien el cuerpo del narval. Por ser tan desconocido para mis amigos el gigantesco unicornio marino de los mares del Norte, llegué a sentirme exclusivo correo de los narvales, y a creerme narval yo mismo.
 
Existe el narval? Es posible que un animal del mar extraordinariamente pacífico que lleva en la frente una lanza de marfil de cuatro o cinco metros, estriada en toda su longitud al estilo salomónico, terminada en aguja, pueda pasar inadvertido para millones de seres, incluso en su leyenda, incluso en su maravilloso nombre?
 
De su nombre puedo decir -narwhal o narval- que es el más hermoso de los nombres submarinos, nombre de copa marina que canta, nombre de espolón de cristal.
 
Y por qué entonces nadie sabe su nombre?
 
Por qué no existen los Narval, la bella casa Narval, y aún Narval Ramírez o Narvala Carvajal?
 
No existen. El unicornio marino continúa en su misterio, en sus corrientes de sombra transmarina, con su larga espada de marfil sumergida en el océano ignoto.
 
En la Edad Media la cacería de todos los unicornios fue un deporte místico y estético. El unicornio terrestre quedó para siempre, deslumbrante, en las tapicerías, rodeado de damas alabastrinas y copetonas, aureolado en su majestad por todas las aves que trinan o fulguran.
 
En cuanto al narval, los monarcas medioevales se enviaban como regalo magnífico algún fragmento de su cuerpo fabuloso, y de éste raspaban polvo que, diluido en licores, daba, oh eterno sueño del hombre!, salud, juventud y potencia.
 
Vagando una vez en Dinamarca, entré en una antigua tienda de historia natural, esos negocios desconocidos en nuestra América que para mí tienen toda la fascinación de la tierra. Allí, arrinconados, descubrí tres o cuatro cuernos de narval. Los más grandes medían casi cinco metros. Por largo rato los blandí y acaricié.
 
El viejo propietario de la tienda me veía hacer lances ilusorios, con la lanza de marfil en mis manos, contra los invisibles molinos del mar. Después los dejé cada uno en su rincón. Sólo pude comprarme uno pequeño, de narval recién nacido, de los que salen a explorar con su espolón inocente las frías aguas árticas.
 
Lo guardé en mi maleta, pero en mi pequeña pensión de Suiza, frente al lago Leman, necesité ver y tocar el mágico tesoro del unicornio marino que me pertenecía. Y lo saqué de mi maleta.
 
Ahora no lo encuentro.
 
Lo habré dejado olvidado en la pensión de Vésenaz, o habrá rodado a última hora bajo la cama? o verdaderamente habrá regresado en forma misteriosa y nocturna al círculo polar?
 
Miro las pequeñas olas de un nuevo día en el Atlántico.
 
El barco deja a cada costado de su proa una desgarradura blanca, azul y sulfúrica de aguas, espumas y abismos agitados.
 
Son las puertas del océano que tiemblan. Por sobre ella vuelan los diminutos peces voladores, de plata y transparencia.
 
Regreso del destierro.
 
Miro largamente las aguas. Sobre ellas navego hacia otras aguas: las olas atormentadas de mi patria. El cielo de un largo día cubre todo el océano. La noche llegará y con su sombra esconderá una vez más el gran palacio verde del misterio.
 
 
 Pablo Neruda: Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto (Chile, 1904-1973).
Obtuvo el premio Nobel en 1971.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Unicornios: MIÉRCOLES DE CENIZA, de T. S. Eliot

"Mientras adornados unicornios respiran cerca del ataúd dorado."

(Fragmento)
 
IV

Agrietan los años que caminan, que se llevan
Los violines y las flautas, restableciendo
Uno que se mueve entre el tiempo de dormir y despertarse,
Usando Luz blanca envuelta, forrando a su alrededor, envuelta.
Los años nuevos caminan, restaurando
A través de una brillante nube de lágrimas, los años, restaurando
Con nuevo verso la rima antigua.
Redimid El tiempo. Redimid La visión irreal del sueño más alto
Mientras adornados unicornios respiran cerca del ataúd dorado.

