Regresa la primavera a Vancouver.

viernes, 6 de octubre de 2017

Eclipse: ALREDEDOR DE LA LUNA, de Jules Verne

"Sí, eclipses de sol (...), cuando los tres astros se encuentran en la misma línea, hallándose la Tierra en medio."

(Fragmento del capítulo VI: Preguntas y respuestas)

- ¡Bello país! -dijo Miguel-. Pero no importa; quisiera estar ya en él. ¡Ah, camaradas, qué curioso sería tener la Tierra por Luna, verla alzarse en el horizonte, reconocer la configuración de sus continentes y decir: allí está Europa; allí América; y seguirla después, cuando va a perderse en los rayos del Sol! A propósito, amigo Barbicane, ¿tienen eclipses los selenitas?
 
- Sí, eclipses de Sol -respondió Barbicane-, cuando los centros de los tres astros se encuentran en la misma línea, hallándose la Tierra en medio. Pero son eclipses anulares, durante los cuales la Tierra, proyectándose como una pantalla sobre el disco solar, deja ver a su alrededor gran parte de éste.
 
- ¿Y por qué -preguntó Nicholl- no hay eclipse total? ¿Acaso no se extiende más allá de la Luna el cono de sombra que la Tierra proyecta?
 
- Sí, no teniendo en cuenta la refracción producida por la atmósfera terrestre; no, sí se cuenta con esa refracción. Así, por ejemplo, llamemos delta prima a la pareja horizontal, y prima al semidiámetro aparente...
 
- ¡Adiós! -exclamó Miguel-. Ya tenemos otra vez el v subcero elevado cuadrado; hable un idioma que todos comprendamos y deja esa endemoniada álgebra de una vez.
 
- Pues bien, en lengua vulgar -respondió Barbicane-, siendo la distancia media de la Luna a la Tierra 60 radios terrestres, la longitud del cono de sombra pura, y que el Sol envía, no sólo los rayos de su circunferencia, sino también los de su centro.
 
- Entonces -dijo Miguel, en tono burlón-, ¿cómo hay eclipse, puesto que no debe haberlo?
 
- Únicamente porque estos rayos solares quedan debilitados por la refracción, y la atmósfera que atraviesa apaga la mayor parte.
 
- Me satisface esa razón -respondió Miguel-, además de que ya lo veremos mejor cuando estemos allí.
 
- Ahora bien, Barbicane; ¿crees que la Luna pueda ser un antiguo cometa?
 
- ¡Vaya una idea!
 
- Sí -replicó Miguel, con cierta presunción benévola-; tengo algunas ideas por el estilo y...
 
- No es tuya esa idea, Miguel -respondió Nicholl.
 
- ¡Bueno! ¿Es decir que soy un plagiario?
 
- ¡Ya lo creo! -respondió Nicholl-. Según antiguas tradiciones, los de Arcadia aseguraban que sus antepasados habían habitado la Tierra antes que hubiese Luna. Y de ahí han deducido algunos sabios que nuestro satélite fue en otros tiempos un cometa cuya órbita pasaba tan cerca de la Tierra que una vez el astro errante fue capturado por la atracción terrestre, y mantenido en la órbita que desde entonces recorre.
 
- ¿Y qué hay de cierto en esa hipótesis? -preguntó Miguel.
 
- Absolutamente nada -respondió Barbicane- y la prueba es que la una no ha conservado restos de la envoltura gaseosa que acompaña siempre a los cometas.
 
- Pero -replicó Nicholl-, ¿no ha podido suceder que la Luna, antes de ser satélite de la Tierra, y en el, momento de hallarse en su perihelio, pasase tan cerca del Sol que dejara en él por evaporación todas esas sustancias gaseosas?
 
- No sería imposible, amigo Nicholl, pero no es probable.
 
- ¿Por qué?
 
- El porqué... no te lo podré decir a punto fijo.
 
- ¡Ah! —exclamó Miguel—. ¡Cuántos centenares de libros se podrían escribir con todo lo que no se sabe!
 
 
Jules Verne (Francia, 1828-1905).

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