La hermana silenciosa cubierta de blanco y azul
Entre los tejos, detrás del Dios jardín,
Cuya flauta es sin aliento, inclinó su cabeza y señaló pero no habló
Pero la fuente brotó y el pájaro cantó abajo
Redimid el tiempo, redimid el sueño
La señal de la palabra no oída, no dicha
Hasta que el viento sacude mil susurros del seto y después de esto nuestro exilio.

 
Thomas Stearns Eliot
(Estadounidense nacionalizado británico, 1888-1965). Obtuvo el premio Nobel en 1948.

martes, 15 de diciembre de 2015

Unicornios: EL EREMITA, de Guillaume Apollinaire

"Mira soy unicornio Sin embargo a pesar de su miedo lascivo Como un muñeco querido mi sexo es inocente"

(Fragmento)
 
Un descalzo eremita cerca de un blanco cráneo
Gritó Os maldigo mártires y aflicciones
Múltiples tentaciones pese a mí me acarician
Tentaciones de Luna y de palabras vanas
 
Muchas estrellas huyen cuando digo mis oraciones
Oh jefe de difunta Oh viejo marfil Órbitas hoyos
De narices roídas Tengo hambre Mis gritos se vuelven roncos
He aquí para mi ayuno un pedazo de queso
 
Oh Señor flagelad las nubes del poniente
Que os tienden en el cielo tan lindas nalgas rosas
Anochece las flores del día ya se cierran
Y en la sombra las ratas embelesan el piso
 
Los hombres saben tantos juegos amor y morra
El amor juego de ombligo o juego de la gran oca
La morra juego del número tan falaz de los dedos
Señor haced Señor que un día me enamore
 
Espero a la que me tenderá sus menudos dedos
Cuántos signos blancos en las uñas las perezas
Mentiras sin embargo espero que levante
Sus manos amorosas ante mí la desconocida
 
Señor qué te he hecho Mira soy unicornio
Sin embargo a pesar de su miedo lascivo
Como un muñeco querido mi sexo es inocente
De anhelo solitario y erguido como un hito
  

Guillaume Apollinaire: Wilhelm Albert Wlodzomierz Apolinary de Kostrowicki
(Francés nacido en Italia, 1880-1918)

La ilustración corresponde a la escultura en bronce El unicornio (1984), de Salvador Dalí.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Unicornios: EL UNICORNIO, de Manuel Mujica Láinez

"... cerca del vado de la Biche, donde Clodoveo hizo beber a sus caballos, pasó un unicornio a mi vera..."
 
(Fragmento del capítulo I: El hada, el caballero y el doncel)

No intento arrogarme la prerrogativa de la exclusividad. No voy a salir yo inventando al unicornio. Antes, muchos han experimentado la sugestión de su enigma, desde el poeta de los Salmos, en los cuales representa en primer término el poder de Dios y luego la fuerza vital de los hombres, hasta Tertuliano y Justino, que lo utilizan para caracterizar a Cristo; a Prisciliano, que llamó a Dios, "unicorne"; a San Nilo, según el cual el monje es un unicornio; a San Basilio, que designa a Cristo como filius unicornium; a Ambrosio, que expresa que el nacimiento del unicornio es un misterio equiparable a la concepción de Nuestro Señor; y a Ctesias, Plinio y los naturalistas alejandrinos, que describieron coloridamente al monoceronte; y al Preste Juan, que pintó la guerra del unicornio y el león; y a Felipe de Thaon, que lo incluyó en su Bestiario; y a Thibaut de Champaña, que en una canción lo empleó para elaborar una imagen encantadora; y al escéptico Ambroise Paré; y así hasta los actuales contemporáneos, Jung, el erudito Odell Shepard, autor de Lore of the Unicorn, y el último, el delicioso e inquietante Bertrand d'Astorg de Le mythe de la Dame á la Licorne. Sí; se lo ha desmenuzado, autopsiado, investigado, y encrespadas interpretaciones promovió. Alegoría de Jesús y del Espíritu Santo; símbolo de la potencia del mal; emblema de la encarnación; imagen de la vida eremítica; proyección de la Luna; efigie del alquímico mercurio; para casi todos, arquetipo de pureza; para Leonardo da Vinci, figura y cifra de la sensualidad.  ¡Qué discutido bruto, qué delicadísima insignia, zarandeada por el juego metafórico!

Una tarde, en la floresta de Lussac, cerca del vado de la Biche, donde Clodoveo hizo beber a sus caballos, pasó un unicornio a mi vera, al galope. Tuve tiempo de apresar con los ojos su forma fugaz, y ya había escapado, dejándome la visión multicolor de su cuerpo equino, blanco, su cabeza roja, sus ojos azules, su cuerno negro, blanco y escarlata. Quise atraparlo y, sin darme sitio a ejercer mis facultades de hada, pues hubiera querido llevarle a Raimondín el preciado trofeo, se perdió en la salvaje espesura. No tuve en cuenta entonces, en mi aturdimiento, el arte especial que para cazar un unicornio se requiere, y que en la Edad Media hasta los niños conocían. El monoceronte es un ser ambiguo. Por eso ha sido objeto de glosas tan distintas. Peligroso, sanguinario, muere de tristeza en el cautiverio. Es capaz de luchar con un elefante, su detestado enemigo, y de clavarle el cuerno en la corteza rugosa; y sin embargo, ama a las palomas y se detiene a descansar bajo el árbol entre cuyas ramas se escucha su arrullo apasionado. Para cazarlo -¿por qué no lo recordé a la sazón?- es menester situar a una doncella en el corazón mismo del bosque que la bestia cruza con violento retumbo de cascos y vibrantes relinchos. La que servirá de trampa, debe ser una verdadera doncella, sin mácula alguna, pues si su pureza hubiera flaqueado en lo más leve, el unicornio, infalible detector de corrupciones, a cuya sensibilidad no se hurta y disimula nada, la castigará hincándole el asta filosa y dándole instantánea muerte. Ella lo aguardará en solitario silencio. Será hermosa y estará desnuda. Como los unicornios participan, a semejanza de los humanos, de gustos diversos, un manuscrito sirio, citado por d'Astorg, propone la posibilidad, a falta de una virgen, de emplear una prostituta o un joven vestido de muchacha. Pero lo corriente, lo ortodoxo, lo que han recogido los tapices de Clurry y los de los Cloisters de Nueva York, es que el cebo sea una mocita de perfecta castidad. Y desnuda, como lo estuve yo dentro de mi tonel fatídico. En los tapices góticos no la tejieron sin rebozo, exhibiendo la desvelada diafanidad de su cuerpo, quizás porque el pudor de las damas tejedoras se resistía a ese desenfado; mas ha de estar desnuda: sine qua non. Y en la intrincada umbría aguardará a la aparición piafante. Entonces acontecerá lo que los exegetas han reseñado reiterativamente: el monocorne, con la defensa recién aguzada en una roca  (esa defensa que sirvió para salvarlo del Diluvio, pues por ella lo ataron al casco del Arca), se parará, huyendo de cazadores y lebreles, deslumbrado por el resplandor de la virginidad; vacilará un segundo; luego doblegará la cabeza; se aproximará a la doncella lentamente y, mientras ésta lo acaricia, depositará su testuz con un enamorado suspiro en su regazo, y entrecerrará los ojos. Quedará como enajenado, tan distante, tan olvidado de todo, que los cazadores lo ultimarán con sus flechas, venablos y picas, sin que oponga resistencia alguna. Ello se deberá, opinan unos, a la frescura que emana de la inocencia y que apacigua el ardor de su sangre y lo conduce al sueño; según la conjetura de Leonardo, a la voluptuosa satisfacción que domina su sangre bravía y lo impulsa a recostar su delicia en el pecho tibio de la niña intacta -que domina su sangre bravía y lo impulsa a recostar su delicia en el pecho tibio de la niña intacta -o de la mujerzuela, o del disfrazado muchacho, respondiendo a la variedad de sus inclinaciones- y a omitir las aptitudes bélicas de su cuerno. Por un camino o por el otro: por el del embargado respeto a la candidez, o por el de la inerme entrega a la lascivia, el unicornio encontrará su doloroso fin. En consecuencia, yo lo considero -pues ello depende del modo en que se mire al asunto- como el símbolo de la pureza y como el símbolo de la impureza, y eso, esa opuesta dualidad que culmina en su destrucción inexorable, es lo que en él más me conmueve.
 
 
Manuel Mujica Láinez (Argentina, 1910-1984)